Lichtenberg es uno de los grandes humoristas de la literatura en general, una excepción en el campo alemán: “un pensador sin sistema que no quería hacer una teoría del conocimiento”, a decir de Villoro
Se le conoce como el periodo de la Ilustración, el siglo de las luces, la era de la razón y, al mismo tiempo, un tema inagotable, aun cuando el integrante de El Colegio Nacional Juan Villoro se propuso reflexionar sobre ese tiempo, a partir de tres personajes que representan sus principales características: Lichtenberg, Rousseau y Diderot.
Con la conferencia Lichtenberg: el inventor de la chispa dio inicio el ciclo titulado Tres ilustrados, coordinado por Juan Villoro, y transmitido en vivo el 4 de agosto a través de las plataformas digitales de la institución.
“Muchas de las nociones que representan a una época, en realidad, fueron ideas a contrapelo de esa época, se trataba de un pensamiento discordante que, a través de los años, se convertiría en lo más valioso de ese momento histórico. Entonces, hay una paradoja muy interesante: cómo la gente que se oponía a su momento, se convierte en representante de ese momento”, señaló el colegiado.
Ideas que sucedían a contrapelo de un sistema autoritario y de un ambiente que era todo menos humanístico; así, al siglo XVIII y a la Ilustración nos hemos acostumbrado a definirlo como el siglo de las luces, pero no necesariamente todo mundo se la estaba pasando muy bien por tener ideas originales en ese momento, como se refleja en el hecho de que los tres protagonistas del ciclo pasaron por dificultades ante el poder autoritario, sobre todo Rousseau y Diderot, porque Lichtenberg fue un intelectual mucho menos público, si bien sus ideas eran tan discordantes que las silenció durante su vida.
De lo más importante de Lichtenberg fue algo que no se atrevió a publicar en vida, se le conoció por otras cosas. Lo que llega a nosotros de esa época es lo que estaba prohibido en ese momento; por ello, la Ilustración es, ante todo, una promesa hecha contra el momento en que sucede: promesa, porque deposita una fe irrestricta, una gran confianza, una esperanza en el porvenir.
“La Ilustración tiene un enamoramiento con el futuro, se siente justificada por lo que va a suceder, no por lo que está sucediendo.”
Desde la perspectiva de Juan Villoro, si vemos la realidad actual y los peligros a los que nos puede llevar el ecocidio, el calentamiento global, la destrucción de la biosfera y la naturaleza, o pulsiones autoritarias que nos lleven a controles biopolíticos de las poblaciones, los autoritarismos que no han dejado de ejercerse, polarizaciones políticas, populismo o una dependencia creciente de la tecnología, todo ello nos ubica en contexto tan precario y tan cuestionable, que “vale la pena regresar a ciertas ideas fundamentales del pensamiento, como son las ideas de la Ilustración”.
“No cabe la menor duda que el conocimiento de la especie humana ha avanzado del siglo XVIII a nuestros días, pero el gran predicamento es qué hacer con ese conocimiento, cuál es el uso social que le damos y no estamos en condiciones de ufanarnos, como especie, de darle un mejor uso social al conocimiento, del que se le dio en el siglo XVIII.”
En lo que ofreció como una especie de introducción sobre el tema, Juan Villoro recordó que todo el empeño de la Enciclopedia, el poner en interrelación las ciencias y las artes, hacer que numerosas personas entraran al círculo del saber, propició un aumento al caudal de conocimiento de la especie, “pero no lo estamos usando de la mejor manera, menos aun cuando desarrollos científicos han llevado a la fisión nuclear y al uso de bombas atómicas”.
“En estas circunstancias, hablar del progreso lineal es negar el sentido mismo de la Ilustración, que fue muy crítica respecto a posibles ideas abusivas del progreso. El propio Lichtenberg llegó a comentar que habíamos pasado a una barbarie ilustrada: tener conocimientos no siempre sirve para utilizarlos de la mejor manera; estamos ante predicamentos que hacen necesarios, como un manual de primeros auxilios, el uso de recursos que provienen de la Ilustración.”
Al rescatar diversos aspectos que definieron al pensamiento ilustrado, Villoro aseguró que el camino de la razón también nos puede llevar a numerosos excesos, ante lo cual los propios ilustrados establecieron válvulas de seguridad para decir que no todo lo que se piensa de manera emancipada es útil o necesario, al final debe regresar al tribunal de la sociedad y ponerse a prueba con los demás.
