Las islas Georgias del Sur, un archipiélago que alberga en una de sus islas la tumba del explorador Ernest Shackleton, son también el cementerio de otras criaturas. Las ratas que hasta hace muy poco campaban a sus anchas por este territorio cercano a la Antártida han sido exterminadas. Los roedores estaban avecindados en este confín de la Tierra desde hace 250 años, cuando desembarcaron de los barcos balleneros en que viajaban. Su llegada fue devastadora para las especies autóctonas, sobre todo las aves, cuyos huevos fueron esquilmados por una invasión que se convirtió en plaga. El esfuerzo para acabar con los roedores, aunque costoso, ha merecido la pena. Después de 10 años de trabajo y el desembolso de 12,5 millones de euros, no ha quedado de los intrusos ni el rabo.
Inmunes a todo tipo de trampas, las ratas se movían por las telarañas de hielo de este enclave del Atlántico como si siempre hubieran estado allí. Sobrevivieron a pesticidas, cepos y toda clase de venenos. Lo malo no era su repugnante aspecto. Eran como la peste bubónica para las colonias de petreles, patos piquidorados, albatros, bisbitas y otros ejemplares de aves marinas.
Hay que dar las gracias a la ONG South Georgia Heritage Trust (SGHT) por hacer de estas islas, situadas a 13.000 kilómetros de las Malvinas, un lugar habitable y no una ratonera. Por estos parajes escharchados y bellísimos, gobernados por los británicos, clavan habitualmente sus crampones los miembros de expediciones polares que buscan tierras inhóspitas e inexploradas. En sus 3.756 kilómetros cuadrados, una superficie algo mayor que la provincia de Álava, los pingüinos no tenían más remedio que cohabitar con las ratas. Pero si fue el hombre el que las trajo, ha sido el hombre el que las ha liquidado. La necesidad de llevar a cabo una ambiciosa campaña de desratización era apremiante. Antes de que los roedores fueran expulsados de sus madrigueras, la población de aves marinas representaba menos del 1% de su censo original.
Hará dos años se puso el último cebo envenenado. El dispositivo de control de plagas desplegado pasará a la historia. Tres helicópteros han descargado tres toneladas de señuelos letales, dejados estratégicamente en lugares de paso y espacios donde merodeaban los indeseables bichos. Con todo, la gesta hubiese imposible sin el concurso de sabuesos. En la última fase, se incorporaron al raticidio dos cuidadores caninos llegados de Nueva Zelanda y sus perros rastreadores. Solo entonces se pudieron erradicar totalmente las alimañas. Entre los que han hecho méritos para sacarlas de sus escondrijos figuran Will, Ahu y Wai, tres ejemplares de fino olfato que han desafiado recias ventiscas, nevadas y tormentas.
Acción lenta
El veneno empleado es de acción lenta, con el fin de que los roedores tuvieran tiempo de volver a sus agujeros y morir en soledad. Así se evitaba que las aves se intoxicaran con la ponzoña. «Durante los últimos seis meses de trabajo no se ha encontrado ni una sola señal de roedores en toda el área», dijo Mike Richardson, presidente del comité del proyecto. «Hasta donde sabemos, esta isla no tiene roedores por primera vez en casi dos siglos y medio».
No hay que descorazonarse por la matanza, ya que los ejemplares envenenados pertenecen a un pobre linaje, el del ‘Rattus norvegicus’, vulgares ratas grises que pueblan las alcantarillas urbanas. Los científicos confían en que el éxito del sacrificio ratonil inspire otros proyectos que buscan la desaparición de especies invasoras. El subsecretario del Departamento de Medio Ambiente de la Cámara de los Lores, Lord Gardiner, hizo un llamamiento para permanecer vigilantes. «No debemos dormirnos en nuestros laureles. En territorios de ultramar, que representan el 90% de la biodiversidad del Reino Unido, (muchas especies) son muy vulnerables».
La voracidad de las ratas puso en serio riesgo la supervivencia de la cachirla y el pato piquidorado, especies endémicas del archipiélago, según la South Georgia Heritage Trust. Se distribuyeron cebos hechos a base de mantequilla de cacahuete para cazar a los roedores.
4.000 trampas fueron colocadas en la campaña. Los perros han olisqueado más de 2.000 kilómetros en busca de alimañas. La SGHT estima que los adiestradores de los canes han caminado una distancia equivalente a escalar el Everest ocho veces.
Fuente: lenonnoticias.com