La cantidad de carbono de la atmósfera que absorbe el mar es entre un 30% y 60% mayor de lo que se creía, según se desprende de un estudio realizado al amparado del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que obligará a revisar las predicciones científicas sobre la vida marina.
A falta de conclusiones definitivas, el estudio, basado en datos recabados desde el buque oceanográfico del CSIC Sarmiento de Gamboa, al noroeste de África, ha permitido ya constatar ese error, según ha explicado a Efe al arribar el barco a tierra Javier Arístegui, uno de los cinco españoles incorporados al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU.
Recién llegado de una campaña oceanográfica desarrollada cerca de Cabo Blanco por investigadores del CSIC y de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, de la que es catedrático de Ecología, Arístegui ha destacado el carácter novedoso de los análisis llevados a cabo, tanto por la tecnología empleada como, sobre todo, porque afectan a una materia hasta nunca estudiada en detalle.
Ya que “nadie anteriormente se ha puesto a mirar esto, nadie ha dicho, ‘Hay un sumidero de carbono aquí que no estamos teniendo en cuenta'”, ha argumentado el científico, que ha dicho que la decisión de tratar ahora de conocer más sobre el asunto obedece al hecho de que una mayor o menor presencia de esa sustancia en los mares influye en su grado de acidificación, que afecta a los seres vivos.
Y, en especial, tiene repercusiones sobre componentes del plancton o formaciones como los corales, que puede dañar hasta hacerlos desaparecer en algunos casos, generando consecuencias en especies de peces u otros animales que dependen de aquellos para subsistir, directa o indirectamente, ha expuesto.
El 25% de las emisiones son “tragadas” por las aguas marinas
“Es muy perjudicial para ellos”, ha insistido el investigador, que ha destacado que la disminución de la presencia de esos organismos tiene distintas repercusiones negativas para la vida humana, pues son elementos importantes para el proceso de absorción del dióxido de carbono que se produce por las emisiones llamadas de efecto invernadero que generan las actividades de las personas.
Emisiones que, si bien se quedan en la atmósfera o son depuradas por la vegetación que hay en las zonas terrestres, en una proporción que ronda el 25% de su volumen total son “tragadas” por las aguas marinas, que juegan, por ello, un papel “importantísimo” en la eliminación de dióxido de carbono presente en el aire, ha explicado.
Si bien ha matizado que ese “secuestro” de dicha sustancia no se produce en igual medida en todo el planeta, sino que hay zonas donde es mayor y otras en las que es menor, “en función de los procesos físicos, sobre todo, y también de los procesos biológicos” que tienen lugar en cada área.
Arístegui ha querido puntualizar, de todos modos, que esos procesos tienen “una serie de consecuencias directas que muchas veces no son fáciles de deducir, porque no hay un solo factor que les afecte” y lo que pase puede depender de elementos como la temperatura que se dé en cada lugar o la cantidad de oxígeno presente allí.
No obstante, ha precisado que en zonas como la de Cabo Blanco que ha sido escenario de la campaña oceanográfica coordinada por él, contribuye a potenciar “uno de los mayores problemas que hay, que es que está disminuyendo la productividad de toda la región” comenzando por las microalgas y siguiendo por toda la cadena trófica, con lo que, en última instancia, rebaja los recursos pesqueros disponibles.
Fuente: EFE