Sergio García Lara
Es Maestro en Ciencias Biológicas por el Centro de Investigaciones Científicas de Yucatán (CICY) y Licenciado en Arqueología por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Actualmente es Docente de la Asignatura de Biología en la Escuela Preparatoria Estatal Número 8 “Carlos Castillo Peraza”. Exbecario Conacyt ha impartido conferencias sobre la aplicación de la Cladística en Antropología, así como ha participado en Congresos de Botánica y Cultura Maya en las áreas de Sistemática y Taxonomía y Zooarqueología respectivamente.
Carlos Linneo definió el género Homo con la frase: Nosce te ipsum “conócete a ti mismo” y nombró a nuestra especie como Homo sapiens; todas las especies del mismo género están vinculadas genealógicamente (filogenéticamente) por compartir ancestros.
Actualmente, estamos solos dentro del género Homo, pero, en el pasado, otras especies nos acompañaron; estudiarlas nos ayudará a profundizar en el conocimiento acerca de nosotros mismos.
El objetivo de este ensayo es ampliar la definición humana de Linneo, enriqueciéndola desde la perspectiva histórica que nos brinda la paleoantropología, ciencia que estudia la evolución humana.
Homo surgió en el Plioceno tardío —hace entre 3 y 2.5 millones de años (M. a.)—. Las especies de este género se distinguen entre aquellas del Pleistoceno inferior tardío y del Pleistoceno medio3 pues, las primeras incluyen algunas que existieron como: Homo habilis (entre 2.3 y 1.4 M. a.), H. rudolfensis (entre 2.06 y 1.78 M. a.), así como H. erectus (entre 1.9 M. a. y 300 mil años).4 Todas evolucionaron en África, aunque la última especie consiguió extenderse más allá de este continente; sin embargo, por existir un traslape entre las tres no se ha podido determinar cuál de ellas evolucionó en H. erectus;I especie que llegó al Cáucaso hace 1.85 M. a.5 y al Sureste de Asia hace 1.7 M. a. Al respecto sabemos que los cerebros de los primeros en salir de África apenas sobrepasaban la marca de 500-600 cm3, eran parecidos a H. habilis y no contaban con tecnología avanzada, pero tuvieron la plasticidad requerida para adaptarse a diferentes ambientes.
Dos tendencias observamos al comparar Homo tempranos (H. habilis y H. rudolfensis) con los H. erectus tempranos de África y Georgia: incremento en β25% de la masa corporal (MC) y de la capacidad craneana (CC), la cual pasó de 629 cm3 (la primera marca que supera el rango de variación de los grandes monos) a 810 cm3, diferencia que aumenta si consideramos a los H. erectus asiáticos. Es interesante notar que, a pesar del incremento en la MC, ésta cae dentro del rango de variación de los pigmeos modernos.
La transición hacia H. heidelbergensis marca el inicio de la segunda etapa evolutiva de Homo, porque presenta rasgos derivados que lo separan de H. erectus, por ejemplo: mayor capacidad craneal, la presencia de torus o toro supraorbitario del cráneo (hueso prominente o cresta que algunos primates presentan sobre los ojos, formando una sobre cada órbita ocular) entre otros.3 Además, esta especie es señalada como el posible ancestro común entre H. neanderthalensis y H. sapiens, cuyo origen geográfico es incierto, debido a que sus fósiles más antiguos, con una edad ?600 m. a., han sido descubiertos tanto en Asia como en Europa.
La CC promedio pasa de 952 cm3, en H. erectus (considerando especímenes hallados tanto en África como en Georgia, Indonesia y China), a 1,230 cm3, en H. heidelbergensis; medición que cae dentro del rango de variación de algunos grupos humanos modernos.
Con respecto a la MC, sabemos que hace 500 m. a. los grupos humanos experimentaron un nuevo incremento, el cual ha sido relacionado con su expansión hacia latitudes altas; sin embargo, hace 50 m. a., experimentaron una reducción del tamaño corporal que continuó hasta el Neolítico (hace 10 m. a.), y fue revertida en latitudes altas, pero no en las bajas, dando como resultado que poblaciones modernas tengan un tamaño promedio igual o más bajo que las poblaciones del Pleistoceno terminal, dependiendo de la latitud en la que vivan.
