“El determinante del lugar al que iban las almas no era, por lo mismo, la conducta que los individuos habían tenido en vida, sino el tipo de ocupación que en ella habían ejercido o el género de su muerte”, destacó el arqueólogo
El mundo de las calaveras de azúcar, de las imágenes de José Guadalupe Posada y de muchos otros elementos iconográficos que hoy inundan lo mismo edificios públicos, que escuelas, mercados y, por supuesto, panaderías, poco tiene que ver con nuestra herencia prehispánica, a decir de Leonardo López Luján, integrante de El Colegio Nacional.
“A partir de esta visión de tintes pintorescos y de una moderna banalización mercantil, no ha faltado quien ha querido encontrar en los hilos de la continuidad histórica una larga tradición indígena de calaveras amistosas y sonrientes, un hilo que no existe, de acuerdo con los comentarios no sólo de Carlos Navarrete, sino de Carlos Monsiváis, de Claudio Lomnitz. Extrapolar el sentido urbano del México posrevolucionario al mundo prehispánico resulta excesivo”, afirmó el arqueólogo.
Al dictar la conferencia Los muertos viven, los vivos matan: Mictlantecuhtli y el Templo Mayor, como parte del ciclo La arqueología hoy, transmitida en vivo el 29 de octubre, el investigador ofreció una exploración por los vestigios de la antigua ciudad de Tenochtitlan, para hablar de uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de los últimos tiempos, el Mictlantecuhtli, además de las concepciones mesoamericanas de la muerte, “las cuales nos transportarán a un mundo maloliente, de putrefacción y de regeneración”.
“Si bien es cierto que la religión mexica o la maya no tienen nada de equivalente al terrorífico infierno de nuestra herencia católica, tampoco se puede decir que antes de la llegada de los españoles no se tuviera miedo a la muerte, ni que los seres como Mictlantecuhtli no inspiraron un enorme respeto en el creyente.”
“Las complejas concepciones prehispánicas alrededor de la muerte y el más allá nos prohíben cualquier visión simplista. Numerosos estudios acerca del pensamiento indígena revelan elaboradas escatologías y deidades de la muerte con rasgos contradictorios; inclusive, algunas de sus competencias pudieran ser paradójicas desde nuestra óptica occidental”.
Durante su cátedra, López Luján mostró imágenes de los dioses del inframundo, con un carácter aterrador en los códices, donde aparecen en escenas de sacrificio, destrucción y muerte: en otras láminas de estos mismos documentos, estos seres esqueléticos desempeñan funciones generativas tanto en el ciclo vegetal, como en la concepción y el nacimiento de los seres humanos.
“Las religiones mesoamericanas carecían de una doctrina de salvación. El determinante del lugar al que iban las almas no era, por lo mismo, la conducta que los individuos habían tenido en vida, sino el tipo de ocupación que en ella habían ejercido o el género de su muerte; como ejemplo está ‘el árbol de las mamas’, al cual iban los bebés que habían muerto en la etapa de lactancia, antes de haber consumido el maíz. Se les daba a ellos una segunda oportunidad para tener una nueva vida.”
Dentro de esa cosmovisión se encuentra la Casa del Sol, a la cual se dirigían las almas de los varones que morían en el campo de batalla, pero también las de las mujeres que fallecían en el primer parto, porque ambos eran considerados héroes y se les daba la misión de asistir al sol: los hombres desde su nacimiento hasta el cenit y las mujeres desde el cenit hasta el ocaso, donde el sol ya era recibido por los seres de la muerte.
Y también estaba el “más allá” más conocido: al que se dirigían todos aquellos que habían muerto de “muerte de la tierra”, es decir de una muerte natural: iban al Mictlan, al mundo del señor de la muerte.
“El Mictlan o el Xibalba de los mayas era un lugar muy alejado del infierno de la cosmovisión cristiana: era un lugar oscuro, frío, muy húmedo… pero también era un lugar apestoso, en el que se bebe pus y se comen abrojos. Fray Juan de Torquemada dice que los tlaxcaltecas suponían que en el inframundo las almas de la gente común se convertían en comadrejas o en escarabajos hediondos”.
Y es que las representaciones, contó el arqueólogo durante la sesión, los seres de la muerte son cadáveres en putrefacción, seres temibles, que tienen hígados prominentes los cuales nos hablan de todo un mundo que no sólo es de descomposición, sino también de regeneración: es donde están los huesos semilla, de los que surgirán las nuevas generaciones.
“Pocas divinidades pueden compartir con el dios de la muerte este lugar de preeminencia en el intrincado panteón mesoamericano: era una figura ubicua en esculturas y códices del México antiguo. La imagen esquelética o la semi descarnada de este dios ya está presente desde el arte de Tlatilco: una sucesión eterna entre la vida y la muerte.”
Es en el mundo nahua, en la plástica de esta cultura, donde se representa de manera magistral la extinción física de la vida, que reproduce las facciones y posturas del individuo fallecido. También se representan estas deidades terroríficas que nos hablan del temor de los creyentes; otro de los aspectos importantes de los códices es que igual registraban las formas de la muerte: a un gobernante “se le ayudaba a morir.”
“El deceso como consecuencia de un delito grave puede ser provocado con cuerdas o con palos. En el caso de los borrachos y los adúlteros por lapidación. La muerte más común era la de los guerreros que asistían al campo de batalla o casos históricos muy sonados, el de enemigos capturados que preferían el suicidio. Otro caso común era el sacrificio a los dioses.”
Mictlantecuhtli era conocido bajo varios nombres y no era la única deidad de la muerte adorada por los mexicas; aunque de menor importancia, había otras deidades que pertenecían a este grupo. Y más allá de las diferentes representaciones iconográficas, en palabras de Leonardo López Luján, se trata de una deidad que, poco a poco, empieza a formar parte de la cultura popular… incluso para darle nombre a un lugar donde se colocan “piercings”, aseveró el colegiado.
Fuente: El Colegio Nacional