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Las librerías de viejo de la Ciudad de México también reflejan la historia cultural del país: Javier Garciadiego

Para Rafael Pérez Gay, en el nombre y en la calle de Donceles palpita el origen de la ciudad

“Las sociedades más cultas, con mejor acceso a cultura, con mejor acceso a la información impresa, oral, física o digital son sociedades más democráticas, más tolerantes y capacitadas para tomar mejores decisiones”, aseguró la lingüista Concepción Company Company, al inaugurar el encuentro Entre Libros, jornada que organizaron, por primera vez en su historia, El Colegio Nacional y la Academia Mexicana de la Lengua (AML).

Entre Libros, se lleva a cabo en el contexto del Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor, con el que se apuesta por celebrar no sólo a la persona que se encarga que los libros tomen su forma y salgan a la luz, sino también al librero, a “la encargada de acoger los libros, guardarlos y hacerlos llegar al lector: a la lengua alojada en los libros”, añadió la integrante de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua.

De acuerdo con Company Company, es un hecho urbano accidental que las librerías de viejo estén en la misma calle de Donceles, donde también se encuentran El Colegio Nacional (en el 104) y la Academia Mexicana de la Lengua (en el 66), dos instituciones ocupadas y preocupadas por la cultura.

Y tanto El Colegio como la Academia están empeñadas en dar pasos para que el país sea mejor, y qué “feliz coincidencia que ambas instituciones estén en la calle de Donceles, la emblemática calle de las librerías de viejo en la Ciudad de México, librerías de viejo que resguardan memorias colectivas centenarias, imaginación, pensamiento y reflexión”.

Ante el hecho de que ambas instituciones cuentan con bibliotecas y con archivos, destacó Marina Garone, lo que se quiere con las jornadas es “compartir no sólo las exposiciones, sino también la posibilidad de tocar los libros, de trabajar con ellos”.

“Tenemos distintos sentimientos vinculados con los libros, pero creo que no podemos ser, en tantos seres orales, si no tenemos contacto con algunos de ellos. Y estos también nos permiten conocer a otras personas que han vivido en otros contextos, en otros momentos históricos”.

De esta manera, el programa de Entre Libros se pensó como un festejo al libro, pero también a los niños y las niñas, bajo la certeza de que no se nace amando los libros, “es un proceso muy largo”, siendo lo más importante lograr “un hoy para el libro en busca de un mañana de lectores”.

El amor a los libros

Del 22 al 26 de abril, la librería de El Colegio Nacional compartirá su espacio con la Academia Mexicana de la Lengua, y ambos fondos editoriales contarán con descuentos de hasta el 50%, con excepción de novedades editoriales; además de que en esos días se obsequiará una nueva edición de Sonetos del amor y de lo diario, de Fernando del Paso, para celebrar su 90 aniversario y los diez años de que le fuera entregado el Premio Cervantes de Literatura, todo lo cual se enriquece con la exposición temporal con primeras ediciones y un dibujo de Fernando del Paso en resguardo del Centro de Documentación de El Colegio Nacional.

Como parte de la primera jornada se desarrolló la mesa redonda “Donceles: una calle de libros y memoria”, coordinada por Javier Garciadiego, quien también forma parte tanto de El Colegio Nacional como de la Academia Mexicana de la Lengua, en la cual el historiador aseveró que “parte de la riqueza cultural de la Ciudad de México procede de sus valiosas librerías de viejo, llamadas también de libros usados, de segunda mano o de ocasión. De hecho, ellos mismos, los libreros, se llaman de ‘ocasión’ si atendemos a la asociación gremial que los agrupa. La geografía cultural de la metrópoli es muy clara: este tipo de librería se concentra en el Centro Histórico —de la Ciudad de México—, aunque recientemente, en los últimos 20 o 30 años, ha comenzado a proliferar en las colonias Roma y Coyoacán”.

De acuerdo con el colegiado, la explicación parece sencilla: en el Centro Histórico se encontraba, hasta mediados del siglo pasado, el Barrio Universitario, con las preparatorias y las principales escuelas profesionales; asimismo, dicha zona de la ciudad aloja al mayor número de las oficinas gubernamentales federales y locales, y los poderes legislativos y judicial, lo que implica un número enorme de políticos, funcionarios y burócratas, incluidos los legisladores, todos ellos consumidores de libros de derecho.

En la actualidad, la colonia Roma se caracteriza por ser habitada por intelectuales y profesionistas, lo mismo que en la Condesa, mientras al sur de la ciudad, entre Coyoacán y Tlalpan, pasando por Copilco y la Villa Olímpica, habita o ronda el mayor número de universitarios del país, “por eso se fueron las librerías a esas zonas de la ciudad.

”Las librerías de viejo de la Ciudad de México son también un reflejo y testimonio de la historia cultural del país; en efecto, a partir de la creación de la Secretaría de Educación Pública, en 1921, al término de la Revolución, el Estado mexicano asumió el compromiso de tener siempre una empresa editorial fuerte y, es por ello que en estas librerías de viejo se suelen encontrar desde los célebres clásicos verdes, impulsados por José Vasconcelos, Julio Torri y Jaime Torres Bodet, hasta numerosos ejemplares de la injustamente menos celebrada colección Biblioteca enciclopédica popular, que hizo José Luis Martínez en los cuarenta, concluyendo con los recientes SepSetentas”, destacó Javier Garciadiego.

