Francisco López Morales se refirió a las amenazas que sufre la arquitectura vernácula y la necesidad de trabajar en su protección
Más que un simple espacio habitable, la arquitectura vernácula “es un fenómeno cultural producto de transformaciones sociales, con grandes componentes religiosos y funcionales, que permite la integridad espacial en convivencia con el entorno y la forma de vivir en comunidad”. Así lo definió el arquitecto Felipe Leal, miembro de El Colegio Nacional, al continuar el ciclo de conferencias Las otras arquitecturas.
En el Aula Mayor de la institución, al colegiado lo acompañaron Susana Bianconi, Pablo Landa y Francisco López Morales. Hablaron de “La arquitectura vernácula”. De acuerdo con el colegiado, el conocimiento y análisis de dichas arquitecturas, “muchas veces olvidadas y destruidas” son para los arquitectos “una poderosa herramienta al momento de acercarnos a la realidad social, cultural y ambiental de un determinado ámbito, frente a la elaboración de un proyecto”.
De ahí, agregó, que el interés por las manifestaciones vernáculas demuestre que, “más allá de lecciones formales o técnicas —no es únicamente aprender qué formas, qué técnicas—, se trata de expresiones sociales y culturales que merecen ser reconocidas y estudiadas, así como protegidas como parte de nuestro patrimonio”.
El surgimiento de esta arquitectura, sostuvo Leal, se da de una necesidad tan primitiva como la de habitar: “Los materiales utilizados en esta arquitectura varían de un lugar a otro; los elementos de construcción incluyen, sobre todo, adobe, tierra apisonada, ladrillos de barro, paja, mazorca, bambú, piedra, arcilla, madera, bloques de ladrillos comprimidos, ladrillos quemados con cenizas de arcilla, palma, etcétera”.
Adaptadas a las condiciones específicas de cada lugar y echando mano de materiales disponibles, ejemplos de arquitectura vernácula son las casas de adobe en el sureste de Estados Unidos, los palafitos en regiones costeras como en Tabasco y el Golfo de México, las trojes en Michoacán, la casa redonda en Yucatán, los bohíos en Cuba y en todo el Caribe, las casas de piedra seca en el Mediterráneo, las chozas de paja en la África subsahariana o las casas de madera tradicional en Japón.
Aún más, sostuvo, la arquitectura vernácula “no se reduce al espacio doméstico, sino también a una arquitectura pública”, incluyendo ayuntamientos, espacios comunitarios, espacios públicos y hasta hospitales, como las huataperas en Michoacán. Sin embargo, advirtió, esta manifestación debe deslindarse conceptualmente “para no confundirla” con arquitectura popular, bioclimática, sostenible o doméstica.
México, pionero en la protección
Con más de tres décadas de experiencia en el ámbito de la protección, difusión y conservación del patrimonio mundial, Francisco López Morales recordó que fue en México donde se sentaron las bases para la protección de la arquitectura vernácula.
La Carta del Patrimonio Vernáculo Construido “se adopta en la asamblea que tuvimos aquí en México, el ICOMOS Internacional de 1999, cosa que nos honra realmente. Para llegar a una carta internacional hay que trabajar por lo menos una década anterior para ir puliendo los conceptos que están vertidos en esta carta doctrinaria”.
Al citar el documento, López Morales refirió que la arquitectura vernácula es aparentemente irregular; sin embargo, se trata de un bien “ordenado, es utilitario y, al mismo tiempo, posee interés y belleza, es un lugar de vida contemporánea y a su vez es una remembranza de la historia de la sociedad, es en tanto el trabajo del hombre como creación del tiempo, sería muy digno para la memoria de la humanidad que se tuviera cuidado en conservar esa tradicional armonía que constituye la referencia de su propia existencia”.
