Karina Valencia Sandoval
Profesora investigadora en el Instituto de Ciencias Económico Administrativas (ICEA) de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH)
Si se considera que hoy más que nunca la humanidad enfrenta el reto de proteger el futuro de las siguientes generaciones, convocar a diferentes personalidades de la ciencia, la industria, la economía y del sector educativo para discutir su futuro, es una forma de acatar los compromisos con la población y el medio ambiente desde el Club de Roma hasta la firma de la Agenda 2030; sin embargo, entre los invitados, la sociedad también debe considerarse y estar inmersa en estas reflexiones para asumir de forma similar sus responsabilidades.
Además debe considerarse que, de acuerdo con las proyecciones de crecimiento poblacional, se estima que para el año 2050 habrá 9 mil 300 millones de personas en el mundo, entonces la obligación de asegurar la sostenibilidad en las acciones productivas implica condiciones de justicia, interacción y conciencia.
Aunado a lo anterior, la temperatura del planeta sigue aumentando, considerando los últimos años de la segunda década del siglo XXI como los más cálidos desde que se mide la temperatura; esto puede atribuirse en gran medida a la economía tradicional que emplea el uso del carbón, petróleo y gas como fuentes de energía. La emisión de dióxido de carbono (CO2) pasó de 10 mil metros en 1960 a 35 mil en 2015.
El calentamiento global impacta en las actividades del ser humano, en primer lugar en la producción de alimentos. Es de esperarse que en los siguientes años aumente la temperatura entre 2 y 3 grados Celsius que implicará un alto costo para superficies cultivadas, dando paso a pronósticos que indican que la cadena alimentaria se verá afectada por cada vez más severas sequías, huracanes y tornados.
Se reconoce que el sector agroalimentario está íntimamente ligado con el sustento y bienestar de la población; además de proveer de alimentos, el campo da empleo a uno de cada tres trabajadores alrededor del mundo y de éste se sustentan 2 mil 500 millones de personas que viven en zonas rurales.
No obstante,la agricultura tradicional también tiene características que pueden afectar de manera negativa el entorno, contribuyendo al cambio climático y a la degradación de los recursos naturales como la tierra.
Ante esto, el nuevo modelo se enfoca hacia la agricultura sostenible, es decir un sistema productivo donde el medio ambiente, la sociedad y las condiciones y desarrollo económico sean considerados. Éstas características convierten a esta actividad en deseable para las naciones pues significa un avance que incorpora de manera amigable el crecimiento cuantitativo y cualitativo,influyendo de manera positiva en la esperanza de vida del ser humano y de su capital natural.
La importancia que se da a la sostenibilidad en la agricultura debe darse desde su origen; es decir, desde valorar al agricultor en su persona y en sus acciones.
Se ha observado un divorcio generalizado entre el consumidor final y el agricultor pese que ambos son los extremos de la cadena de valor, aunado a esto el agricultor o agricultora se ha asociado con ruralidad y pobreza.
La sostenibilidad comienza con el trato digno, la mejora en la calidad de vida y el pago justo a las y los trabajadores del campo, y es en donde está el primer reto, antes incluso que la tecnología en la que hay una comunidad científica trabajando en pos de una nueva economía. Esto puede convertirse en una estrategia de diferenciación en las cadenas de valor del sector agroalimentario mexicanas y de retomar la nobleza del sector agrícola.
Fuente: milenio.com