Con sus experimentos, Mendel quiso responder tres preguntas fundamentales: ¿Cuál era la base física de la herencia?, ¿Cuáles eran los mecanismos de transmisión?, y ¿Cómo aparecía la variación en la naturaleza? Sus estudios sólo pudieron contestar la segunda, sostuvo Ana Barahona
¿Qué hubiera pasado si Gregor Mendel y Charles Darwin se hubieran encontrado e intercambiado sus ideas? Esa fue la pregunta de la que partió José Sarukhán, miembro de El Colegio Nacional, al iniciar la mesa Menwin y Dardel. Un contagio tardío, que formó parte de la celebración de los 200 años del nacimiento del naturalista austriaco reconocido por describir las leyes básicas de la herencia.
La sesión se transmitió en vivo el 9 de septiembre por las plataformas digitales de El Colegio Nacional y formó parte del ciclo Los viernes de la evolución, coordinado por los colegiados Antonio Lazcano Araujo y José Sarukhán. Contó con la participación de Ana Barahona, bióloga de la Facultad de Ciencias de la UNAM; y Olivia Joanna Gall, del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, de la UNAM.
En palabras de Sarukhán, Mendel fue quien encontró el elemento que supuso Darwin que existía y que intervenía en el proceso de transmitir características genéticas a las progenies de todos los organismos, una propiedad crucial en la transmisión de aptitudes y atributos. “Él sabía que había algo que operaba en ese proceso y vio mucho de la evolución bajo los efectos de la domesticación”.
“Darwin tuvo conocimiento de la existencia de Mendel y quizá intercambiaron correspondencia, pero nunca se conocieron, ni colaboraron: no hicieron la hibridación de las ideas de Darwin con las de Mendel, hasta un siglo después”, expuso el colegiado, y puntualizó que este híbrido vale la pena. “Esa interacción fue realizada por otras personas a principios del siglo XX. Y Mendel fue un autodidacta que, como muchos otros genios de la ciencia, del conocimiento, tuvo que refugiarse en la Iglesia para tener una libertad clara para proseguir con su trabajo”.
Por su parte, Ana Barahona, bióloga de la Facultad de Ciencias de la UNAM, comentó que los estudios de la herencia fueron una preocupación de muchos naturalistas en los siglos anteriores a las propuestas de Charles Darwin. “Con la finalidad de entender cómo se heredan las características individuales, los naturalistas estudiaron los árboles, pero el conocimiento generado no fue suficiente para desarrollar una teoría de la herencia. Fue hasta inicios del siglo XX que se propuso una teoría capaz de explicar cómo se transmitían los caracteres de una generación a otra y cómo se origina la variación, gracias a la genética. Se puede decir que la genética forma parte del núcleo de las ciencias biológicas al ser la herramienta para entender la diversidad de la vida y sus procesos como un todo”.
La experta recordó que Johann Mendel nació en julio de 1822, en el seno de una familia de agricultores alemanes pobres. Su nombre de Gregor le fue dado cuando se convirtió en monje y no era un “monje oscuro” como se ha descrito. Este personaje descubrió cómo se transmiten los caracteres hereditarios y en 1866 formuló los principios fundamentales de la teoría de la herencia en su escrito Experimentos sobre la hibridación de las plantas (1866). Sin embargo, sus textos fueron ignorados por completo y tuvieron que transcurrir más de treinta años para que se reconocieran y entendieran.
Agregó que, con sus experimentos, Mendel quiso responder tres preguntas fundamentales: ¿Cuál era la base física de la herencia?, ¿Cuáles eran los mecanismos de transmisión?, y ¿Cómo aparecía la variación en la naturaleza? Sus estudios sólo pudieron contestar la segunda. “Mendel estudió en la Universidad de Viena, en Austria, donde conoció al físico Christian Doppler, del que aprendió a diseñar experimentos físicos. Franz Unger fue quien lo invitó a leer El origen de las especies (1859). Sus experimentos duraron ocho años y trabajó con 34 variedades de chícharos. Las características que tenían sus ensayos era encontrar que hubiera una variación constante, que no hubiera reducción de la fertilidad y que los caracteres fueran discretos”.
Explicó que un evento que marcó el derrotero de la genética fue la propuesta de James Watson y Francis Crick, en 1953, del modelo de la estructura del ácido desoxirribonucleico (ADN), el material hereditario que contienen los cromosomas del núcleo celular. “Al descubrirse la naturaleza química del ADN, se logró entender la manera en cómo los genes se transmiten de generación en generación”, finalizó.
Al tomar la palabra Olivia Joanna Gall, del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, de la UNAM, se refirió a Mendel y Darwin y a su relación con la ciencia, la política, la cultura y el racismo entre 1860 y 1945. “La ciencia y el conocimiento muchas veces han sido los objetos plásticos del poder. La política también ha sido el objeto plástico de los hechos científicos y de las afirmaciones de los expertos”.
Comentó que, entre 1860 y 1945, hubo explicaciones llamadas blandas o etnogenéticas, como hoy se dice de la herencia humana, y las explicaciones llamadas duras o genéticas de la misma, que constituyeron el debate científico acerca de la herencia de la especie. “Cada una de ellas fue el soporte y la destinataria de posturas y de políticas desgraciadamente racistas, algunas de las cuales fueron usadas por corrientes de derecha y otras por corrientes de izquierda”.
Lo anterior marcó nuevas formas de ver, interpretar y otorgar connotaciones de valor a los grupos humanos de diferentes orígenes, regiones y culturas. “Este nuevo modelo de construcción de la diferencia humana dividió a la parte física y a la parte moral de la humanidad. Fue así como la biología se constituyó en un nuevo “artefacto cultural” de marcaje irreductible de la diferencia”.
De acuerdo con Joanna Gall, la escuela del darwinismo argumentaba que, dentro de las razas, en las especies humanas, hay una gradación que va desde las menos hábiles y menos evolucionados hasta los más aptos y evolucionados, gradación que se establece con las cualidades innatas de cada grupo y se refleja en su capacidad de raciocinio, inteligencia y su belleza, que los lleva a avanzar en línea ascendente hacia la perfección humana. “El segundo punto, era que el grado evolutivo de las poblaciones humanas conduce a que las razas: social, cultural y moralmente superiores, dominen sobre la base de características naturales a los inferiores”.
Recordó que Darwin reconocía que una teoría funcional de la herencia era fundamental para su teoría de la evolución por selección natural y gran parte de su vida científica buscó esas semillas. “En 1945 fue el punto de transición central en la política de la biología, pero es discutible, el racismo no desapareció después de la brutal crítica de la razón, que, a partir de la relación entre la política y la biología, explicaron el holocausto de judíos y gitanos”.
Agregó que, posterior a la Segunda Guerra Mundial, el concepto raza sufrió un cambio radical, “después de haber sido una herramienta para otorgarle conocimiento y valor a la diversidad biológica durante más de 200 años, en unas pocas décadas perdió su autoridad y se fragmentó. En la biología el concepto fue desplazado por el de población. En las ciencias sociales, raza se convirtió en una construcción social o cultural, es decir, una idea”.
“Esto no quiere decir que el racismo ha muerto, al contrario, en muchos países predomina el discurso de diferencias culturales de origen nacional que pinta la cultura como algo casi innato o aún heredable, pero sin referirse a la biología, ni a la sangre”, finalizó la experta.
Fuente: El Colegio Nacional