No obstante, agregó el arquitecto, al carecer de la característica de monumentalidad que tiene otra arquitectura, “la obligación de mantenerlo y de conservarlo no siempre es obvia para los gobiernos en turno, el patrimonio tradicional o vernáculo construido es la expresión fundamental de la identidad de una comunidad, y hablo de comunidad porque esa es una palabra que ha sido enormemente discutida en cada una de las sesiones del Comité de Patrimonio Mundial, después de la otra Convención de Patrimonio Inmaterial”.
Autor de uno de los primeros libros que sentaron las bases para la definición de la arquitectura vernácula, López Morales recordó que esta manifestación humana se encuentra constantemente amenazada: “Este tipo de amenazas pueden ser hechas por los gobiernos o de manera subrepticia, pero también puede ser por las grandes amenazas del cambio climático o de los terremotos”.
“Como acabamos de ver en Myanmar con estos sismos que destruyeron parte, no solamente de los grandes edificios, pero también de los establecimientos tradicionales. Debido a esa homogeneización de la cultura y a la globalización socioeconómica, las estructuras vernáculas son en todo el mundo extremadamente vulnerables, y se enfrentan a serios problemas de obsolescencia, equilibrio interno e integración”.
Por tanto, dijo, “es necesario, como ampliación de la Carta de Venecia, establecer vínculos con el cuidado y la protección de nuestro patrimonio vernáculo”.
No solo al sur, también al norte
Aunque tradicionalmente se habla de la arquitectura vernácula del sureste mexicano, territorios del norte de México también conservan formas tradicionales de construcción. “Viviendo en Monterrey me pregunté qué había de este tipo de arquitectura en el norte del país, porque normalmente narramos, contamos la historia del norte, desde la ciudad, desde los procesos de industrialización”, recordó el antropólogo especializado en arquitectura Pablo Landa.
“La arquitectura monumental está protegida y bien documentada y el INAH se encarga de hacerlo, cualquier iglesia, cualquier acueducto, cualquier hacienda está documentado y protegido, aunque sea de forma somera, pero se sabe que ahí está, y la arquitectura vernácula o popular tiene pues muy poca, hay muy poco conocimiento sobre ella”, lamentó.
Con la intención de identificar la arquitectura vernácula norteña, Landa y un equipo de fotógrafos comenzaron a recorrer comunidades de los estados de Chihuahua, Durango, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, y más adelante también de San Luis Potosí y Zacatecas. “Para ir a la sierra de Chihuahua nos íbamos una semana siguiendo pistas en el camino y preguntando un poco dónde podíamos encontrar esta arquitectura”.
“Fue realmente increíble. Empezamos a encontrar cosas que no estaban documentadas, que no eran conocidas y que aportaban muchas pistas sobre la historia del país, en realidad sobre la arquitectura como clave para entender la historia del territorio y de quiénes lo habitamos”, señaló.
“Un poco lo que descubrimos es que, si bien muchas de las comunidades tienen siglos de historia con una misma conformación espacial y con casas, viviendas, que se hacen de la misma forma a lo largo del tiempo, en el norte en realidad fue muy distinto y estamos hablando de un territorio marcado, desde siempre y hasta el presente, por las migraciones, por el movimiento en el territorio y con un cambio muy radical con la reforma agraria”.
Escuelas construidas en los años 30, cuya arquitectura se extendió a otros edificios públicos, o a casas de piedra caliza, cuyos techos de dos aguas son cubiertos con garrocha de sotol, fueron documentados por el grupo que encabezó Landa.
Pero aún con los riesgos que enfrenta, sostuvo Susana Bianconi, “la arquitectura vernácula podría sobrevivir si en las universidades se nos enseñara a hacerla, cosa que no se hace”.
No llevar este aprendizaje a las aulas, agregó, impide acceder a las ventajas que ofrece. “La arquitectura vernácula no contamina, es limpia porque una vez que los materiales decaen se reincorporan a la tierra; es atemporal porque no sabemos en qué época fueron hechas, y tienen dignidad”.
Fuente: El Colegio Nacional