El otoño pasado, el CEO de la compañía de biología sintética Amyris, John Melo, viajó a Ámsterdam (Países Bajos) para reunirse con uno de sus mayores inversores. Durante ese fin de semana el exejecutivo petrolero se fue de excursión para recorrer los famosos coffee shops de la ciudad. Quería hablar con fumadores de marihuana.
«¿Qué te motivó a hacerlo?, ¿con qué frecuencia lo haces?», son algunas de las preguntas que Melo les hizo, y explica: «Realmente quería entender su mente. Saber qué buscan y qué consiguen».
El motivo de esas preguntas era que Amyris también estaba a punto de empezar a trabajar con cannabis. Esta compañía, que anteriormente había demostrado que podía usar levadura de panadería para producir combustible para aviones, un fármaco contra la malaria y edulcorantes sin calorías, ahora aspira a diseñar genéticamente compuestos orgánicos para fabricar cannabinoides, las moléculas activas en la marihuana, y hacerlo de forma más barata que a través de las plantas, que requieren mucha agua, espacio y electricidad.
Pensó que si lo lograban, los cannabinoides podrían acabar por todas partes, en nuevas formas y llegar a nuevas personas. Así que Melo tenía que resolver sus propias dudas. El CEO recuerda: «Pasé varios años diciendo que no», y añade que hasta su esposa estaba «completamente en contra».
Sin embargo, su compañía necesitaba ese negocio. Su iniciativa en biocombustibles no había logrado ser competitiva, dejando un cráter de casi 900 millones de euros en sus cuentas. Así que Melo quería saber cómo sería un mundo lleno de cannabinoides. Recuerda: «Fue la investigación de mercado la que me llevó a tener una visión moral. ¿Existe una cuestión moral? Si nosotros, como sociedad, consumimos [esto] a lo largo del día para relajarnos, ¿qué significa?»
Melo no es el único. A medida que la biotecnología se acerca a la industria legal del cannabis, no son pocos los ejecutivos que se enfrentan a ese dilema: ¿qué impacto tendría que la droga fuera mucho más fácil de conseguir?
Hasta el momento, 33 estados de EE. UU. han legalizado la marihuana medicinal, y 10 de ellos también permiten el uso recreativo. En octubre de 2018, Canadá permitió la venta de marihuana a nivel nacional. Health Canada estima que sus ciudadanos consumirán 926.000 kilogramos de cannabis este año, o el equivalente a entre uno y dos billones de porros. La mayoría será consumida por los fumadores de marihuana diarios, que representan aproximadamente el 5 % de la población adulta de Canadá, según esta agencia.
La legalización ha llevado a los inversores a apostar rápido por ese reclamo. Los empresarios de Denver (EE.UU.) crearon tantos invernaderos que el consumo de electricidad de la ciudad aumentó notablemente. Así que no pasó mucho tiempo antes de que los ingenieros genéticos se dieran cuenta de que podrían sustituir todos esos terrenos de plantas. La directora de Viridian Staffing, Kara Bradford, una empresa cazatalentos especializada en encontrar agrónomos y otros especialistas para la industria del cannabis, recuerda: «En 2017, empezamos a recibir llamadas en busca de científicos con experiencia en levadura, y yo pensé: ‘¿De qué me están hablando…?».
Al principio, las consultas que recibía eran muy confidenciales. Pero ahora, la carrera para crear cannabinoides en microorganismos está a la vista. Una docena de compañías de biología sintética, como Amyris, Ginkgo Bioworks, Hyasynth, Farmako e Intrexon, aseguran que están introduciendo los genes del cannabis en bacterias, que exudan algas o fermentan cubas de levadura. Este año, los biólogos de la Universidad de California en Berkeley (EE. UU.) introdujeron los pasos críticos de la receta de cannabinoides en células de levadura y presentaron sus resultados en la revista Nature.
