“La vivienda era un problema para los romanos, porque todos querían vivir cerca del centro. Entonces, qué podían hacer: vivir en los rascacielos de la ciudad de la antigüedad: entre bloques muy altos y muy peligrosos”, a decir de la investigadora de la Universidad de Roma, La Sapienza
En las imágenes del cine o de la televisión, incluso, en los vestigios arqueológicos, aún se alcanza a observar parte de la grandeza de una urbe como la Roma antigua, lo que no significa que estuviera exenta de desafíos, plateó Luisa Migliorati, investigadora de la Universidad de Roma, La Sapienza, al dictar la conferencia Arquitectura y urbanismo de la Roma antigua: el final de la república y el comienzo del imperio, la tarde de este jueves 14 de octubre, transmitida en vivo a través de las plataformas digitales El Colegio Nacional.
Como parte del ciclo La arqueología hoy, coordinada por el colegiado Leonardo López Luján, la estudiosa reconoció que una de las grandes ventajas de Roma, como sucedió con muchas de las grandes ciudades, es que, al estar ubicada cerca del mar, tiene tierras cercanas para la agricultura, para la ganadería, el pastoreo, y las colinas al norte ofrecen madera y piedras para la construcción y, por encima de muchos de estos detalles, contaban con sal.
“La sal es verdaderamente importante, porque el ser humano consume dos kilos al año de sal; las ovejas seis kilos y el ganado 30. Ofrece material de crecimiento a todos los seres vivientes. Roma tenía cerca del mar los depósitos de sal y se sirve de la sal como un instrumento de chantaje, como tiene el monopolio puede decir a quién sí vender y a quién no: es un material que Roma usa para los amigos y en contra de los enemigos. Todo eso es parte de la fortuna de Roma.”
La especialista ofreció un amplio recorrido histórico por la construcción de Roma, en especial por los espacios públicos, los foros y las plazas, en su relación con el río Tíber y los desafíos que planteó esa necesaria comunión, en particular para enfrentar el desarrollo de la ciudad y el crecimiento arquitectónico de lo que fue la ciudad más importante de todo un imperio.
A pesar de la grandeza del imperio y, con ello, de sus construcciones, explicó Luisa Migliorati, catedrática de urbanismo antiguo, se dieron múltiples problemas vinculados con las inundaciones, por ejemplo, o con las necesidades de vivienda para la gran mayor parte de la sociedad, dentro de un territorio que ya resultaba insuficiente.
“La vivienda era un problema para los romanos, porque todos querían vivir cerca del centro. Entonces, qué podían hacer: vivir en los rascacielos de la ciudad de la antigüedad: entre bloques muy altos y muy peligrosos, porque había fuegos frecuentes, derrumbes frecuentes. Esas viviendas eran muy altas y construidas con mucho material de mala calidad y llenas de objetos y muebles de madera.”
En ese sentido, expuso la investigadora, el emperador Augusto logró imponer una ley que estableció que la altura máxima de esos bloques tenía que ser de unos 20 metros, un dato que termina por explicar los peligros que debían enfrentar quienes vivían en las ínsulas.
Al ser un político más avezado, Augusto dejó caer los proyectos peligrosos y los senadores no se opusieron a él como si lo habían hecho con César; incluso, piensa en una solución distinta para el Tíber: el mantenimiento del lecho del río y de las riberas. Tener limpio el lecho del río y limpias las riberas, lo que permitiría un mejor curso del río.
“Sobre otros temas del urbanismo, Augusto sigue con intervenciones en el centro y en los Campos Martios. Augusto construye otra plaza, con un solo templo, dedicado a Marte el vengador, como el dios que ha vengado la muerte de César, para lo cual también compra y demuele viviendas y comercios. Las fuentes históricas no hablan del lugar al que se fueron quienes habitaban esos espacios; nosotros sabemos que la gente fue desplazada a las afueras del centro, en zonas periféricas.”
El hecho de que los historiadores antiguos no hablen de la gente, muestra también una arista más académica sobre los intereses de los pensadores de la Roma antigua. Sólo sabemos lo que dijo el mismo Augusto: “no quise estropear lotes privados y construir una casa muy grande para no echar tanta gente de esta zona”, a decir de Luisa Migliorati.
