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La complicada vida sexual de las hienas

En una de sus fábulas, Esopo explica que las hienas cambian de sexo cada año. La historia cuenta que un macho intenta forzar a una hembra quien le recuerda que al año siguiente cambiarán las tornas. Otra historia del mismo autor narra que un zorro rechaza a una hiena argumentando que no puede estar seguro de si será su novia o novio. Las moralejas son, más o menos, claras, pero el sexo de las hienas sigue siendo difícil de determinar. En 2010, el zoológico japonés de Maruyama recibió a Kami y Kamutori, dos hienas moteadas. Durante cuatro años, los cuidadores del parque intentaron aparearlas, pero desestimaron la idea tras recibir unos exámenes hormonales que aseguraban que la pareja nunca podría tener descendencia. Ambos miembros eran machos. Sexar a estos mamíferos no es tarea fácil, ya que las hembras son grandes, agresivas y tienen un pseudopene.

Los genitales de machos y hembras de las hienas moteadas son extremadamente parecidos. El tamaño, la forma y la erección del clítoris son prácticamente iguales a las del pene. Además, es el único mamífero que no dispone de una abertura vaginal externa, los labios se fusionan para formar una especie de escroto. Su pseudopene les sirve para orinar, copular y dar a luz. En la gestación, los altos niveles de testosterona determinan esta morfología fálica a la vez que condicionan su carácter. Las hembras mandan sobre los machos, sea cual sea su rango, y entre ellas también hay una jerarquía que se mantiene con violencia. En clanes hambrientos de 40 a 60 individuos, los más agresivos se llevan la mejor parte del botín. No obstante, también pacifican el ambiente cuando es necesario. Las hembras adultas se saludan con los pseudopenes para promover la cooperación, rebajar las tensiones y reforzar los lazos sociales con parientes y otros aliados cercanos. Las asperezas se liman con ceremonias genitales.

La cópula de las hienas es peliaguda. Durante el apareamiento, insertar el pene dentro del clítoris es una faena compleja, y necesita práctica. De esta manera – al contrario que lo que sugiere la fábula de Esopo – las hembras evitan posibles violaciones. Así mismo, pueden seleccionar al padre de sus hijos, ya sea antes o después del coito. Los prefieren jóvenes, pasivos y amigables antes que agresivos, dominantes y viejos. Básicamente, los machos que invierten más tiempo y energía con acicalamientos, gestos amistosos y precalentamientos, tienen más posibilidades. Eso sí, la sobreprotección y el acecho persistente no son garantía de éxito, más bien lo contrario. A las hembras, si se les antoja, después de la cópula pueden cambiar de idea. Como la orina sale por el mismo canal por el que entra el esperma, vacían la vejiga y hacen un buen limpiado del aparato urogenital. Además, podría ser que se apareasen con varios pretendientes para disminuir los infanticidios: los machos, al creerse todos padres, no atacarían a sus supuestos hijos.

Para ellas, el momento más dramático llega con el parto. Cuando un cachorro de aproximadamente un kilogramo – el mayor peso en relación a la madre de entre todos los carnívoros – atraviesa el canal del clítoris de tan solo 2,5 centímetros de diámetro, a menudo, lo desgarra. El rasgón puede ser fatal para las primerizas y el 60 por ciento de sus crías mueren asfixiadas dentro del pseudopene. Durante el desarrollo embrionario, las hembras de alto rango proporcionan a su prole niveles más altos de andrógenos, hormonas sexuales masculinas. Sus cachorros nacerán más fuertes, grandes y agresivos. Gracias a ello, ya de bien pequeñitos, someterán a los descendientes de las subordinadas. Tanto la genética como el estatus social de las madres, afectará el futuro rol de las hijas en el clan y su capacidad para sobrevivir. En el mundo de las hienas, la virilidad femenina es sinónimo de poder.

Fuente: elpais.com

 

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