Monte Albán es la zona arqueológica con mayor protección en ese sentido, porque tiene un cercado de 40 kilómetros, que delimita la zona a lo largo de todo el polígono
La mayor parte de las ciudades mesoamericanas adolecen de una problemática urbana y, si bien Monte Albán sigue estando en peligro, Atzompa está dando una opción para la conservación y preservación del sitio, siempre en estrecha relación con las comunidades, aseguró la arqueológica Nelly M. Robles García, quien dictó la conferencia Más allá de Monte Albán: arqueología y gestión del conjunto monumental de Atzompa, Oaxaca, como parte del ciclo La arqueología hoy, coordinado por Leonardo López Luján, miembro de El Colegio Nacional.
Durante la sesión, transmitida en vivo a través de las plataformas digitales de El Colegio Nacional el 22 de abril, el doctor López Luján ofreció un primer acercamiento a las exploraciones a Monte Albán, en especial la de Guillermo Dupaix, un militar luxemburgués enamorado de las antigüedades egipcias y clásicas, las cuales había podido admirar durante su juventud.
Un personaje “de cierta valentía, pero ninguna aplicación, con un carácter tan indiferente que le hacía poco útil”, señaló el colegiado, quien reconoció que el lugar que ocupa en la historia de México está más relacionado con los inicios de la arqueología y la historia de arte en México, “su actitud displicente se debía a que tenía la mirada puesta en la arqueología, visitaba a escondidas cuantas ruinas fuera posible” y fue uno de los primeros exploradores de Monte Albán.
De acuerdo con Nelly M. Robles, la primera época de viajeros y expedicionistas que estuvieron en Oaxaca desde el siglo XVIII, quedaron maravillados al ver la enorme riqueza arqueológica de Oaxaca. Monte Albán no estaba explorado, pero sí había muchas evidencias de su riqueza: “los montículos con entradas son las enormes calas de saqueo que se hacían para buscar tesoros”.
“Todo eso sirve para motivar a uno de los grandes cerebros de la arqueología mexicana, el doctor Alfonso Caso, quien tenía en mente explorar toda la ciudad arqueológica, pero es muy grande, muy extensa, muy profunda, tenemos cinco diferentes épocas sobrepuestas en las partes más importantes.”
El gran hallazgo del doctor Caso, la Tumba VII de Monte Albán es lo que catapultó el sitio a nivel internacional, pero sus trabajos también establecieron con creces la arqueología científica. Cuando se revisa la enorme cantidad de estudios que se hicieron alrededor de la Tumba VII es increíble cómo alcanzaron esa profundidad de análisis y de interpretaciones.
Los estudios sobre la ciudad han crecido mucho: en Oaxaca hemos tenido la enorme suerte de que en el Valle de Oaxaca han coincidido la arqueología mexicana, de sitio, que tiene como gran misión poner el valor de los sitios para la educación del pueblo mexicano; mientras, en los años 60 llega la arqueología ecológica, con los proyectos de ecología cultural planteados por Kent V. Flannery, Richard R. Blanton.
“Una académica como yo ha tenido la suerte de vivir entre dos mundos, tratando de comprenderlos, pero evidentemente la arqueología que hoy seguimos tiene elementos de estas dos escuelas de pensamiento, más una tercera que tiene que ver con asuntos de conservación y la gestión patrimonial.”
La presencia de las comunidades
En el ámbito del Patrimonio Mundial, a decir de Nelly M. Robles, se ha entendido que los estudios arqueológicos y la conservación de los sitios no pueden hacerse si no es dentro de su ámbito social, dentro de una direccionalidad hacia las poblaciones que son las propietarias de esos sitios.
“En Oaxaca eso nos queda muy claro: los zapotecos, después de Monte Albán, a diferencia de lo que algunos han dicho, no murieron, aquí estamos. Los zapotecos fundaron otras ciudades, nuevos centros de población, trascendieron el enorme impacto de la conquista y aquí estamos.”
Ello viene de experiencias previas: en Atzompa y en Mitla, donde la investigadora del INAH también ha trabajado, tuvieron que enfrentar el rechazo de las poblaciones, que no querían saber nada de los arqueólogos, tenían mucha resistencia a los proyectos de “esta bola de chamacos que llegaban a excavar sus sitios, pero hemos convencido a estas comunidades de que queremos ayudarlos”.
