El 21 de julio de 2012 cayeron sobre Pekín 280 milímetros de lluvia que anegaron carreteras y pasos subterráneos. El arquitecto paisajista Yu Kongjian apenas pudo llegar a casa después de trabajar. “Tuve suerte”, declara. “Vi a muchas personas abandonar su coche.” La ciudad quedaba sumida en el caos. La mayor tormenta que ha azotado Pekín en más de 60 años quitó la vida a 79 personas, la mayoría ahogadas en su vehículo o engullidas por el alcantarillado. Los daños se estimaron en casi 2000 millones de dólares.
En opinión de Yu, cofundador de la compañía de arquitectura paisajista Turenscape, el desastre fue el resultado de un desarrollo urbano negligente y podía haberse evitado. El empresario ya había alertado al ayuntamiento unos años antes, tras dirigir una investigación para cartografiar el “grado de seguridad ecológica” de la metrópoli. En el mapa identificó zonas de elevado riesgo de inundación que deberían mantenerse sin urbanizar y emplearse para gestionar las aguas pluviales. “De la inundación aprendimos que conocer la seguridad ecológica es una cuestión de vida o muerte”, afirma.
En todo el país se han vivido situaciones similares. Entre 2011 y 2014 se inundaron el 62 por ciento de las ciudades, lo que significó unas pérdidas de unos 100.000 millones de dólares, según el Ministerio Chino de Vivienda y Desarrollo Urbano y Rural. Las inundaciones responden, en parte, a las fuertes tormentas avivadas por el cambio climático. Pero los daños son, en esencia, autoinfligidos: la intensa urbanización de los últimos treinta años ha fagocitado humedales, devastado bosques, pavimentado granjas y pastos y encorsetado ríos en canales de hormigón. Todo ello ha causado que la lluvia que antes se filtraba en el suelo ahora solo pueda discurrir por la superficie.
Además, la expansión urbana está exacerbando la escasez de agua en China. Los edificios, las calles y los aparcamientos impiden que la lluvia recargue los acuíferos. En cambio, los desagües y las tuberías la canalizan fuera de las poblaciones, un hecho demencial en un lugar con escasez de agua, según Yu. Al igual que otras poblaciones del norte de China, Pekín es una ciudad seca, excepto en la época del monzón estival. Durante décadas ha bombeado agua subterránea para abastecer a su creciente población. La ciudad rebaja el nivel freático cerca de un metro al año, lo que trae consigo una subsidencia del terreno.
Las ciudades de todo el planeta comparten problemas semejantes debido al desarrollo y el intento de controlar el agua con infraestructura “gris”: presas de hormigón, diques, tanques de agua de lluvia, conductos y ríos amurallados cuyas llanuras de inundación están cubiertas por edificios. Los expertos están reconociendo que, al romper el ciclo hidrológico natural, las ciudades aumentan la probabilidad y la severidad de las inundaciones, lo que acarrea desastres desde Houston hasta Madrás.
Fuente: investigacionyciencia.es