Cuando los aztecas llegaron a Teotihuacán vieron quedaron impresionados por los colosales templos que dominaban el cielo de esta antigua metrópoli y daban fe de su poder en el pasado
Poco después de que los españoles conquistasen el Imperio azteca, fray Bernardino de Sahagún se refería a la antigua ciudad de Teotihuacán como el lugar donde los dioses se reunieron para crear el Quinto Sol. Para los aztecas o mexicas, la Tierra había sufrido cuatro creaciones y destrucciones anteriores, y gracias al sacrificio de los dioses se había creado el sol que los alumbraba, justamente en Teotihuacán.
El lugar donde moraban los dioses
En náhuatl, la lengua de los mexicas o aztecas, el nombre de Teotihuacán significa «Donde los hombres se convierten en dioses». Fueron ellos quienes, impresionados por las moles de aquellas antiguas construcciones, la bautizaron así cuando la cultura teotihuacana ya había caído en el olvido. Situada a poco más de 40 kilómetros de Ciudad de México, fue durante ocho siglos una metrópoli vibrante, que en su época de auge llegó a tener 125.000 habitantes distribuidos en 22 kilómetros cuadrados.
Los orígenes de Teotihuacán parecen estar relacionados con las erupciones de los volcanes Xitle y Popocatépetl, con terremotos y nubes de cenizas que indujeron a desplazarse a los pobladores de Cuicuilco y otros asentamientos alrededor de los volcanes. El valle de Teotihuacán les ofrecía un buen lugar para establecerse, con agua potable, tierras fértiles donde cultivar maíz y conexiones con las grandes rutas comerciales de Mesoamérica. Hay pocos datos sobre los habitantes del valle antes de la construcción de las grandes pirámides.
Los investigadores concuerdan en que desde 150 a.C. el norte del valle empezó a recibir grupos procedentes de varios lugares del Altiplano Central de México y tal vez de algún lugar del centro de la costa del Golfo, que se asentaron en el lugar denominado Oztoyohualco, «ciudad vieja» en náhuatl.
Ignoramos muchas cosas de los teotihuacanos. Sabemos que desarrollaron una actividad constructiva continuada durante toda su historia. En el norte del valle levantaron la pirámide del Sol, un gran montículo de tierra revestido de piedra y erigido en una única fase de construcción, y la pirámide de la Luna, una sucesión de siete edificios, cada uno mayor que el anterior. A dos kilómetros hacia el sur se encontraban el templo de Quetzalcóatl o la Serpiente Emplumada y el espacio abierto llamado Gran Conjunto, que quizá fue el mercado central de la ciudad.
Para conectar el norte y el sur del valle se desarrolló la denominada calzada de los Muertos, una imponente vía ceremonial con una orientación desviada 15º 25’ hacia el este del norte astronómico, lo que marcó la orientación de la mayoría de edificios de la ciudad. Como el norte del valle estaba más alto que el sur, la calzada de los Muertos seguía una trayectoria descendente desde la plaza de la pirámide de la Luna; esta pendiente se salvaba mediante un ingenioso sistema de plazas hundidas y plataformas.
El desnivel fue aprovechado para construir un eficiente sistema de drenajes que canalizaba el agua de lluvia, llevándola a pozos y riachuelos. Para abastecerse de agua, los teotihuacanos desviaron el antiguo río San Juan e hicieron que atravesara la ciudad.
Los gobernantes teotihuacanos
Aunque podemos identificar algunos glifos (jeroglíficos) esculpidos o pintados, no podemos interpretar una escritura que nos hable de los gobernantes de Teotihuacán, sus dioses, sus guerras y conquistas. Por otra parte, los teotihuacanos no gustaban de representar personajes individuales o historias de su pasado. Al parecer, consideraron más importante representar los conceptos que las acciones y las funciones de personajes concretos, por lo que no es de extrañar que aún hoy en día se discuta sobre cómo se gobernaba su sociedad.
Los debates se centran en si existió un gobierno de las principales familias, que compartirían el poder, o si, por el contrario, hubo una dinastía real como las del período Clásico maya. De momento no se han hallado evidencias claras de una tumba real o de un edificio de gobierno. En todo caso, se puede afirmar que la nobleza teotihuacana ejerció un control férreo de la ciudad y de las rutas comerciales que la proveían de algodón, piedras verdes, plumas de aves exóticas, mica… Todos estos productos servían para engrandecer y embellecer los templos, las vestimentas y los tocados de los teotihuacanos, y para crear las esculturas, pinturas y cerámicas estucadas que mostraban el poder de la ciudad y de sus dioses.
La influencia de Teotihuacán alcanzó la costa del Golfo, el actual estado mexicano de Oaxaca y la zona maya. Estas relaciones eran muy variadas. Con los gobernantes de Monte Albán (a casi 500 kilómetros, en Oaxaca) se establecieron relaciones al más alto nivel, ya que la mica, un producto oaxaqueño, era muy apreciada por los teotihuacanos. En los actuales estados de Puebla y Tlaxcala, comunidades enteras producían la cerámica de estilo anaranjado delgado exclusivamente para los teotihuacanos, y los estados de Morelos y Guerrero proporcionaban materia prima para la escultura.
A finales del siglo IV, los teotihuacanos llegaron a Tikal (en Guatemala, a casi 1.300 kilómetros de distancia) con intenciones no muy claras, pero que condujeron a un cambio dinástico acompañado de conflictos militares, seguido de un corto período de influencia teotihuacana en el arte y la arquitectura de las principales ciudades mayas.
