Brenda Valderrama
Doctora en Investigación Biomédica Básica por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con especialidad en biotecnología.
México no ha contado nunca con una política nacional para la divulgación de la ciencia. Los únicos intentos serios de armonizar esfuerzos de gobiernos estatales y acoplarlos con el del gobierno federal se dieron entre 2008 y 2018 cuando desde el Conacyt se establecieron acciones enfocadas a mejorar el alfabetismo científico y a la implantación de una cultura científica.
Estas acciones se coordinaban desde la Dirección Adjunta de Desarrollo Regional y facilitaban que las entidades estatales contaran con recursos para llevar a su población actividades de divulgación con la encomienda de priorizar las zonas de menor desarrollo.
Aquí en Morelos, y gracias a la participación de su importante comunidad científica, se fortaleció la divulgación con diferentes programas como fueron la revista Hypatia, el Trailer de la Ciencia, Un día de pinta, el Museo de Ciencias, la Casa de la Tierra, exposiciones como Darwin y Tesla, el Diplomado en Divulgación de la Ciencia, así como con la publicación de libros y manuales educativos para divulgadores.
Como cualquier acción de gobierno, la divulgación de la ciencia también debe ser evaluada. En Morelos se llevaron a cabo encuestas de apreciación de la ciencia a nivel secundaria, siendo la última la realizada en 2018. A nivel nacional, se aplicó la Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología en México (ENPECYT) cuya última aplicación se realizó en 2017.
En estas encuestas se identifica que existe una buena opinión pública de la ciencia en México aunque no de los científicos, a quienes se les reserva un cierto grado de desconfianza. El campo donde se aprecian mejor los impactos positivos de la ciencia y el desarrollo tecnológico es la salud.
También se identifica que la población tiene un interés moderado en temas científicos y que existe una mejor apreciación conforme se incrementa el nivel educativo del encuestado. Todas estas características conforman el modelo teórico subyacente a nuestras acciones en divulgación de la ciencia y que es conocido como de déficit.
Estudios similares en Europa indican que este modelo tiene deficiencias importantes puesto que la opinión pública sobre la ciencia es volátil y fácilmente influenciable por los medios, ya sean convencionales o digitales.
También detectan que el interés por los temas científicos no es consistente con la búsqueda activa de información y parecería que algunos encuestados responden positivamente porque perciben qué es lo que se espera de ellos.
Finalmente, aunque es cierto que conforme se incrementa el nivel educativo de las personas se tiene una opinión más sustentada sobre conceptos científicos, en Europa es evidente que es precisamente este grupo el que presenta una posición más crítica llegando al escepticismo y subsecuente rechazo en temas claves como el uso de tecnologías de modificación genética o el beneficio de las vacunas.
Esta columna, como numerosas acciones realizadas por nuestra comunidad científica en los últimos años, busca subsanar el vacío generado por la falta de interés de los gobiernos estatal y federal en mejorar la cultura científica de la sociedad.
Sabemos porque lo percibimos, aunque no fue medido formalmente, que la respuesta de nuestros colegas ante la crisis sanitaria por COVID-19 impactó positivamente la apreciación de la sociedad por los científicos y la ciencia en general. Sin embargo, lo que no se mide no se puede mejorar y la falta de presupuesto y el desinterés por el tema ocasionarán sin duda un lamentable retroceso con impredecibles consecuencias a largo plazo, afectando en primera linea a los divulgadores profesionales quienes han visto mermado su campo de acción laboral.
Fuente: elsoldecuernavaca.com.mx