De acuerdo con Verónica Volkow, la activa paleta poética de Baudelaire exhalaba creatividad, libertad, fantasía, sorpresa, novedad y pérdida de la inocencia. “Logran así que compitan sus versos con los avances de la ciencia, técnica y revoluciones”
“1821 es el año de una gran cosecha literaria, es el centenario de Flaubert, Dostoievski y Baudelaire. Las flores del mal, de 1857 es un libro esencial dentro de la historia de la literatura y la poesía”, aseguró Eduardo Ramos-Izquierdo, profesor emérito de literatura latinoamericana, en la Universidad de París, La Sorbona, al participar en la mesa redonda Nuestro querido Baudelaire. El poeta entre Francia y México, transmitida en vivo el 29 de noviembre, a través de las plataformas digitales de El Colegio Nacional.
La sesión, que se realizó en colaboración con La Sorbona, de París, fue coordinada por el colegiado Vicente Quirarte, y participaron Jorge Esquinca, poeta y traductor; Eduardo Ramos-Izquierdo, profesor emérito de literatura latinoamericana, en la Universidad de París, La Sorbona; Verónica Volkow, poeta y doctora en letras, y Paul-Henri Giraud, hispanista francés, quienes recordaron al autor de Las flores del mal a 200 años de su nacimiento.
Durante su participación, que tituló Ecos y luces, Ramos-Izquierdo recordó cuatro pistas principales para comprender la literatura del poeta y crítico Charles Pierre Baudelaire; la primera fue su relación con París, con un país de hace 150 años que se puede recuperar gracias a su obra. “El segundo punto es considerarlo un creador polivalente, con duplicidades como la luz y la sombra, el poeta y el crítico, la poesía y la pintura, y la poesía y la música. Es decir, nos encontramos en su obra la fuerte tensión entre lo que es el bien y el mal.”
De acuerdo con el experto, la tercera pista sería la sinestesia, concepto que Baudelaire hace resurgir en la creación literaria francesa y en los escritores. Tiene que ver con el uso del sentido como una súper simultaneidad de diversas percepciones. “La cuarta pista es la figura femenina, una de las relaciones más intensas que tuvo fue con Jeanne Duval, un personaje misterioso que ha suscitado reflexiones y provocó algunos de los textos más famosos de Baudelaire.”
El profesor emérito de La Sorbona también recordó que Baudelaire fue traductor de Edgar Allan Poe, y definió a la poesía como lo más real y lo que no es completamente verdadero en otro mundo, “con estas pistas podemos leer a Baudelaire en esta época”.
Al tomar la palabra, la poeta y académica Verónica Volkow, comentó que antes del romanticismo, la poesía era espejo; después de éste, buscaba ser lámpara, afirmación del alma sobre el mundo, “el poema moderno toma en Baudelaire el símbolo de un maleable autorretrato pictórico, que, si bien está atado a una mímesis realista, busca atléticas transformaciones para ganar en ligereza, novedad y originalidad”.
Explicó que el poema mismo en este autor ya no es ni espejo ni lámpara, sino lienzo. El autor arde en deseos de pintar. “No aborda las entidades tradicionalmente veneradas por la poesía, se aboca a una realidad mudada por la luz de lo demoniaco, que también es la de la modernidad. El trabajo del poeta moderno se identificará con una intervención plástica en lo real.”
Agregó que Baudelaire pinta lo demónico sobre lo real para generar audaces mutaciones, “su activa paleta poética exhalaba creatividad, libertad, fantasía, sorpresa, novedad y pérdida de la inocencia. Logran así que compitan sus versos con los avances de la ciencia, técnica y revoluciones”.
En palabras de la narradora, es la levadura del cambio histórico lo que el fervor demónico captura, “el espíritu moderno se soñó a sí mismo como un horizonte en perpetua expansión, donde se borraban las conexiones entre lo posible y lo imposible, una inconformidad demoniacamente cultivada fue no sólo tentación, sino necesidad para poetas que anhelaban para así la agilidad del ritmo”. Puntualizó que Baudelaire acató la expansión como ética existencial. “La exigencia de darle forma artística a la novedad le demandó un temple heroico.”
