Los tetras cavernícolas de México cautivan a los investigadores con su piel pálida y habilidades extraordinarias que les permiten sobrevivir en ambientes donde reina la oscuridad total
En las profundidades de las cuevas de México, un pequeño pez ha logrado lo que para muchos sería impensable: perder la vista como una necesidad evolutiva y, a cambio, desarrollar una serie de adaptaciones que fascinan a la ciencia.
Los tetras originarios de México, conocidos por su capacidad de habitar tanto en ríos y lagos como en ambientes subterráneos, han evolucionado hasta prescindir de sus ojos en la oscuridad total, un fenómeno que ilustra la plasticidad de la evolución y podría aportar pistas para el tratamiento de enfermedades humanas como la obesidad y diabetes.
Estos peces cavernícolas, según publicó Knowable Magazine, en la superficie lucen como cualquier otro tetra, pero en las cuevas presentan un aspecto radicalmente distinto: su piel es pálida y carecen por completo de ojos. La selección natural, al actuar sobre poblaciones que quedaron aisladas en la oscuridad, ha favorecido la desaparición de estos órganos, considerados “costosos” en términos energéticos.
Jaya Krishnan, genetista de la Fundación de Investigación Médica de Oklahoma, subrayó que la pérdida de la vista no implica una merma general: “No es que todo se haya perdido en los peces cavernícolas. También se han producido muchas mejoras”, afirmó, en declaraciones recogidas por Knowable Magazine.
Pérdida de ojos y mecanismos evolutivos
La desaparición de los ojos en los tetras mexicanos ha intrigado a los biólogos durante décadas. Inicialmente, se pensaba que los ojos simplemente se atrofiaban por falta de uso, pero investigaciones recientes sugieren que la presión evolutiva favoreció su eliminación activa.
Nicolas Rohner, fisiólogo evolutivo de la Universidad de Münster, Alemania, explicó que “los ojos son muy costosos en términos de recursos y energía. La mayoría de la gente coincide en que debe haber alguna ventaja en perderlos, si no se necesitan”. Estudios genéticos han revelado que distintas poblaciones de estos peces han perdido la vista a través de mutaciones en diferentes genes, lo que indica que la evolución ha encontrado múltiples caminos para llegar al mismo resultado.
El proceso de pérdida ocular es complejo. Todos los embriones de tetras, tanto de superficie como de cueva, inician el desarrollo de ojos, pero en los peces cavernícolas, las células oculares mueren poco después, hasta que la estructura desaparece.
Misty Riddle, bióloga del desarrollo en la Universidad de Nevada, en Estados Unidos, y coautora de un artículo de 2023 sobre el tema, sostuvo que “hay que suprimir el programa ocular para expandir las demás áreas” del cerebro. Un experimento clave, publicado en 2000 y citado por Krishnan y Rohner como uno de los más impactantes en la evolución de vertebrados, demostró que el cristalino es determinante: al trasplantar el cristalino de un embrión de pez de superficie a uno cavernícola, el ojo del pez de cueva desarrolló una retina y otras estructuras, mientras que el ojo del pez de superficie, con cristalino de cueva, permaneció subdesarrollado.
Adaptaciones sensoriales y metabólicas
La adaptación de los tetras mexicanos no se limita a la pérdida de la vista. En la oscuridad, otros sentidos se han agudizado notablemente. Los peces cavernícolas detectan concentraciones más bajas de aminoácidos, poseen más papilas gustativas y una mayor densidad de células sensoriales que les permiten percibir la presión y el flujo del agua. Además, las regiones cerebrales dedicadas a estos sentidos se expanden, lo que refuerza la idea de que la supresión del desarrollo ocular ha permitido potenciar otras capacidades sensoriales.
La vida en las cuevas impone desafíos extremos, especialmente en lo que respecta a la alimentación. Los tetras cavernícolas sobreviven con una dieta escasa, compuesta principalmente por heces de murciélago y restos orgánicos arrastrados por las lluvias. Sin embargo, han desarrollado una notable capacidad para absorber y almacenar nutrientes. Krishnan señala que “siempre tienen hambre y comen todo lo que pueden”. Genéticamente, estos peces presentan al menos dos mutaciones asociadas a la obesidad y la diabetes en humanos, pero, a diferencia de las personas, no desarrollan enfermedades metabólicas evidentes, incluso cuando acumulan grandes reservas de grasa y presentan niveles elevados de azúcar en sangre.
Rohner explica que, en humanos y otros animales, el exceso de grasa suele provocar inflamación crónica, ya que las células grasas pueden romperse y liberar sustancias dañinas. Sin embargo, un estudio de 2020 realizado por Rohner, Krishnan y sus colegas mostró que los peces cavernícolas, incluso cuando están bien alimentados, presentan menos signos de inflamación en sus tejidos grasos que los peces de superficie. Esta resistencia a la inflamación podría estar relacionada con su capacidad para sobrevivir a periodos de abundancia y escasez de alimento.
Otro aspecto llamativo es la acumulación de carotenoides, pigmentos responsables del color amarillo brillante de la grasa en algunos peces cavernícolas. Riddle recuerda que, inicialmente, pensaron que esta acumulación se debía a la ausencia de ojos, pero los experimentos demostraron que no existe una relación directa entre la presencia ocular y los niveles de carotenoides. Riddle plantea que estos compuestos podrían ser otra adaptación para reducir la inflamación, especialmente tras episodios de sobrealimentación.
Las investigaciones recientes, publicadas en 2020 y 2022, dijo el mismo medio, han identificado que las células de los peces cavernícolas producen menores cantidades de citocinas, moléculas que promueven la inflamación, y de especies reactivas de oxígeno, subproductos metabólicos que dañan los tejidos y suelen estar elevados en personas con obesidad o diabetes.
Krishnan continúa explorando cómo estos peces logran mantenerse sanos pese a su tendencia a engordar, mientras que Rohner se interesa cada vez más por la capacidad de los tetras cavernícolas para resistir tanto la sobrealimentación como los largos periodos sin comida, un enigma evolutivo que podría ofrecer nuevas claves para la ciencia.
Fuente: infobae.com