Un joven de futuro prometedor se convirtió en asesino serial en el México de los años 40
Hoy conoceremos a un mexicano, de quien dicen es uno de los primeros asesinos en serie de ese país. Sus crímenes ocurrieron en los años 40 del siglo pasado. Mientras en el otro lado del Atlántico se libraba la Segunda Guerra Mundial, en Tacuba un hombre desataba una furia asesina contra las mujeres.
Se trata de Gregorio «Goyo» Cárdenas Hernández, nacido en 1915 en Veracruz, y quien fuera un estudiante brillante y un joven aparentemente normal, que a los 20 años había logrado graduarse de químico en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y vivir solo en Tacuba, Ciudad de México, donde trabajaba con la petrolera Pemex.
El futuro se presentaba esperanzador para Goyo, pero en 1942, algo ocurrió que cambió todo en su vida. El 15 de agosto llevaría a su casa a una prostituta adolescente de 16 años a quien estranguló con una soga y practicó necrofilia con su cuerpo. Más tarde la enterró en el patio de su casa.
Pocos días después repetiría el crimen con otra adolescente, esta vez de 14 años, con quien cometió las mismas barbaridades. La niña desapareció sin dejar ningún rastro, su familia la buscó y no la encontró. Su hermana denunció la desaparición ante la policía, pero en aquellos años, una prostituta no despertaba el interés de las autoridades.
A finales del mismo mes, otra mujer, Rosa Reyes, fue contratada por Goyo, pero en esta oportunidad la mujer tuvo un mal presentimiento y se negó a tener relaciones. El sujeto esperó a que estuviera de espaldas y la mató con un golpe en la cabeza, luego la llevó al cuarto donde repitió la necrofilia que había practicado con sus víctimas anteriores.
Su última presa fue Graciela Arias, estudiante de la UNAM. La joven era hija de un reconocido abogado penalista local. Las versiones sobre su asesinato difieren, unos dicen que fue novia de Goyo, otros que lo rechazó y eso provocó que la asesinara y luego volviera a la necrofilia.
Poco tiempo después él mismo se internó en un centro de salud mental alegando que había “perdido la cabeza”. Hasta allá llegó la policía y, al interrogarlo, trató de zafarse del problema alegando que “había inventado una pastilla que hacía desaparecer a la gente”. Los oficiales no le creyeron y fueron hasta su casa. En el patio, un olor a descomposición los condujo hasta los cadáveres.
Durante el juicio su defensa argumentó que no era imputable porque sufría de trastornos mentales. Fue condenado a 34 años de prisión. Tras las rejas, estudió Derecho, Música y Arte. Ayudó a muchos presos en sus casos y expuso sus pinturas en diversas salas.
En 1976, un polémico indulto presidencial lo liberó debido a su rehabilitación y su aporte a la vida en el penal. El indulto fue duramente criticado debido a que no se tomó en cuenta a las víctimas y sus familias.
Tras ser liberado, Goyo emigró a Los Ángeles, Estados Unidos, donde murió en 1999.
Fuente: eluniversal.com