Este fenómeno afecta a todas las montañas que tienen sus cimas cubiertas de nieve y también a las masas de hielo que cubren algunas regiones
Después de días de esfuerzos a tope. Dos días de exposición a precipicios sin cuento, avalanchas con toda la mala leche del mundo, que al menor descuido te tiran a la cuneta (y aquí la cuneta tiene una altura de más de 600 metros). Después de 48 horas soportando en las sienes el martilleo de la alta cota y en las tripas los retortijones de esa altura inhumana y del miedo, cuando haces equilibrio en la arista de hielo cimera, a 4.807 metros sobre el nivel del mar, la verdad es que importan poco 91 centímetros.
El Mont Blanc, la cumbre más elevada de Europa occidental, ha perdido casi un metro de altura desde la última vez que se midió hace cuatro años. Para ser exactos, ha mermado desde los 4.808,72 metros registrados en 2017, hasta los 4.807,81 actuales. Este es el resultado de las recientes mediciones realizadas por el equipo de expertos topógrafos franceses, meteorólogos y guías de alta montaña que realizan exhaustivas mediciones de esta cumbre alpina situada en la Alta Saboya desde hace años.
Los estudios también han desnudado al gigante de su vestido de nieves y hielos, ya que han determinado con una exactitud al parecer irrebatible que, en realidad, esta montaña es más baja todavía: 4.792 metros. Es la altura de su cima rocosa. Esos 15 metros de diferencia de cotas están ocupados por una capa de hielo perpetuo, que cubre la cabeza del coloso alpino y es la que varía cada temporada.
Medidas de hormiga frente a las dimensiones de la montaña, esta merma no preocupa a los cientos de alpinistas que cada año alcanzan su cumbre. Sí que resulta alarmante si se atiende a sus causas. La tendencia de las últimas mediciones señala que el punto culminante del Mont Blanc está decreciendo. Se trata del mismo suceso geológico que afecta al resto de glaciares y masas de hielo del arco alpino. Su causa alcanza dimensiones globales.
El fenómeno no es exclusivo de la cadena alpina, sino que incluye a todas las montañas que tienen sus cimas recubiertas de hielo, desde el Everest a las cordilleras andinas, del Kilimanjaro a los montes antárticos. Del mismo modo, afecta a las masas de hielo que cubren algunas regiones de la superficie terrestre, como las polares y el Himalaya. Sus masas de hielo son las más afectadas por el calentamiento global, producido por la actividad humana.
Los datos recogidos en 130 glaciares de todo el mundo por científicos del Servicio Mundial de Monitoreo de Glaciares señalan que solo en 2015 registraron un adelgazamiento de 1,1 metros de promedio y, desde 1980, todos los glaciares del mundo han disminuido 20 metros de promedio.
Esta disminución es especialmente dramática en los Alpes, donde 14 millones de personas se ven afectadas por la cantidad y calidad del agua que nace en sus ríos de hielo. La Mer de Glace, el más importante glaciar del macizo del Mont Blanc y tercero más extenso de los Alpes, es buen ejemplo de ello. Las mediciones señalan que su masa helada recula una media de 30 metros por año. Desde 1860 ha mermado dos kilómetros y medio y 200 metros de espesor. Regresión que se extiende desde las morrenas en retirada hasta la cima del gigante alpino.
Según los datos registrados por el Centro de Investigación de los Ecosistemas Alpinos (CREA) a lo largo del pasado siglo XX en la cordillera alpina, las temperaturas aumentaron 2º centígrados. Situación que se agrava al contemplar las estadísticas del siglo XXI, en el que 16 de los últimos 17 años han sido los más cálidos que se han registrado en la historia.
Estas variaciones, unidas a la disminución de la pluviosidad, han acarreado profundos cambios en los paisajes alpinos. Junto con la regresión glaciar hay que señalar la reducción de la capa nívea en media y alta montaña. Desde 1970, se registra una disminución del periodo que la nieve cubre la media montaña alpina, hasta 2.500 metros de altitud. En el Mont Blanc esta disminución es de un mes respecto a antes de dicha fecha.
El deshielo del permafrost, la capa superficial del suelo permanentemente congelada, es otra grave consecuencia de graves repercusiones en el arco alpino. El deshielo de esa capa que ha mantenido unida la roca miles de años como si fuera un pegamento, está acarreando enormes cambios en la orografía y el paisaje de la cordillera, de manera dramática en el macizo del Mont Blanc.
Convertido en el laboratorio del cambio climático, al retroceso de sus glaciares y la disminución de los periodos de innovación, se une este derretimiento. Desde 1997 ha originado esporádicos cataclismos en sus montañas. El Dru es el caso más dramático. Esta estilizada aguja de 3.754 metros de altura ha sufrido sucesivos derrumbes como si fuese un azucarillo mojado. Sus paredes rocosas se han venido abajo en paños de hasta 600 metros de altura, un centenar de ancho y varios metros de espesor. Los cálculos señalan que se ha desprendido de la montaña un volumen superior a 350.000 metros cúbicos de roca.
Los científicos aseguran que estos procesos continuarán. No en vano el derretimiento del permafrost y la regresión de los campos de hielo tienen en el Mont Blanc el lugar más visible y vigilado. Según el registro histórico, que se remonta al siglo XIX, el monte no ha hecho otra cosa que disminuir su talla desde entonces. En lo que va del siglo XXI, la reducción media de su altura es de 21 centímetros anuales, aunque los últimos años esa merma se eleva hasta un espesor cercano a un metro.
Fuente: elmundo.es