Yolanda Maya Delgado (Cibnor)
La doctora es especialista en suelos, es investigadora titular del Programa de Planeación Ambiental y Conservación del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste, Campus La Paz, B.C.S., así como Investigadora Nacional Nivel I del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt. Contacto: ymaya04@cibnor.mx
Cuando le preguntamos a cualquier persona por qué es importante el suelo, casi siempre la respuesta está relacionada con la agricultura, porque el suelo es indispensable para cultivar los vegetales que llegan a nuestra mesa o el forraje para el ganado que consumimos. Pero de él obtenemos muchos otros “servicios ecosistémicos” o “servicios ambientales”, que son los beneficios que la Humanidad recibe de la Naturaleza. Por ejemplo, en el suelo crece la vegetación que toma de la atmósfera el bióxido de carbono para proveernos del oxígeno que respiramos, y cuando pensamos en esto, lo primero que se nos viene a la mente son magníficos paisajes de bosques o selvas, con vegetación siempre verde y abundante. Pero, ¿qué pasa en las zonas áridas que, por cierto, representan casi la mitad de la superficie de nuestro país?
En las zonas áridas de México las temperaturas son muy altas en verano y las lluvias, cuando se presentan, son escasas y estacionales; por ello, las condiciones secas prevalecen la mayor parte del año. La vegetación que prospera en estas condiciones no son bosques ni selvas, sino diversos tipos de matorrales que reverdecen en cuanto caen las lluvias, pero tiran las hojas cuando se termina el agua disponible en el suelo.
La cantidad de hojarasca que producen los matorrales es mucho menor que la que producen los bosques o las selvas y, sin embargo, es suficiente para sostener la vida del matorral, porque en esos matorrales, como en todos los ambientes terrestres, la caída y descomposición de hojarasca en el suelo es el proceso más importante para el reciclaje de los nutrientes que pasan por las redes tróficas a los diferentes organismos del ecosistema.
En los ambientes húmedos de selvas y bosques, son los hongos y las bacterias las que atacan rápidamente a la hojarasca, pero en las zonas áridas cae al suelo justo cuando la actividad de estos microbios es mínima, por la falta de humedad. Esto no implica que en las zonas áridas la degradación de la hojarasca quede en pausa hasta el siguiente ciclo de lluvias, sino que sucede de un modo diferente, pues ante la prácticamente nula actividad de los microbios en la superficie del suelo, se vuelven muy importantes agentes físicos como la radiación solar, que evapora algunos de los compuestos de la hojarasca y actúa rompiendo cadenas de moléculas de sus tejidos, y también el viento, que la arrastra de un lado a otro.
Se suma la acción de organismos artrópodos llamados “fragmentadores”, como por ejemplo las hormigas, que la cortan en pedacitos y la transportan al interior del suelo para cultivar ciertos hongos de los que se alimentan, o las termitas, que construyen con lodo y saliva todo un sistema de galerías para mantenerse a salvo de la radiación solar cuando abandonan sus refugios subterráneos y se desplazan al exterior del suelo, en donde rápidamente consumen gran parte de la hojarasca. Cabe mencionar que los fragmentadores tienen depredadores, como ciempiés, arañas, alacranes, aves y reptiles, así que hay mucha actividad en el matorral, incluso aunque el paisaje parezca sólo un conjunto de palos secos. Los pocos restos de hojarasca que quedan atrás son rápidamente degradados por la actividad de hongos y bacterias cuando caen las primeras lluvias del siguiente ciclo.
Ya en el interior del suelo, en la capa más superficial, diferentes tipos de hongos y bacterias transforman químicamente los restos orgánicos provenientes de la hojarasca y animales muertos en humus, una sustancia que es la que le da el color oscuro al suelo. Durante el proceso de transformación se liberan muchos nutrientes que quedan a disposición de las plantas y los consumen rápidamente. Una vez formado, el humus funciona como un almacén de alimento para los mismos microbios que lo produjeron y que, al consumirlo, liberan más y más nutrientes. Así sucede el reciclaje de nutrientes que es primordial para la vida.
Los suelos de las zonas áridas son en general arenosos y tienen colores claros debido al bajo contenido de humus que se forma a partir de la poca hojarasca que produce la vegetación, pero es muy importante entender que no son infértiles. La fertilidad de un suelo se refiere a la capacidad que tiene para proveer a la vegetación que sostiene de los nutrientes que requiere, en cantidad suficiente para que logre completar su desarrollo, y en las zonas áridas basta que caigan las primeras lluvias para que se manifieste que esto sucede, cuando todos los elementos del matorral se engalanan con un follaje verde brillante. Las plantas toman los nutrientes del suelo y proveen de polen, néctar, hojas, frutos, semillas, etcétera, a diversos tipos de animales, que a su vez son el alimento de sus depredadores. Además, muchos animales, como reptiles y roedores, construyen sus madrigueras en el suelo, en donde encuentran abrigo y protección de sus depredadores, de la radiación del sol y de la deshidratación por las altas temperaturas.
En los ambientes áridos no es en la vegetación en donde se almacena la mayor cantidad de carbono del ecosistema, como sucede en los bosques y selvas, sino en el suelo. Una gran amenaza es la erosión, que es un proceso que implica el desprendimiento y transporte de las partículas del suelo, por el viento o por el agua. Lamentablemente, las actividades humanas son generalmente las que promueven la erosión, como por ejemplo al eliminar la cubierta vegetal. Al perderse el suelo no sólo se pierde el sustrato que sostiene la vida del ecosistema, sino también la capacidad de retener y conducir el agua a los acuíferos, de vital importancia en estos ambientes.
Los suelos de las zonas áridas nos proporcionan muchos servicios ambientales, por lo que es necesario valorarlos y protegerlos.
Fuente: México es Ciencia