Oaxaca, Atzompa, Xoxocatlán y San Pedro Ixtlahuaca son los cuatro municipios que conforman el gran polígono de Monte Albán, una zona constreñida por el crecimiento urbano: un problema que se avizoraba desde fines del siglo XX cuando la arqueóloga tomó la dirección de Monte Albán con una idea fundamental: “o actuamos ahora o lo perdemos, porque es muy difícil y más en una entidad como Oaxaca”.
“Con eso en mente empezamos a trabajar en una propuesta de arqueología para Monte Albán que atendería las causas sociales: trabajar con la gente. Los primeros grandes retos que recibimos en Monte Albán fue el rechazo, no por ser arqueólogos, sino por ser gente de fuera, gente que no es de la comunidad, que no se queda en la comunidad, que no entiende los principios de la convivencia: por otro lado, está el gran trauma que significó para muchas comunidades no sólo de Oaxaca, sino de todo el país, y lo voy a decir así, fue el saqueo institucional para formar el Museo Nacional de Antropología.”
“Colecciones de objetos de Oaxaca, de la Mixteca, de muchas partes del país, se fueron al museo y muchos estamos orgullosos del recinto, pero la gente en las comunidades no olvida que sacaron objetos de allí y cuando quieren ir al MNA les cobran. Hay una contradicción, un problema que la gente tiene muy presente.”
La propuesta principal, enfatizó la directora del Proyecto de Conservación de la Zona Arqueológica Monte Albán-Atzompa, fue que la arqueología tiene que estar del lado de la gente, aliarse con las comunidades a través del conocimiento: las tierras son de las comunidades, son ejidos, terrenos de muchos tipos de tenencia y los arqueólogos, encargados de la gestión para hacer prevalecer ese sitio, “debemos entender en qué territorio estamos parados”.
“La propuesta es que la arqueología debe acompañar siempre las necesidades de las comunidades, haciendo que cualquier derrama económica, por poquita que sea, caiga en las comunidades, para tener aliados dentro de las mismas, en lugar de enemigos: Atzompa es un laboratorio perfecto para entender esta parte de Monte Albán, pero antes es una oportunidad de oro para establecer un sistema de trabajo dentro del INAH para colaborar con las comunidades desde el origen de un proyecto.”
Un proyecto que han trabajado desde hace 15 años, en la que todos los días desarrollan actividades con la comunidad para seguir reforzando estas ligas culturales entre el sitio prehispánico y la comunidad contemporánea, siendo un objetivo primordial detener el crecimiento urbano que estaba amenazando a Atzompa, “que amenazaba con tragarse este sector norte, más de 400 hectáreas”.
“Fue en el 2006 cuando platicando con la población de Atzompa, ellos estaban preocupados porque había gente que aprovechaba el momento y estaba subdividir los terrenos del polígono de Monte Albán. Exigimos al gobierno del estado que se cercara todo Monte Albán, que se pusiera una cerca física para que no quede duda dónde pasa el polígono.”
Monte Albán es la zona arqueológica con mayor protección en ese sentido, porque tiene un cercado de 40 kilómetros, que delimita la zona a lo largo de todo el polígono. En algunas ocasiones se tuvo que ceder en terrenos demasiado comprometidos para evitar violencia, aunque se hicieron los rescates arqueológicos, y el polígono físico ayuda a tener de una manera mucho más controlada todo lo que es el territorio arqueológico, “con el compromiso con las comunidades de trabajar el proyecto arqueológico, establecer su museo comunitario y favorecer a la población con todos y cada uno de los empleos que se generen en la zona”.
“Hasta la fecha, el INAH ha cumplido todos los requisitos que nos puso Atzompa y nos han tomado como una institución seria, le tienen apego al INAH porque los salvó de la destrucción de su zona arqueológica y, además la estamos restaurando para entregarle a la comunidad una zona arqueológica hermosa”, en palabras de Nelly M. Robles García.
Fuente: El Colegio Nacional