Corre y arroja
La carrera de resistencia (CR), definida como “carrera de largas distancias (>5 km) a velocidades relativamente altas (2.3 a 6.5 m/s), usando metabolismo aeróbico”, no ha sido observada en otros primates y sólo se ha reportado en carnívoros sociales (por ejemplo, en hienas y perros), así como en ungulados migratorios (por ej.: ñúes y caballos), pero éstos no pueden efectuarla en condiciones áridas y temperaturas muy cálidas sin sufrir hipertermia,18 a diferencia de nosotros que disipamos el calor eficazmente mediante adaptaciones como: un mayor número y densidad de glándulas sudoríparas y la relativa ausencia de pelo.
En la CR, 26 rasgos anatómicos intervienen para dotar al cuerpo de: 1) energía —ejemplo: el tendón de Aquiles alargado—, 2) resistencia —como el cuello del fémur corto—, 3) estabilidad —ejemplo: los canales semicirculares alargados— y 4) termorregulación —a partir de la forma del cuerpo estrecha y alta—, algunos de los cuales tienen más de una función, por ejemplo: articulación compacta de los huesos de los pies calcáneo y el cuboide, la cual ayuda a almacenar energía y dar estabilidad.
El lanzamiento veloz y preciso (LVP) también es distintivo de los humanos, ya que otros primates no pueden efectuarlo con la misma eficacia; un ejemplo: durante un experimento una chimpancé adulta con entrenamiento arrojó una pelota a 36 km/h, mientras que un pitcher profesional puede alcanzar hasta 148 km/h. Alcanzamos velocidades tan altas porque almacenamos energía elástica en músculos, tendones y ligamentos que cruzan el hombro, la cual, al ser liberada potencia la rápida aceleración del brazo y, consecuentemente, del objeto arrojado. Tres rasgos nos dan esta cualidad: 1) cintura móvil que permite mayor rotación del torso, 2) baja torsión humeral y 3) articulación del hombro (entre la cavidad glenoide del omóplato y el húmero) orientada de manera más lateral.
Los rasgos para la CR y el LVP no están presentes en nuestros parientes vivos más cercanos —los chimpancés—, por lo que debieron evolucionar después de la separación de ambos linajes. En el registro fósil, la mayor parte de la evidencia esquelética (42%-57%) para la CR y la configuración de los tres rasgos para el LVP se observan por primera vez en H. erectus, el primero de nuestros ancestros en salir de África.
Conócete a ti mismo
Finalmente, podemos seguir la línea que trazó Linneo: Homo es un género que, actualmente, incluye sólo a los humanos modernos; no obstante, en el pasado, existieron otras especies de Homo que se vieron sujetas a un proceso evolutivo caracterizado por el aumento de la masa corporal y la capacidad craneana, del cual surgieron una serie de rasgos físicos —vistos en conjunto por primera vez en H. erectus— que heredamos y sin ellos no podríamos correr largas distancias, ni lanzar objetos velozmente y con precisión; características que —podemos suponer— fueron seleccionadas favorablemente cuando nuestros ancestros comenzaron a practicar la caza por persistencia. A medida que abandonamos la caza, seguimos corriendo y lanzado en otras clases de actividades, que actualmente incluyen maratones, juegos de béisbol y otras más.
Una parte de lo que somos fue heredada de los miembros de Homo que precedieron el surgimiento de Homo sapiens, la otra parte —que apenas está siendo descubierta con los estudios de ADN antiguo— la heredamos de otras especies humanas que coexistieron con Homo sapiens, pero es un tema que por su extensión deberá ser tratado en otro ensayo.
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Agradecimientos a:
MC. Angélica Herrera, Dra. Thelma Novelo, Mtra. Lupita Cámara, Mtra. Flor García, Dr. Pascual Bartolo Pérez, así como a los revisores anónimos, cuyas observaciones mejoraron este manuscrito.
Fuente: Ciencia y Desarrollo