“En Baudelaire el demonio de la poesía que es el reflejo de lo real en el lienzo imaginativo permite una recreación del mundo, un espacio de libertad creativa y un futuro de transformaciones sin límites de las que su tiempo histórico está habido”, concluyó la poeta.
Por su parte, Paul-Henri Giraud, de la Universidad de Lille, Francia, se refirió a la relación de Baudelaire con el arte. Dice que se puede reflejar, en México, en la figura de Octavio Paz. “Al hablar de su pasión, el autor nos recuerda que fue primero un autor de crítica de arte mucho antes de aparecer como autor de Las flores del mal.”
Recordó que, a partir del romanticismo, pintores, poetas y músicos intentaron elaborar juntos el universo sobrehumano que esperaban del arte. Artistas como Baudelaire fueron también hombres de cafés literarios, y no fueron los teóricos, sino los poetas, quienes tenían el espíritu más fiable para la pintura de su tiempo. “Por una parte, la fraternidad de los poetas con los pintores y los músicos contra el mundo burgués; y, por otra parte, esa mirada de los poetas que supieron ver antes que nadie cuáles iban a ser los grandes pintores de su época.”
Baudelaire refigura la modernidad pictórica a partir del rechazo de lo acabado, “una obra acabada no está necesariamente hecha”. Otro rasgo de modernidad del poeta, según el artista francés André Malraux, fue la ruptura entre un arte de la representación y un arte de la presentación, que no carece de analogía con la ruptura y el arte moderno. “De hecho, Octavio Paz dedica a Baudelaire un ensayo llamado “Presencia y presente”, cuando acaba de ingresar a El Colegio Nacional, y realza esa cualidad de no acabado”. De acuerdo con el especialista, Paz habló en este discurso de colores, no de temas ni de formas.
Explicó que el color piensa por sí mismo, es lo esencial y lo más espiritual de una pintura, pero Octavio Paz aseguró que, a partir de Baudelaire, la relación se rompió, colores y líneas dejaron de servir a la representación y aspiraron a resignificar por sí mismos. “Lo bizarro, lo raro, lo bárbaro son esos rasgos que los pintores modernos van a ir a buscar muy lejos de Europa”, puntualizó Paul-Henri Giraud.
En su participación, el poeta y traductor Jorge Esquinca expresó que, a lo largo de su vida, Charles Baudelaire padeció una dolencia que se puede acercar a la melancolía. Recordó que el escritor francés murió, en París, en 1867, “su obra Las flores del mal había conseguido dos ediciones y un proceso penal por ofensas a la moral y las buenas costumbres”.
Sostuvo que, si bien, uno de los máximos exponentes del simbolismo, estableció los elementos del nuevo género, de la poesía moderna, será Arthur Rimbaud con su obra Una temporada en el infierno y después con Iluminación, quien plantará sobre ellos un poliedro de filos transparentes. “Uno de los legados más importantes de Baudelaire para la poesía moderna es un sistema de ecos, de hondos reflejos, el vislumbre de una analogía universal.”
Agregó que el poeta francés, en uno de los sonetos inaugurales de Las flores del mal, hizo ver a la naturaleza como entramado de símbolos parlantes, a través de los cuales pasa el poeta sujeto a una minuciosa observación.
“Lo que Baudelaire anticipa es esa expansión de las cosas infinitas, que requieren ser cantadas, porque en ellas se encuentran en plena contemplación el espíritu y los sentidos. Como si a través de la materia el poeta encontrase un camino hacia aquello que se encuentra detrás y que, invisible, compone la sustancia misma de las cosas”, concluyó Esquinca.
Fuente: El Colegio Nacional