Nebel registró con sus dibujos las ruinas arqueológicas de sitios como Cholula, El Tajín, Xochicalco, La Quemada, Tuzapan y Malpica
Además de “esplendidos” paisajes y costumbres mexicanas, el ingeniero y arquitecto Carl Nebel (1802-2855) registró con sus dibujos las ruinas arqueológicas de sitios como Cholula, El Tajín, Xochicalco, La Quemada, Tuzapan y Malpica, convirtiéndose en “un alemán excepcional en el sentido de la calidad de su obra, pero no es excepcional en sus intereses, porque Nebel es un hombre de su tiempo”, sostuvo el arqueólogo Leonardo López Luján, miembro de El Colegio Nacional.
En el Aula Mayor de la institución, el colegiado dictó la conferencia “Carl Nebel y la arqueología mesoamericana (1829-1834)” como parte del ciclo La arqueología hoy. En su ponencia, López Luján señaló que Nebel, junto a otros europeos “en el siglo XIX recorrieron nuestro país, e hicieron obras que dieron a conocer a la joven República al mundo entero”.
Nebel llegó por primera vez a México a los 23 años. El ingeniero y arquitecto alemán se asocia “con puros europeos, no socializa realmente con nacionales, sino que se reúne con paisanos suyos, con germanoparlantes, es decir, con gente que tenía como lengua materna el alemán, como él”. Bohemios, algunos de ellos dandis, se encargaron de recorrer el territorio nacional por donde iban recolectando piezas arqueológicas para formar colecciones personales que después sacaron del país.
Carl Nebel, repasó López Luján, nació el 18 de marzo de 1805, “a inicios del siglo XIX en Altona, que es en los suburbios de la ciudad de Hamburgo, una ciudad desde entonces bulliciosa, pujante y muy rica del noroeste de Alemania; es el primogénito de una familia numerosa que era lo propio de la época, compuesta por ocho hijos”.
Después de estudiar ingeniería y arquitectura, el joven Nebel se trasladó a Francia (París) y luego a Ámsterdam y otras ciudades de los Países Bajos. En la capital francesa “estuvo bien arropado por profesionales que le enseñaron el ejercicio mismo de su profesión y aún más importante, se fue a Bercy, dentro de la ciudad de París, sobre el río, una zona de bodegas de vino, y ahí Nebel participó en el diseño y la construcción de todos estos almacenes, ahora todos prácticamente transformados”.
A su regreso de París surge la posibilidad de viajar a América, territorio con el que su padre tenía contactos “tal vez comerciales y quien un poco lo urge a que amplíe sus horizontes y Nebel, presto, toma la decisión de atravesar el Océano Atlántico y de visitar una muy, muy joven nación que ya entonces era una república: la República Mexicana”.
El joven Nebel llega a Veracruz en medio de la turbulencia política que vive el país y ahí mismo sufre, durante las primeras semanas, de tifo; más tarde, al trasladarse a la Ciudad de México, “le roban todas sus pertenencias, entonces hubo que comenzar absolutamente desde cero y pensó: ‘¿a qué me dedico? ¿De qué vivo en esta ciudad?’, y se le ocurrió hacer un álbum sobre esta nación que sí era conocida en Europa, porque ya se habían publicado varios libros sobre México”, incluidos los de Alexander von Humboldt.
De acuerdo con el colegiado, Nebel se propuso hacer un álbum, “es decir, un libro donde predomina la imagen sobre el texto y que compitiera con el de Humboldt, quien vivió en la Ciudad de México un año, entre 1803 y 1804”. Pero si en los libros de Humboldt lo que predominaba era el texto sobre la imagen, Nebel se propuso lo contrario, que la imagen diera una visión de lo que quería mostrar.
Aquí, Nebel se dedica a pintar en acuarela escenas costumbristas, paisajes de ciudades como Guadalajara, Zacatecas, Aguascalientes o la Ciudad de México, y piezas y sitios arqueológicos. Una vez con los dibujos, Nebel regresa a Europa “para confeccionar su álbum pintoresco en París y va a las litográficas parisinas, lugares donde las acuarelas son transformadas a esta técnica que fue inventada desde finales del siglo XVIII, pero generalizada en el siglo XIX”.
“Nebel hizo 50 láminas, pero no había litográfica que se encargará de todas las 50 láminas, entonces tuvo que ir a tres litográficas”, donde 12 grabadores distintos transformaron sus obras en grabados; con las planchas litográficas acude a Humboldt para que escriba un texto, que servirá después de prólogo para su Viaje pintoresco y arqueológico sobre la parte más interesante de la República Mejicana, aparecido en 1836.
Los problemas de plagio que tuvieron sus dibujos en territorio mexicano le hacen volver a América y, en su segunda visita, decide dibujar escenas de la intervención norteamericana. Ya con los dibujos de la invasión regresa otra vez a Europa para preparar la edición de su segundo álbum, que se publica en Nueva York, en 1851.
Una pirámide como pedestal de la estatua de la libertad
Entre los lugares, hoy desaparecidos, que pudo visitar y dibujar Carl Nebel estuvo el sitio de Tuzapan, en el estado de Veracruz. De ese lugar, explicó Leonardo López Luján, dibujó una estructura piramidal que hoy ya no existe, pero que incluyó en su primer álbum.
Curiosamente, varios años después, el escultor francés Frédéric Auguste Bartholdi se topó con uno de los ejemplares de Nebel, “le encantó y lo empezó a admirar” hasta llegar a la pirámide de Tuzapan, dibujo que le sirvió para realizar un boceto que se conserva en el Museo de Arquitectura, en el Octagon House, de Washington, y que serviría como modelo del pedestal de la escultura en la que trabajaba.
Esa escultura era ni más ni menos que la Estatua de la Libertad, que los franceses estaban próximos a regalar a los norteamericanos. Bartholdi “pone la Estatua de la Libertad y abajo la pirámide de Tuzapan, ¿copiada de dónde?, del álbum de Nebel porque Bartholdi nunca vino a México ni fue a Tuzapan, lo copió de ese álbum”.
“Los franceses, con mucho retraso, le regalaron a los Estados Unidos la Estatua de la Libertad y le dijeron: ‘ahí les va su regalo, nosotros pagamos esta escultura con cobre de Noruega y ustedes van a hacer el pedestal’.
Se los tranzaron, porque hacer el pedestal cuesta muchísimo más y los norteamericanos no tenían dinero, cuando vieron el pedestal que les proponía Bartholdi iba a ser carísimo, la solución fue un pedestal de estilo griego que diseñó Richard Morris Hunt y que se pagó gracias a una colecta que encabezó el dueño de The Globe, el periodista Joseph Pulitzer, contó López Luján.
Los registros de Nebel, sin embargo, también incluyeron el sitio de Malpica, que ya no existe y El Tajín, ciudad de la que quiso adjudicarse su descubrimiento: “Mentira vil y cochina, porque desde 1785 ya había sido publicada su imagen en la Gaceta de México, y sabemos que un cabo, de apellido Ruiz estaba buscando cultivos clandestinos de tabaco y no los encontró, pero halló la pirámide, la dibujó y se publicó en la Ciudad de México en 1785. Sabemos que Nebel fue al Tajín en 1831, o sea, él no la descubrió”, señaló el colegiado.
Fuente: El Colegio Nacional