En la sociedad contemporánea, nos encontramos sumidos en una avalancha de avances
En la sociedad contemporánea, nos encontramos sumidos en una avalancha de avances tecnológicos que vertiginosamente transforman el panorama de la existencia humana. El elemento que propulsa y encabeza esta revolución civilizacional que hoy experimentamos, es la Inteligencia Artificial (IA).
México, como integrante de la comunidad global, no puede ni debe permanecer al margen del necesario diálogo tecnológico e internacional que ya toma lugar en otras regiones y que como especie, debemos sostener en torno al tema de las IA’s, para no recurrir al uso indiscriminado de estas herramientas sin ulteriores consideraciones; sino, en todo caso, socializar y comprender sus alcances, tanto actuales como potenciales, y, así, diseñar marcos normativos y regulatorios efectivos que permitan su desarrollo y compartido aprovechamiento óptimo, seguro, igualitario, accesible, incluyente y equitativo, por parte de todas las personas.
México, con sus talentos y capacidades en tecnología y ciencia, necesita impulsar un desarrollo robusto de las IA’s. Desde la medicina hasta la administración pública, la IA tiene el potencial de revolucionar la manera en que operamos. Los diagnósticos médicos pueden ser más precisos, la agricultura puede ser más eficiente, la educación más personalizada, y la gestión pública más transparente, eficaz y útil para beneficio de las personas.
Sin embargo, como siempre, el aprovechamiento de todo potencial va acompañado de retos y desafíos. Las posibilidades que brinda la IA para el desarrollo personal y social contrastan con los riesgos asociados a la privacidad, la ética y la seguridad que su uso conlleva. La IA puede significar una revolución en términos de productividad y optimización.
Para las personas en lo individual, esto puede traducirse en una mejor calidad de vida, acceso a servicios públicos y/o privados personalizados y, asimismo, en oportunidades de aprendizaje y empleo inéditos. En el plano social, por ejemplo, podemos hablar de ciudades más inteligentes, respuestas más rápidas ante situaciones emergentes o de crisis y de una mayor interconexión comunicativa que, en suma, redunden en la incremental y progresiva posibilidad de servir y ser de sustancial utilidad a las personas.
A pesar de ello, sabemos que, como toda herramienta poderosa, la IA puede implicar la actualización de efectos secundarios indeseados o bien, ser mal utilizada. En tal sentido, existen retos evidentes que debemos encarar en términos de empleo (la automatización puede desplazar ciertos trabajos), sesgos y discriminación (los algoritmos pueden perpetuar estereotipos), y cuestiones de privacidad.
Si bien, México ha hecho algunos esfuerzos notables para adecuarse a la era digital, hay que decir que la legislación de nuestro país aún se queda corta frente a las especificidades de la IA y los complejos desafíos con los que desde ahora se nos presentan , en materia de autonomía, privacidad, intimidad, toma de decisiones y responsabilidad.
En otras palabras, la discusión sobre la IA es global y México necesita insertarse en ella cuanto antes. No hacerlo, sería renunciar a un papel activo en la construcción del futuro digital del planeta. Y, más preocupante aún, sería dejar en manos de otros países y corporaciones las decisiones que afectarán a nuestra sociedad.
Asimismo, es preciso subrayar que postergar esta conversación por temas políticos sería, de hecho, postergar a las personas. Sería negarles la oportunidad de beneficiarse de las ventajas de la IA y exponerlas, sin defensa, a sus riesgos correlativos.
En línea con lo anterior, es apremiante crear una comisión multidisciplinaria que investigue, analice y proponga un marco normativo específico para la IA en México y que se sirva de los avances y ejemplos ya avanzados en otros países y regiones del mundo. Esta comisión, por supuesto, deberá integrar expertos en tecnología, ética, derecho, sociología, entre otros.
Es fundamental promover y comenzar con un diálogo nacional sobre la IA, donde se discutan no solo sus aspectos técnicos sino también, sobre todo, sus múltiples y muy diversas implicaciones sociales, éticas y culturales. La sociedad civil en sus diversas manifestaciones, las empresas, la academia y las instituciones del Estado mexicano en su conjunto, deben ser partícipes activos en tal ejercicio.
Una vez que sea planteado y establecido el marco normativo, será esencial garantizar su actualización y adaptabilidad. La IA evoluciona rápidamente y nuestras leyes deben hacerlo también. Lo anterior, sin embargo, no a partir de una continua reforma o revisión de la regulación que seamos capaces de generar que imposibilite su aplicación; sino, en todo caso, incorporando un marco de principios éticos orientadores que sirvan de plataforma y límite material a los avances posibles y futuros de estas tecnologías. Los cuales, para poder proveer a ello, indefectiblemente deberán encontrarse arraigados en las personas, su dignidad y en toda la serie de principios y lógicas progresivas que, para fines interpretativos y aplicativos, hemos ido construyendo en materia de libertades y derechos humanos desde la Ilustración.
La IA no es solo una herramienta técnica; en realidad, es un fenómeno que, a cada paso, reconfigura nuestra sociedad, nuestras relaciones, capacidades y nuestra concepción del mundo. México, con su riqueza cultural y su potencial tecnológico, tiene la oportunidad y la responsabilidad de abordar este desafío con visión, con ética y con determinación. La regulación de la IA no es un tema técnico más en la agenda, es el camino hacia un futuro en el que las personas, con apoyo en las máquinas que hemos creado, podamos encontrar nuestra mejor versión.
Fuente: heraldodemexico.com.mx