La experiencia reproductiva mejora la capacidad de resolver tareas múltiples y de resistencia al estrés, agudiza la memoria espacial y transforma a la madre de estar centrada en sí misma a ser cuidadora, aseveró Teresa Morales
“La conducta materna está ampliamente distribuida en el reino animal y se refiere a los comportamientos esenciales para la supervivencia de los mamíferos, asociados con el nacimiento y el cuidado de las crías”, señaló Teresa Morales, directora del Instituto de Neurobiología de la UNAM, al participar en la mesa La neurobiología de la conducta materna, transmitida en vivo el 12 de septiembre por las plataformas digitales de El Colegio Nacional.
La sesión formó parte del ciclo Olores, sabores y dolores: una visión neurobiológica, coordinada por el colegiado Pablo Rudomin y Ranier Gutiérrez, del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional. Además, contó con la ponencia de Oscar Prospéro García, del Laboratorio de Canabinoides del Departamento de Fisiología, de la Facultad de Medicina de la UNAM.
De acuerdo con Teresa Morales, la madre proporciona alimento, calor, refugio y protección contra depredadores y congéneres; la interacción con ella constituye la primera experiencia social temprana. “Hay una serie de mecanismos fisiológicos que son endocrinos relacionados con la liberación de hormonas, neuroquímicos y neuronales, así como sistemas conductuales que tienen que ver con lo afectivo, la percepción y el aprendizaje”.
Explicó que los cambios sensoriales y endocrinos asociados con la gestación, el parto y la lactancia, inducen modificaciones en la madre con efectos a largo plazo en su propio desarrollo neuronal y conductual. “A los que nos interesa este campo, estudiamos dos aspectos, el de la conducta y el de las hormonas, es decir, cómo se regula la fisiología materna”.
Al responder a la pregunta ¿cómo afecta la maternidad al cerebro de la madre?, la investigadora respondió que el bebé tiene poder sobre el cerebro de los padres, porque al tener un hijo cambia la manera de pensar, “el individuo que estaba muy centrado en su cuidado personal ahora está más centrado en cuidar de la progenie o cría, en el caso de los animales, y bebé, en el caso de los humanos; también en la maternidad y paternidad se experimentan nuevas responsabilidades y emociones”.
En palabras de la titular, lo que ocurre es que el cerebro de la mamá recibe información química, hormonas, neurotransmisores y diferentes sustancias, e información sensorial que proviene de las crías como los olores, el llanto y la voz. Lo que da como resultado una expresión de conducta materna que tiene que ver con los cuidados, el amamantamiento y la expresión de agresión cuando hay una amenaza a sus crías.
Además, hay cambios en la fisiología de la madre como los metabólicos durante el embarazo, la síntesis y la evacuación de la leche y la fertilidad; así como modificaciones emocionales, porque la respuesta al estrés o la ansiedad pueden estar disminuidas. “Por toda esta capacidad de adaptarse y de respuesta, el cerebro de la madre es considerado un modelo natural de neuroplasticidad”.
Sostuvo que numerosos estudios han contribuido a identificar áreas cerebrales que están regulando la expresión de la conducta parental, incluyendo la conducta del padre y la madre, porque ambas se parecen. “Tanto la influencia positiva como la negativa sobre la conducta materna están determinadas por tres elementos principales: los estímulos, el estado interno y las señales externas”.
Agregó que la experiencia reproductiva mejora la capacidad de resolver tareas múltiples y de resistencia al estrés, agudiza la memoria espacial y transforma a la madre de estar centrada en sí misma a ser cuidadora. Se ha encontrado que hay cambios en el olfato, que tienen que ver con la formación de olores, éste se agudiza, y hay especies que reconocen a sus crías a través de olores específicos. “Los cambios sensoriales y endocrinos asociados con la gestación, el parto y la lactancia, inducen cambios en el cerebro de la mamá, algunos son temporales y otros van a permanecer, afectando el desarrollo neuronal y conductual”.
La investigadora también se refirió a la hormona llamada prolactina, que se ha analizado con el estudio de la conducta materna y se ubica en el sistema nervioso central. Se trata de una hormona que tiene más de 300 acciones reportadas y se encuentra en todos los grupos de vertebrados, “lo que encontramos es que la prolactina protege a las neuronas del hipocampo contra los efectos nocivos del estrés, disminuye el daño neuronal y la respuesta inflamatoria”.
Por su parte, Oscar Prospéro García, del Laboratorio de Canabinoides del Departamento de Fisiología, de la Facultad de Medicina de la UNAM, se refirió al apego y la salud mental. “Hay varios datos antropológicos que muestran que el humano ha sido social desde hace 200 mil años y se ha dicho que la corteza prefrontal crece conforme más personas conoce y trata. Entre más miembros haya del grupo, más grande es esta corteza”.
Señaló que con frecuencia es la madre quien enseña al hijo a comportarse de cierta manera y en este proceso intervienen las neuronas espejo con las que nacen los bebés y que les permiten repetir la conducta, lo anterior demuestra la existencia de una serie de sistemas que incluyen al aprendizaje y las neuronas relacionadas con la empatía. “La presencia de la mamá fortalece una cierta actitud de los niños, de tal manera que ellos son capaces de imitar, aprender y poder alejarse un tanto de la madre y tener interacciones con extraños”.
“Si la relación no es buena, hay una fractura en el autoconcepto de la persona y su autoconfianza y si, además, recibe rechazo del padre o violencia intrafamiliar, todo afecta al cerebro y su posible respuesta”. El investigador aseguró que el cerebro social interviene en la interacción de un niño con su madre y después en la relación de éste con los que lo rodean conforme van creciendo.
Recordó que la psicoanalista estadounidense Mary Ainsworth planteó que los niños crecen ante el cuidado de la mamá y pueden desarrollar diferentes tipos de apego, como el apego seguro, evitativo, ansioso ambivalente y desorganizado. “No solamente es cómo los niños perciben el mundo, sino cómo realmente los están tratando. Y sabemos que los niños pueden pasar por un cuidado negligente, es decir, mamá y papá no hacen caso de ellos, no hay un cuidado directo y tampoco afectivo y se puede pasar al abuso verbal, físico y sexual”.
Detalló que cuando los niños crecen en un ambiente más favorable, en una familia integrada y con cuidados, tienen un determinado tamaño de la corteza prefrontal en cuanto a sustancia blanca y sustancia gris, pero aquellos que han permanecido en orfanato, por ejemplo, tienen menor tamaño, el desarrollo se detiene y es porque no recibe el afecto como se espera. Los niños viven en un constante estrés.
Después de evaluar las hormonas como el cortisol y oxitocina, con una serie de instrumentos psicológicos como el del apego parental, en 162 estudiantes universitarios regulares, mujeres y hombres de entre 18 y 24 años, Prospéro García y su equipo de laboratorio, encontró que los cuidados negligentes estaban acompañados de abuso verbal, físico y sexual. “Estos instrumentos nos ayudaron a ver los que nunca fueron abusados y otros que fueron mucho. Se observó que los que refieren que sus cuidados fueron óptimos consiguen apoyo social y los que fueron abusados reducen su capacidad, viven una vida más marginal”.
“Aquellos que crecieron con algún tipo de abuso se mantienen alejados del grupo y viven más solitariamente. Los muchachos abusados tienen más síntomas de depresión, ansiedad e insomnio”, puntualizó.
Fuente: colnal.mx