Las ostras no tienen orejas ni sentido del oído, pero sí son sensibles al ruido, ha descubierto un estudio desarrollado en la estación marina de Arcachon que investiga la contaminación sonora submarina. Arcachón es una localidad y comuna francesa situada en el departamento de Gironda, en la región de Aquitania, al sur del país.
Las ostras son un género de moluscos. Se llaman bivalvos porque poseen dos valvas casi circulares y desiguales. El investigador principal de este trabajo, Jean-Charles Massabuau, explica en un comunicado de la Universidad de Burdeos, que estos moluscos cierran y abren sus valvas regularmente, aunque pueden tenerlas cerradas mucho tiempo. Se sabe que las variaciones de temperatura, la luminosidad e incluso la contaminación química provocan estas reacciones en las ostras.
Lo que ha descubierto el nuevo estudio es que las ostras son sensibles también al ruido. Los científicos sumergieron ostras en un recipiente con agua y pudieron registrar sus reacciones mediante sensores adheridos a sus valvas. Durante 3 minutos, se les sometió a un sonido que aumentaba de intensidad desde el primer minuto, y así sucesivamente cada 30 minutos, durante 7-8 horas.
El estudio, publicado en PlosOne, demostró que las ostras cierran sus valvas de forma sincrónica ante determinadas frecuencias sonoras, coincidiendo con el aumento de su intensidad. Lo hacen de forma transitoria porque las reabren a los pocos segundos.
Células ciliadas sensibles al sonido
Aunque las ostras no poseen orejas para escuchar los sonidos, sí tienen unas células ciliadas en los estatocistos, que son los órganos del equilibrio de estos invertebrados cuando todavía son larvas. Los estatocistos tienen una estructura en forma de saco, con un epitelio de células ciliadas, líquido y estatolitos en su interior. Son esas células ciliadas las que son sensibles a los sonidos.
Lo realmente sorprendente es que estos moluscos puedan oír cosas, destacan los investigadores, porque eso significa que otros invertebrados pueden ser sensibles también a la contaminación sonora del fondo del mar.
Estos investigadores han comprobado que las ostras son sensibles a frecuencias bajas, de entre 10 y 1.000 Hertz. El ser humano escucha entre los 20 a 20.000 Hertz. Son frecuencias que emiten los diferentes elementos de la flota marina, como los cargueros y las motoras.
Las consecuencias de este descubrimiento todavía son desconocidas. En el caso de los bivalvos, si la contaminación acústica provoca un cierre más frecuente de sus valvas, su crecimiento puede verse afectado, ya que es filtrando el agua, y abriendo su caparazón, como consiguen alimentarse.
Las ostras succionan el agua con el batir de sus cilios. El plancton y las partículas suspendidas del alimento quedan atrapados en el moco de las papadas y son transportados a la boca, donde se comen, se digieren y se expelen. Las ostras sanas consumen las algas y otros alimentos flotantes, llegando a filtrar cada una de ellas hasta cinco litros de agua por hora.
Midiendo el impacto
En 2006, este equipo utilizó las ostras y los mejillones como centinelas de los océanos para estudiar la calidad del agua en diferentes lugares del mundo. Ahora, después de saber que las ostras son sensibles al ruido, han equipado los espacios de estudio con hidrófonos para auscultar el ambiente sonoro submarino y evaluar el impacto de la contaminación acústica submarina en moluscos y otras especies.
La contaminación acústica, así como la contaminación magnética y eléctrica, afectan a la fauna y flora de los mares y océanos desde el momento en que impiden el desarrollo de su comportamiento habitual.
Las principales actividades humanas que generan contaminación acústica submarina son: dragados y construcciones, perforaciones y producciones de gas y petróleo, transporte marítimo (más del 90% del transporte mundial de mercancías se realiza con barcos), investigaciones geofísicas, sonares activos, explosiones submarinas e investigaciones oceanográficas.
En algunas zonas del mundo, los niveles de ruido submarino se han ido duplicando década tras década durante los últimos 60 años. La Organización de Naciones Unidas (ONU) reconoció en 2005 que la contaminación acústica es una de las cinco mayores amenazas para los mamíferos marinos y una de las diez mayores amenazas para los océanos. Por ello, la ONU ha establecido la reducción y regulación de la contaminación acústica del océano como una de sus altas prioridades.
Para que la contaminación acústica afecte a los seres vivos no es preciso que se produzca un trauma acústico, basta con que impida el desarrollo de su comportamiento habitual. Los niveles de contaminación de un sonido particular y su impacto morfológico y fisiológico dependen del tiempo de exposición y de la intensidad de la señal recibida, así como de la especie, lo que ha confirmado este estudio en el caso de las ostras.
Fuente: tendencias21.net