Entendiendo que el saber es necesariamente complejo y siempre interdisciplinario, no puede haber una mirada que articule todas las demás. Se trata de un proceso generoso que nos lleva a pensar en cómo transmitimos el conocimiento hoy en día: en el siglo XXI adolecemos de una terrible fragmentación del conocimiento, ahora los especialistas saben cada vez más de cada vez menos.
“Las áreas de estudio y de especialización son cada vez más restringidas, lo cual hace más difícil tener vasos comunicantes entre las distintas disciplinas. En el siglo XVIII, una persona culta podía entrar a un salón a donde se discutían ideas y estas ideas podían ser comprensibles para alguien que se dedicaba a la economía, a la teología o a la física. En la actualidad, los campos se han apartado de manera lamentable, sin que pensemos que popularizar el conocimiento significa rebajarlo o vulgarizarlo: se necesita de una habilidad especial para poder transmitir, de manera diáfana y atractiva, ideas complejas.”
El físico y aforista
Para transmitir de manera diáfana ideas complejas, Georg Christoph Lichtenberg, nacido en 1742 y fallecido en 1799: un gran profesor de física, quien destacó por su labor interdisciplinaria, sobre todo se consolidó como escritor, aunque fue físico.
“Él fue, algo que rara vez se asocia al pensamiento alemán, un hombre con gran sentido del humor. La cultura alemana se asocia con grandes catedrales del conocimiento, del saber, sistemas filosóficos extraordinarios, poetas y músicos de romanticismos extremo, pero no con el humorismo, no con la ironía.”
Y Lichtenberg, destacó Villoro durante su cátedra, es uno de los grandes humoristas de la literatura en general, una excepción en el campo alemán: un pensador sin sistema, que no quería hacer una teoría del conocimiento; al contrario, era muy escéptico, sentía que debía dudar antes de tener una certeza. Se acogía al principio de incertidumbre para cualquier cosa y, además, dejó una obra fragmentaria.
“Era una persona dispersa con muchas curiosidades y muchas habilidades, pero que no se concentraba en algo para hacer una obra fundamental en ese campo. Podemos definirlo como alguien que se interesó en lo que hoy se llama la transdisciplina: fue editor de varios almanaques de temas científicos y artísticos muy variados; incluso, uno de sus primeros trabajos en la universidad fue sobre la relación entre matemáticas y poesía.”
Una de las características de Lichtenberg fue su debilidad física: era un hombre muy bajito, tenía una joroba producida por una enfermedad que tuvo desde la infancia, que le desvió la columna y le impidió seguir creciendo. Además, fue un hipocondriaco ejemplar, estaba convencido de tener enfermedades imaginarias y, en el año de la revolución francesa, en 1789, llegó a diagnosticarse 13 enfermedades imaginarias.
“En sus aforismos llegó a escribir que las personas hermosas y atléticas tienen una tendencia a pensar todas del mismo modo: en cuanto se tiene un defecto físico, se tiene también una opinión propia. Él hace que su propio físico sea estímulo de su pensamiento discordante, su pensamiento diferente.”
El tema de la conferencia, Lichtenberg: el inventor de la chispa, viene de las llamadas figuras de Lichtenberg, que con campos eléctricos creaba dibujos. Mucha gente pensó que la posteridad de Lichtenberg se debería a sus famosas figuras, que eran chispas, “pero las chispas más importantes en su trayectoria serían las chispas mentales”.
Uno de los temas, por ejemplo, que están presentes en la obra de Lichtenberg, que se refiere a una de las tragedias del ser humano es la de vivir en un ámbito físico y mental: vive en la realidad, pero también en su representación. En la pandemia soportamos el tedio del aislamiento, el encierro, la convivencia forzada con otras personas, gracias a que podemos distraernos con otras cosas, pero no basta estar sano para sentirnos bien.
“Si nosotros dependemos de una tensión entre el cuerpo y la mente, naturalmente puede haber un cortocircuito entre lo que pensamos y el mundo en el que estamos. Lichtenberg es uno de los primeros en entender que hay una crisis existencial: el cortocircuito entre la razón y el sentimiento, con lo que se convierte en un precursor de lo que significa no sólo vivir en la realidad, sino en sus posibles desarrollos: es alguien que se adelanta a su tiempo para hablar de los ajustes que tenemos con el mundo y él lucha por hacer sensible lo que sólo es latente”, en palabras de Juan Villoro.
Fuente: El Colegio Nacional