Las mujeres experimentan ansiedad no solo por gestionar la alimentación de su familia, sino porque esta debe ser saludable.
La gastroanomía o ruptura de las normas sociales de la alimentación (gastronomía) en favor de las individuales por el ritmo de vida acelerado y la imposición de la «cultura del snack» son una forma de explicar por qué no basta con dar información para que las personas se alimenten sanamente.
«El problema de la obesidad no se resuelve solo con dar información. Si fuera así, seríamos todos muy sanos», afirmó hoy en una entrevista con EFE la experta Liliana Martínez Lomelí, con motivo del Día Mundial de la Alimentación, que se conmemora este domingo.
Martínez es discípula en México de Claude Fischler, el investigador francés que ha dado una perspectiva socioantropológica a la problemática alimentaria de las sociedades contemporáneas.
En México, la obesidad afecta a dos de cada tres adultos y a uno de cada tres niños, por eso existe la necesidad de buscar nuevas aproximaciones científicas que aborden la problemática de una sociedad de contrastes donde la clase alta tiene acceso a opciones alimentarias casi ilimitadas y la población más pobre apenas cubre sus necesidades básicas de nutrición.
La especialista, cuya experiencia incluye el trabajo con Fischler en el Centro Edgar Morin de estudios en Ciencias Sociales de París, explica que en México el crecimiento descontrolado de las urbes y las jornadas laborales más largas han impactado la forma en que se come.
«Los largos trayectos, el consumo de los alimento sin calma, a veces frente al teclado, complican sentarse a la mesa y la convivencia con la familia casi desaparece; la alimentación se individualiza», explica.
Fischler, autor del libro «El (h) omnívoro» sostiene en uno de sus artículos que con la modernidad «se difundió un modo de alimentación basado en el picoteo, el snack, en el comisquear más que en el comer, por lo que entra en crisis el sistema de normas (las gastronomías) que regulaba las prácticas alimentarias, y estas quedan libradas a la decisión y elección individual, es decir, se convierten en gastroanomías».
Martínez agrega que no es solo que se coma mal y en exceso, sino que hay procesos que están impactando en el perfil del «comensal mexicano».
Tal es el caso de la globalización que ha modificado la dieta en el país. El Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) que entró en vigor en 1994 trajo una mayor exposición a alimentos importados que antes no eran accesibles.
«Entran nuevos productos y circulan nuevas ideas e imaginarios en torno a la alimentación», aclara Martínez.
Como ejemplo de este fenómeno señala que existe la percepción de que una ensalada es sana, pero en México estas preparaciones no forman parte de una dieta tradicional.
«Sí tenemos quelites (hierbas), flores de calabaza y muchas otras verduras para guisados y salsas», aclara la experta.
Otro proceso asociado es la individualización, donde se señala a cada persona como responsable único y exclusivo de sus actos.
«Algunos profesionales de la nutrición se han encargado de difundir que se es el unívoco responsable de lo que se come, como si uno no viviera en un medio, con un contexto que promueva más el consumo de ciertos alimentos en detrimento de otros», argumenta.
Señala que las políticas públicas de salud tienen un mensaje «individualizante y por lo tanto, culpabilizante».
De esta manera, «la persona obesa está obesa por ella misma, por su falta de voluntad, por su culpa».
Sumado a lo anterior, existe la necesidad de hacer ejercicio y hoy en día es complejo en urbes como Ciudad de México.
«Con el crecimiento no planificado de las ciudades tenemos menos espacios para realizar actividad física de forma segura», enfatiza.
Según Martínez, las autoridades deberían proveer a los ciudadanos de esos espacios pero no son acciones «rentables políticamente», ya que los «beneficios son a largo plazo».
La experta pide que se recuerde que «comer con otros y gozar de la mesa sirve también para generar vínculos y proporciona una identidad».
Sugiere que una opción viable para los niños sería hacer programas en las escuelas para degustar la mayor cantidad de alimentos saludables posibles, educando al paladar y vinculándolo al placer.
«Con esa visión quizá logremos resultados cuando los niños sean adultos», comenta.
Martínez considera que las mujeres en México son las que cargan con la responsabilidad de lo que comen las familias, rol cada vez más complejo por la incorporación masiva de las féminas a la fuerza de trabajo.
«Una familia que no come saludable, es percibida como un fracaso de la madre», señala la experta.
Las mujeres experimentan ansiedad no solo por gestionar la alimentación de su familia, sino porque esta debe ser saludable, concluye.
Fuente: Beatriz Fenner / EFE