El escritor y cronista Rafael Pérez Gay ofreció un recorrido por algunos pasajes importantes del actual Centro Histórico de la Ciudad de México, como el hecho de que la primera traza fue encargada por Hernán Cortés a Alonso García Bravo, y cuando estuvo decidida, se repartieron los terrenos a los que quisiesen avecindarse, le tocaba a un terreno al vecino y dos a cada conquistador, con la obligación de edificar, según relataba José María Marroquí.

“En el nombre y la calle de Donceles palpita el origen de la ciudad”, señaló el narrador: “sobre las ruinas de Tenochtitlan empezó la reconstrucción, escombrando terreno de los derribos de la guerra. Alonso García Bravo recibió la orden de Cortés de realizar la primera traza, señalando calles y plazas, los terrenos para que los vecinos levantasen sus moradas y el lugar de la casa del cabildo, la fundición, la carnicería, la picota”.

Apenas unos meses después surgió la calle de Donceles. El nombre proviene del establecimiento de esos solares de conquistadores que fundaron títulos o mayorazgos, así se convirtió en la calle preferida de los principales vecinos de la ciudad; José María Marroquí investigó y descubrió que aquí en esta calle vivieron el mayorazgo de Zaldívar, el de Medrano y el de Villegas.

El autor de títulos como No estamos para nadie. Escenas de la ciudad y sus delirios ofreció un recorrido por la historia de construcciones fundamentales de esa zona de la ciudad, como el Teatro Iturbide, que se convirtió en Cámara de Diputados, pero también que en uno de esos edificios estuvo Manuel Gutiérrez Nájera, el padre del modernismo en México.

“Todo esto que he dicho no lo habría podido aprender si no hubiera caminado por esta calle y comprado en las librerías”, relató Rafael Pérez Gay, quien muchas veces entró a las librerías de la calle de Donceles. “Debo confesarlo, sólo traje conmigo estallidos alérgicos al polvo.

“Muchas veces culpé a mi mala suerte, como si el pasado prestigioso me despreciara, me sepultaba en una montaña de libros amarillentos y hallaba volúmenes que daban pena, en cambio mis amigos estiraban la mano y encontraban tesoros bibliográficos en el mismo lugar en donde yo había encontrado polvo. Polvo sin prestigio.”

Un ejercicio similar realizó el historiador y narrador Jorge F. Hernández, quien durante la charla recordó sus años de alcoholismo, porque de distintas maneras estaba vinculada la enfermedad a la calle de Donceles, porque en esa trayectoria podía seguir trabajando. Compartió que trabajó en la Secretaría de Hacienda, habitaba el Centro Histórico y podía, al día siguiente, “estar temprano en la oficina bien, sin cruda, y empecé a aprovechar los espacios libres y también algo que distinguía a mi alcoholismo, asociado a la falta de telefonía celular, porque la maravilla era ‘¿y en dónde está Jorge?’. ‘Fue al archivo o está en la biblioteca o tuvo que ir una librería por un libro que encargó’. Entonces nadie te encuentra y por eso puedes pasar todo el día, hasta que alguien va a rescatarte.

“Quiero rendir un agradecido homenaje a Enrique Fuentes, quien realmente fue mi guía por las librerías de viejo de Donceles. Me ayudó en mi licenciatura para hacer esa tesis que mi maestro, don Luis González y González, dirigió de manera peripatética, es decir, paseábamos, paseábamos el Centro Histórico”.

Así, el escritor contó que los maestros que conoció en persona en la calle de Donceles eran de la misma talla de los maestros a los que leyó en tinta, leídos en libros de segunda mano, “muchas veces sin saber cómo eran físicamente”.

Dentro de la mesa redonda también participó la divulgadora Karla Ceceña, quien, a través de Ciudad Literaria, ha dado salida a muchas librerías de viejo a través de las redes sociales, lo que también le ha permitido conocer distintas zonas de la Ciudad de México, con toda su complejidad, sus proyectos culturales y sus monumentos, convencida de que “algo muy hermoso que sucede en la Ciudad es que se hacen este tipo de proyectos que nacen del amor y de una necesidad. Casi de una obsesión por dejar un registro de la bibliofilia y de todas estas librerías que, como sabemos, nacen un poco con esta concepción fatal de que a lo mejor algún día van a morir, porque desde hace ya varios años se habla sobre la muerte del libro”.

Guiada por una frase de Bernardo Esquinca, para quien las librerías de viejo son lo “más parecido que tenemos a una máquina del tiempo”, Karla se propuso compartir la magia de esos espacios, de entrar a esas librerías y acercarse a esas “páginas que llevan olvidadas tantos años; uno obviamente se emociona y así, poco a poquito, empecé a arrastrar a más personas a mi alrededor a que tuvieran esta obsesión, este amor por los libros de viejo y por las librerías, hasta que descubrí que otra cosa que me gustaría hacer era llevar a la gente a descubrir estos espacios que, a veces, pasa desapercibida”.

Para ejemplificar la importancia de las librerías de viejo, el geógrafo Boris Graizbord evocó una experiencia sobre un título raro, el cual, incluso, adquirió por kilo: una colección de arquitectura en varios volúmenes, del cual prestó el primero, pero durante un terremoto se perdió ese ejemplar. Se trataba de una colección de arquitectura francesa de los primeros años del siglo XIX a las primeras décadas del XX, la cual fue el regalo del embajador francés a un ilustre intelectual mexicano.

“En México, el único que la tiene soy yo, pero incompleta. Al investigar, en universidades de Estados Unidos se conoce la existencia de otras cuatro colecciones completas, pero yo ya no la tengo completa”, se lamentó el investigador de El Colegio de México.

Fuente: El Colegio Nacional

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