“Hola, chiquito bonito, ¿tienes mucha hambre?”, pregunta Catia Lattouf mientras sostiene entre sus manos a una cría de colibrí, el nuevo paciente que ingresó a la especie de hospital que tiene en su departamento de la Ciudad de México en el que ha salvado de la muerte a cientos de las diminutas aves en la década pasada.
El colibrí va cediendo poco a poco a las caricias de Lattouf y se deja evaluar la cabeza y el cuerpo mientras es observado atentamente por el joven que lo rescató en el patio de su casa luego de caer de un nido.
“Es un Cynanthus pico ancho”, asegura la filántropa, de 73 años, tras culminar la revisión. De inmediato le acerca un gotero al pico para comenzar a suministrarle alimento mientras cariñosamente le susurra: “¡ay, mamá!, quieres comer”.
Así es la rutina que hace 11 años Lattouf asumió como parte de su vida cotidiana luego de transformar su departamento, ubicado en el exclusivo barrio de Polanco, en un improvisado hospital para aves donde ahora atiende a 60 colibríes entre enfermos, heridos y crías que cayeron de sus nidos.
Su iniciativa se ha convertido en referencia para los amantes o especialistas en aves que suelen pedirle asesoría y apoyo para salvar a colibríes en diferentes rincones de México y Latinoamérica. El hospital también apoya a dependencias estatales como la Facultad de Estudios Superiores Iztacala de la Universidad Nacional Autónoma de México, ubicada en el estado de México, que remite a la activista algunos de los casos que no puede atender por falta de recursos, tiempo y espacio, afirmó una de sus investigadoras, María del Coro Arizmendi.
No hay datos precisos sobre la población de colibríes que habita en la Ciudad de México, indicó Arizmendi. Agregó que en la capital hay 22 especies registradas, de las cuales el colibrí berilo y el pico ancho son las más comunes. En el país se estima que hay unas 57 especies y alrededor de 350 en el continente.
Entre decenas de colibríes que revoloteaban por el techo, las paredes y la ventana de su dormitorio, Lattouf, de origen libanés, relató que tras superar un cáncer de colon en 2011 se embarcó en el hospital al recibir a un ejemplar que tenía el ojo derecho desprendido tras ser atacado por otra ave.
Animada por un amigo veterinario, la mujer, que sólo tenía estudios en literatura francesa, decidió cuidar al pichón. al que llamó Gucci luego de meterlo en una caja de lentes de esa marca italiana. Entre ambos surgió una relación muy estrecha. Él se convirtió en su compañero inseparable e incluso la seguía cuando se sentaba a trabajar frente a su computadora y la observaba montado sobre la pantalla.
“Me escribió una nueva vida”, expresó Lattouf al contar cómo el ave, que vivió por nueve meses, la sacó de la tristeza y la soledad en la que estaba sumergida luego de la muerte de su esposo, en 2009, y de atravesar el cáncer que la llevó a vender sus cinco boutiques de alta costura para concentrarse en su curación.
Tras la partida de Gucci, Lattouf comenzó a recibir otros colibríes heridos o enfermos que le llevaban amigos y conocidos mientras ampliaba sus conocimientos sobre el cuidado de esas aves que sólo habitan en el continente americano y que suelen pesar en promedio de 4 a 6 gramos y medir entre 10 y 13 centímetros.
Infecciones por agua contaminada
“La mayoría llega casi recién nacida; muchos otros vienen estrellados”, destacó la activista al describir a algunos de sus diminutos pacientes que presentan lesiones en las alas o infecciones por consumir agua contaminada de bebederos.
En mayo la población del improvisado hospital dio un salto luego de que un joven publicó en la red social TikTok un video del lugar que alcanzó más de millón y medio de reproducciones y que dio a conocer a Lattouf entre muchos amantes de las aves que le llevaron decenas de nuevos pacientes.
Lejos de angustiarse por su repentina fama, la mujer admitió que nunca rechaza un pájaro herido y que entre ella y su colaboradora Cecilia Santos, a quien llama la “nana de los colibríes”, se las arreglan para cuidar a las aves durante largas jornadas que comienzan a las 5 de horas y se prolongan hasta la noche.
En la habitación principal, donde duerme Lattouf, está la mayoría de los pacientes que permanecen en esa área hasta que se recuperan completamente. Al crecer y tener fuerza suficiente para volar y alimentarse por su cuenta, la mujer los traslada a un cuarto vecino con el fin de irlos preparando para su liberación, que suele realizarse en una terraza abierta frente a una zona boscosa en el sur de la ciudad.
Muchos de los colibríes que recibe logran retornar a su hábitat natural, pero otros mueren en el hospital y son enterrados frente al edificio en el que vive Lattouf en un área aislada entre pequeñas plantas.
Al hablar de los peligros que enfrentan los colibríes en la metrópolis mexicana, de más de 20 millones de habitantes, la activista admitió que los riesgos han aumentado por el vertiginoso avance de las construcciones que les han arrebatado los jardines de flores y la aparición de urracas que los atacan y destruyen sus nidos.
Pese a ello, Lattouf se muestra optimista y apuesta a que otros amantes de las aves se unan a su cruzada a fin de multiplicar los jardines y las macetas con flores en los edificios de la capital para proveer alimento a uno de los grandes polinizadores.
“No hay nada asegurado. Creo que Dios asegura la vida y la toma, pero hacemos todo lo posible”, concluyó.
Fuente: AP