Además de causar sufrimiento, discapacidad y mortalidad, las enfermedades tienen profundas repercusiones sociales y económicas que afectan de manera heterogénea a las personas. Los costos directos asociados con la atención médica, sobre todo en el caso de las enfermedades no transmisibles (ENT) como cánceres, cardiovasculares, respiratorias crónicas, son sólo la punta del iceberg. Los costos indirectos —a menudo desapercibidos— son principalmente la pérdida de productividad por atención médica ambulatoria, hospitalización y el presentismo, que ocurre cuando las personas enfermas pueden continuar trabajando, pero con sus capacidades productivas minadas. Las muertes prematuras por ENT también causan pérdida de productividad, pues se pierde el aporte económico que, de no haber fallecido prematuramente, se hubiera realizado a la sociedad. Así como un hogar con personas enfermas tiene riesgo de perder la viabilidad financiera, una sociedad enferma pone en peligro su crecimiento y desarrollo económicos.
Dos estudios liderados por investigadores del Instituto Nacional de Salud Pública ponen de manifiesto la urgencia de implementar acciones integrales para abordar las ENT desde una perspectiva de género. Estas acciones incluyen la sensibilización en los protocolos de atención y la asignación de presupuestos con un enfoque de género. Además, se subraya la importancia de realizar reformas estructurales para fomentar la equidad de género en los ámbitos laboral y social, lo que contribuiría a una sociedad más justa y equitativa.
El primer estudio muestra cómo la carga de la enfermedad —mortalidad prematura y discapacidad— causada por las principales ENT ha aumentado en las últimas décadas en la población adulta de México. El análisis desagregado por género reveló patrones divergentes. Mientras los hombres enfrentan mayor carga en enfermedades como la diabetes, las cardiovasculares y la enfermedad renal crónica, las mujeres soportan una carga más pesada en cánceres y neoplasias. Otro hallazgo sugerente es que la brecha de género ha cambiado a favor de las mujeres y en detrimento de los hombres, lo cual significa que, para las enfermedades consideradas, la razón de la carga de la enfermedad de las mujeres respecto a los hombres se redujo. Esto no es motivo para celebrar, pues tanto mujeres como hombres se encuentran peor ahora que hace un par de décadas, pero la carga de la enfermedad creció más rápidamente para los hombres que para las mujeres.
El segundo estudio presenta una valuación económica de la pérdida de productividad por mortalidad prematura y hospitalizaciones ocasionadas por las mismas enfermedades. El estudio reveló que las ENT ocasionaron casi 3 millones de muertes prematuras de 2005 a 2021 y una productividad perdida de, al menos, 103 000 millones de dólares internacionales,1 lo que representa aproximadamente 4.1 % del Producto Interno Bruto de México de 2021. Al desagregar por género, la mayor pérdida de productividad ocasionada por estas ENT ocurrió entre los hombres. Esta situación puede explicarse por la conjugación de la mayor carga de la enfermedad en hombres (salvo en cánceres y neoplasias) y la mayor productividad laboral (ingresos por trabajo) esperada de acuerdo con la edad en ellos.
Las diferencias por género en la carga de las ENT no son una condición natural, inevitable o inalterable. Por el contrario, están determinadas por sesgos que modelan cómo mujeres y hombres conviven, trabajan, se alimentan, tienen conductas y actitudes de riesgo (asociadas con accidentes, violencia, enfermedades de transmisión sexual, entre otras), se exponen a factores de riesgo (tabaco, alcohol, inactividad física, mala dieta), autoperciben su estado de salud, sienten necesidad de atención sanitaria, buscan y acceden a los servicios de salud, son diagnosticadas y diagnosticados, reciben tratamientos y cómo se adhieren a estos. En cada uno de estos procesos, el género juega un papel decisivo que debe ser considerado al diseñar intervenciones en salud.
Por otra parte, el género dicta las relaciones de poder entre las personas y, por tanto, la división social del trabajo. El estudio muestra cómo las mujeres asumen un mayor tiempo dedicado a actividades no remuneradas monetariamente de cuidados de personas del hogar que los requieren (75 % del tiempo vs. 25 % de los hombres), lo cual pone en jaque su desarrollo personal y profesional. Esto se asocia con una menor probabilidad de participar en el mercado de trabajo, formal o informal. Esta desventaja laboral también impacta en la capacidad de las mujeres para buscar y recibir atención médica. Una vez incorporadas en el mercado laboral, las mujeres enfrentan menores ingresos por trabajos similares que los hombres y también trabajan más frecuentemente en la informalidad, exponiéndolas a mayor riesgo de incurrir en gastos de bolsillo en salud, con el consecuente riesgo de empobrecimiento. Por si fuera poco, las trayectorias de vida productiva de las mujeres se ven truncadas o socavadas cuando tienen hijos, debiendo pagar la llamada penalización por hijos. En este sentido, la menor productividad laboral esperada de acuerdo con la edad observada en las mujeres es el resultado de procesos discriminatorios de efectos acumulados a través de las generaciones determinados nuevamente por el género que deben ser subsanados y compensados.
El aumento significativo de las ENT en México y otros países de la región ha repercutido en la prestación de asistencia sanitaria y la protección social, especialmente para las poblaciones vulnerables. Los hallazgos de ambos estudios ratifican la necesidad de entender los procesos de salud-enfermedad y el diseño del sistema de salud desde una perspectiva de género integral que estimule la conciencia de género, la diversidad y las historias personales. Bajo ésta, existen múltiples desenlaces en salud que son reflejo de vulnerabilidades ocasionadas por los estereotipos de género en los que, tanto mujeres como hombres, son víctimas en diferentes dimensiones y magnitudes. Esta comprensión integral requiere forzosamente que las fuentes de información recaben la variable de género, y no solo el sexo. Asimismo, es ineludible que los protocolos de atención reconozcan que las personas, en función de su género, perciben de manera diferente las necesidades de salud, buscan y acceden a los servicios. Asimismo, es imperioso que las intervenciones en salud cuenten con presupuesto efectivo con perspectiva de género que permita atacar realmente los desenlaces en salud y las consecuencias económicas asociadas. En este sentido, la arquitectura fragmentada y segmentada del sistema de salud mexicano y del sistema de protección social tiene importantes áreas de oportunidad en términos de efectividad, eficiencia, oportunidad, calidad y equidad en los resultados sanitarios. Es apremiante la creación de un sistema nacional de cuidados que libere a las mujeres de la carga de cuidar a otras personas del hogar, al tiempo que se favorezca la participación de mujeres en los niveles educativos superiores, y en particular en profesiones STEM.2
La compleja interacción entre ENT, género y desigualdad socioeconómica en México revela un panorama sombrío que exige una acción inmediata y concertada. La persistencia de estereotipos de género y procesos discriminatorios exacerba estas inequidades, socavando la salud y el bienestar de la sociedad. Para construir un futuro más equitativo, es esencial redefinir el sistema de salud y protección social con un enfoque inclusivo y sensible al género, que penalice los procesos laborales discriminatorios debido al género, asegurando la participación equitativa de todas las personas en los ámbitos laboral, educativo y social. Sólo mediante una acción decidida y coordinada podemos aspirar a una sociedad donde la salud y la justicia sean verdaderamente universales.
Fuente: nexos.com.mx