M.C Adriana Castro Zavala
Estudiante de doctorado en Biomedicina en la Universidad Pompeu Fabra y el Parque de Investigación Biomédica de Barcelona.
Todos hemos experimentado situaciones traumáticas que nos marcan de una u otra manera, y siempre es difícil sobrellevarlas, más aún cuando estos traumas se presentan en la niñez.
Podríamos pensar que con traumas nos referimos a hechos extraordinariamente impactantes y que no es algo que se produzca de forma tan común en los niños, pero no es así. Una de las causas más frecuentes de traumas en la infancia, es el abuso y maltrato infantil. De acuerdo al Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), más de 1 de cada cuatro niños en todo el mundo sufren de algún tipo de abuso físico, mientras que el abuso sexual se observa en 1 de cada cinco niñas y 1 de cada trece niños.
El maltrato y traumas infantiles, tienen severas consecuencias que pueden perdurar de por vida, ya que es un periodo crítico en el que el sistema nervioso se encuentra en desarrollo y cualquier factor ambiental puede modificar la estructura y función cerebral, incrementando el riesgo de desarrollar problemas psiquiátricos y/o conductuales.
Existen dos conceptos que describen la manera de reaccionar ante situaciones traumáticas y al estrés que generan, el primero de ellos es la vulnerabilidad, que se define como la capacidad disminuida de recuperarse ante una situación perturbadora; el segundo de ellos es la resiliencia, que es la capacidad de sobreponerse a una situación sin que conlleve un riesgo. Se sabe que una infancia difícil genera vulnerabilidad al abuso de sustancias adictivas.
De acuerdo al Instituto Nacional sobre la Drogadicción de Estados Unidos, más de dos tercios de las personas que se encuentran en tratamiento para dejar una adicción, reconocen haber sufrido algún tipo de maltrato durante su infancia.
Después de haber experimentado alguna situación traumática durante la niñez, se generan cambios permanentes en el sistema de respuesta al estrés llamado eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA).
Este sistema se activa cuando el organismo se encuentra expuesto a estrés, produciendo cortisol o mejor conocido como “la hormona del estrés”; el incremento de ésta hormona provoca un estado de alerta y ansiedad. Estudios científicos en seres humanos y otros animales han mostrado que quienes se enfrentaron a una infancia difícil, presentan mayores niveles de cortisol en comparación con los que tuvieron una infancia normal, y en consecuencia a este aumento, manifiestan estrés, ansiedad y depresión a lo largo de toda su vida.
A estos síntomas es a lo que se debe la mayor vulnerabilidad de los individuos con una infancia complicada a consumir alguna droga de abuso, pues durante estados depresivos, el cerebro experimenta la disminución de dopamina o también llamada “molécula de la felicidad”, y uno de los efectos que tienen la mayoría de las drogas es incrementar los niveles de ésta molécula.
De acuerdo con el informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), la segunda droga ilícita que más se consume en todo el mundo es la cocaína, existiendo más de 18 millones de usuarios.
La cocaína prolonga la acción de la dopamina en el cerebro provocando una sensación de euforia y bienestar, pero no solo eso, también modifica la forma en que las neuronas se comunican, aumentando o disminuyendo la conexión entre ellas. Estos cambios en las neuronas se conoce como neuroplasticidad, y son procesos claves en el aprendizaje y memoria, por lo que cuando se consume cocaína, nuestro cerebro “aprende” a necesitar la droga para llevar a cabo su función. Esto es lo que genera la adicción y la incapacidad de abandonar de un día para otro el consumo de la droga.
Uno de los mayores problemas entre las personas que han decidido dejar de ser adictos, son los altos porcentajes de recaída después de un periodo de abstinencia y esto se debe en gran manera, al aprendizaje aberrante que desencadenó la cocaína en el cerebro. Mucho se ha estudiado sobre si las experiencias traumáticas generan una mayor vulnerabilidad al uso y abuso de drogas, más no si ocasionan una mayor predisposición a la recaída. Durante el periodo de abstinencia, una persona experimenta estrés y ansiedad debido a la falta del efecto de la droga en el cerebro.
Existen investigaciones que demuestran que el estrés a temprana edad (como el causado por experiencias traumáticas), puede generar resiliencia al estrés que se experimentará en futuras etapas de la vida, pudiendo lidiar o sobrellevarlo de una mejor manera.
Con respecto a las adicciones, en nuestro grupo de trabajo estamos investigando si una infancia complicada genera vulnerabilidad o resiliencia a la recaída a cocaína, es decir, si experiencias traumáticas durante la niñez genera una mayor recaída a la adicción (vulnerabilidad) o la evita (resiliencia). La manera de reaccionar ante los sucesos que se nos presentan en la vida, es una cuestión que varía de individuo a individuo, y el entender los mecanismos que se encuentran detrás de estos procesos es indispensable para desarrollar tratamientos más eficientes y eficaces para abandonar una adicción, y superar de una manera adecuada las experiencias traumáticas que nos tocará afrontar en nuestra vida.