“El Campo Martio, la única llanura que tenía la ciudad de Roma, por eso, la única casa urbana regular, se encuentra allí: una regularidad no podía encontrarse en las colinas, en las pendientes, en el pequeño valle ocupado por la plaza mayor del foro romano. Los foros se construyeron con cortes de colinas, pendientes, sobre todo para uno de esos espacios.”
Los historiadores y el mismo Augusto hablan de compras de lotes y de edificios privados para ser demolidos para construir teatros o templos, lo que también hiciera César, si bien las reacciones fueron completamente diferentes: los trabajos de César, explicó, le granjearon críticas entre los historiadores antiguos, “lo que nos explica la distinta personalidad de esos personajes, importante para comprender el éxito que tuvo Augusto y la oposición que tuvo César”.
“Quiero subrayar que sí resultaba necesario demoler tantos edificios fue porque la ciudad estaba llena de construcciones, la ciudad tenía una expansión mayor a la superficie contenida por las murallas de la república.”
De esta manera no encontramos que en la Roma antigua hubo problemas de cimientos, de construcción, pero también de constructores, lo que podría ser el tema más conocido por los romanos, porque no se preocupaban mucho por la técnica de construcción, ni de los problemas que podían tener los cimientos de un edificio.
“Todavía hasta siete años vi el agua que llegaba a la base de las columnas, lo que termina por recordarnos que las inundaciones aún no están bloqueadas”, destacó la catedrática de la Universidad de Roma, La Sapienza.
Un milenio de historia
En lo que se planteó como una introducción, pero se convirtió en una aproximación a los retos del trabajo arqueológico en las grandes ciudades, aseguró Leonardo López Luján que tanto la Ciudad de México como la Roma de nuestros días, representan barreras casi infranqueables, “obstáculos de los que toda suerte de edificaciones y espesas capas de asfalto y concreto sólo permiten abrir diminutas ventanas hacia el pasado”.
“Los arqueólogos de Tenochtitlan laboramos en escenarios poco románticos, sobre todo si los comparamos con quienes excavan campamentos de recolectores cazadores en los desiertos del Norte de México o con quienes exhuman palacios mayas en las selvas tropicales del sur de nuestro país.”
En la Ciudad de México, los investigadores pasan una gran parte de su jornada de trabajo en lo que definió el arqueólogo como oscuros, húmedos y malolientes fosos, abiertos en medio de una urbe tan bulliciosa como caótica, un tipo de arqueología que ofrece la inigualable oportunidad de analizar el fenómeno urbano como un proceso histórico de larga duración, “fenómeno en el que ocurren tanto cambios graduales, como transformaciones súbitas”.
“El estudio diacrónico de la dinámica socio-espacial permite comprender los mecanismos de surgimiento y transformación de las ciudades en el pasado, explicar su presente, así como hacer proyecciones sobre su futuro, para advertir, al menos mitigar, desenlaces no deseados.”
En el caso de la ciudad de México, relató López Luján, los estudiosos han podido documentar una historia de más de un milenio de duración, un proceso que se expresa como una estratificación compleja, en la que se superponen numerosas capas que nos hablan de una sucesión continua de densos asentamientos humanos.
“Sin embargo, para simplificar esta presentación diré que existen básicamente tres grandes ciudades empalmadas una sobre la otra: en la superficie actual, hasta arriba, se encuentra la muy vital Ciudad de México, capital de la República Mexicana durante los dos últimos siglos; y cuando los arqueólogos atravesamos las capas de asfalto y concreto de la superficie encontramos los vestigios arqueológicos de una segunda ciudad: esto sucede más o menos entre uno y cuatro metros de profundidad, donde se encuentra la capital de la Nueva España, que vivió tres siglos, entre 1521 y 1821.”
Si los arqueólogos continuamos excavando, continúa López Luján, “ya entre cuatro y 12 metros de profundidad, hallaremos las ruinas de una tercera ciudad: Tenochtitlan, la capital del imperio mexica, la cual todos sus modestos inicios en un asentamiento del siglo X después de Cristo y sucumbió a los conquistadores españoles en 1521. Una isla que fue lugar de unos 200 mil habitantes, pertenecientes a varias etnias, lo que la ubicaba, más o menos, entre la cuarta y la quinta ciudad más grande del mundo en los inicios del siglo XVI”.
Fuente: El Colegio Nacional