Dentro de la ciudad, el poder de estas élites se manifestó en las grandes obras arquitectónicas, la riqueza de las ofrendas y la práctica del sacrificio humano. La nobleza teotihuacana aparecía como una clase política y religiosa que mediaba ante los dioses: los nobles eran los únicos capaces de asegurar, mediante las ceremonias, el ciclo de lluvias necesario para mantener la producción agrícola y asegurar de este modo el sustento de la población.
Todo ello se percibe en los sacrificios del templo de la Serpiente Emplumada. Allí fueron enterradas unas 200 personas, separadas por sexos y ataviadas como guerreros y damas de alta alcurnia. Se ha podido determinar que eran gentes foráneas, y se los ha considerado cautivos de guerra. Por su parte, cada una de las fases constructivas de la pirámide de la Luna está asociada a un tipo de ofrenda que incluye sacrificios humanos y la presencia de animales como el jaguar, la serpiente o el águila, representados en las pinturas murales como animales clave de la religión teotihuacana.
El sacrificio de extranjeros vinculado a las grandes obras arquitectónicas, las representaciones de la nobleza teotihuacana que aparecen en Monte Albán o en las ciudades mayas de Tikal y Uaxactún (esta última también en la actual Guatemala) indican que los teotihuacanos ejercieron un gran poder más allá de su ciudad y llegaron a entrometerse en las políticas locales de otras capitales del período Clásico, hasta el punto de marcar el desarrollo político de gran parte de Mesoamérica.
La vida en la gran metrópoli
Aunque nos quedan muchas cosas por averiguar de la vida cotidiana de sus habitantes, sabemos que hacia finales del siglo IV y principios del V gran parte de ellos trabajaba en la agricultura y en los talleres de cerámica, de lapidaria (la talla de la piedra) y de obsidiana, un vidrio volcánico que se convirtió en el producto más valioso que exportaba Teotihuacán. Otra parte debía de estar al servicio de las familias principales y los templos.
El día a día se organizaba en torno a grandes conjuntos de viviendas delimitados por altos muros sin ventanas y con un solo acceso al interior. Estos amplios departamentos eran la base de la trama urbana, y en el poder de la familia principal que los habitaba descansaba la vida de todos sus allegados.
No sabemos si existía un ejército institucionalizado, pero cabe pensar que cada grupo familiar extenso debía de proporcionar los brazos necesarios para acometer las grandes obras estatales y asegurar su mantenimiento, y también para contribuir a la expansión del poder de Teotihuacán en el territorio aledaño. Las fiestas y actividades rituales debieron de tener lugar en las plazas hundidas del centro ceremonial, y sabemos que había pequeños altares en las calles de la metrópoli.
Una gran ciudad merece un gran final, y en el caso de la Ciudad de los Dioses, fue espectacular. A finales del siglo VI, los teotihuacanos afrontaron una grave crisis social que culminó con saqueos, incendios y abandonos del centro ceremonial y que se extendió rápidamente a toda la ciudad, hasta el punto de que una generación después Teotihuacán era apenas una sombra de lo que fue. ¿Qué había sucedido?
Un colapso enigmático
Durante el siglo VI, la llegada de nuevos grupos humanos al valle de México cambió el panorama político de Mesoamérica. Uno de estos grupos, que conocemos como los coyotlatelco, el «pueblo del coyote», se asentó en el valle de Teotihuacán en los años previos al colapso de la ciudad. Como trajeron consigo una cerámica muy distinta de la que usaban los teotihuacanos, primero se pensó que los fuegos y saqueos serían consecuencia de la conquista de la ciudad por los coyotlatelcos. Pero resulta extraño que los teotihuacanos permanecieran impávidos mientras unos supuestamente agresivos coyotlatelcos se instalaban en torno a la ciudad. Además, la conquista de una urbe como Teotihuacán hubiera requerido un ejército numeroso, bien equipado y organizado, algo de lo que no hay ningún rastro arqueológico.
Por esta razón, hoy se considera que hubo diferentes factores políticos y sociales que contribuyeron al dramático final de la metrópoli del Altiplano. Se podría decir que Teotihuacán murió de éxito. Mantener una ciudad tan grande requería el apoyo continuado de una amplia periferia que proporcionara gentes y materias primas de manera constante. Sin embargo, esta relación empezó a desgastarse, posiblemente porque las élites de los territorios controlados fueron buscando otras alianzas locales y porque los conflictos internos de la ciudad se agudizaron.
Sabemos que en los años previos al colapso de Teotihuacán no se realizaron grandes obras arquitectónicas. Algunos investigadores consideran que los incendios y los saqueos no son consecuencia de una guerra, sino que están relacionados con la desacralización ritual de la ciudad y su abandono (aunque no descartan algún episodio de violencia): con el fuego se la despojaba de su carácter religioso. Desde mediados del siglo VII, nada queda de la cultura clásica teotihuacana. Aunque la ciudad todavía era uno de los centros importantes del valle de México, ya no podía imponer su poder más allá del valle de Teotihuacán. Cuando llegaron Hernán Cortés y sus huestes, la antigua metrópoli no era sino un pequeño centro sometido al poder de los acolhuas, el pueblo que tenía su capital en Texcoco, a los que pagaba tributo como otras ciudades.
Fuente: nationalgeographic.com.es