Los suministros baratos y puros de cannabinoides podrían llevar a nuevos tipos de medicamentos y productos de «bienestar», pero también, si se añaden a refrescos, galletas y líquidos del cigarrillo electrónico, producirían un gran cambio sobre quién puede drogarse, cuándo, y cómo. El CEO de Gingko Bioworks, Jason Kelly, una compañía que produce levadura para fabricar químicos, recuerda: «Mi reacción inicial fue ‘Oye, ¿qué?. Pero estaba claro que tenían una necesidad de suministro, y para eso, la biología sintética es una excelente opción y será un gran negocio».
Otros científicos admiten que su trabajo requiere introspección. La biotecnología es una industria que, en última instancia, quiere ayudar a las personas, y el cannabis, como el alcohol, no siempre lo hace. Mientras que los que están a favor mencionan beneficios como el alivio del dolor, el cannabis también puede causar dependencia, y tiene una relación con la psicosis, según Health Canada. Uno de los inversores de Amyris, que ha preferido permanecer en el anonimato, afirma: «Hay una completa disonancia cognitiva. Porque ‘Así será nuestro cerebro si usamos drogas’, ¿verdad? Todos crecimos con eso».
Queda por ver si los reactores biotecnológicos son capaces de producir cannabinoides más baratos que una planta de rápido crecimiento. Además del THC, la sustancia química psicoactiva que hace que una persona se sienta drogada, y el CBD, que ha sido aprobado en EE. UU. para tratar ciertos tipos de epilepsia, la marihuana contiene aproximadamente otras 100 moléculas de cannabinoides menos concentradas, que han sido poco estudiadas porque la planta ha sido ilegal.
A partir de la investigación de Berkeley, el bioquímico que dejó a Amyris para unirse a su competidor, Demetrix, Jeff Ubersax, afirma que su compañía cree que puede usar la biotecnología para fabricar grandes cantidades de estas moléculas raras y analizar qué tipo de efectos tienen. «Lo realmente interesante con los cannabinoides es [que] no se han investigado tanto, especialmente sobre los raros, ¿qué hacen? Es probable que produzcan otros efectos realmente interesantes e importantes», explica.
La investigación sigue siendo difícil de llevar a cabo en EE. UU. porque el cannabis sigue estando en la clase uno de lista de drogas a nivel federal, es decir, ilegal, como la heroína. La investigación sobre la biosíntesis se realiza en circunstancias inusuales. Los laboratorios de investigación de la compañía están equipados con cámaras de seguridad, y las cepas de levadura se guardan en cajas fuertes de 340 kilogramos en ambiente frío. Los Agentes de la Administración de Control de Drogas autorizan esos espacios.
«Los cannabinoides son como el Uber de la biología sintética. ¿Es legal o no lo es? ¿Es un taxi o no lo es?», detalla el fundador de la empresa de inversión Codon Capital, Karl Handelsman. Explica que decidió no invertir por que le preocupaba que los inversores acabaran acusados de crimen organizado a nivel federal. Y añade: «Era fácil decir: ‘Esto tiene un riesgo adicional; no quiero hacerlo».
Este mes de marzo, después del viaje de investigación de Melo, Amyris anunció que un grupo de inversores había acordado pagar hasta 268 millones de euros para descubrir cómo hacer cannabinoides para «usarlos a gran escala» con distintas marcas de consumo. Melo explica que, en parte, cambió de opinión cuando se enteró de que un familiar cercano estaba usando aceite de CDB para el dolor de espalda. «Incluso en casa, toda la resistencia y la percepción de algo malo cambiaron hacia algo bueno», recuerda. Ahora también cree firmemente que CDB puede tratar la adicción a los opiáceos (aunque hasta ahora hay poca evidencia de eso) y asegura que es la primera molécula que Amyris intentará crear.
Para una empresa como Amyris, la bio-marihuana ofrece una nueva oportunidad después del costoso fracaso de sus biocombustibles. «Cientos de millones se invirtieron en los biocombustibles, pero los mejores grupos fabricaban un euro de combustible por más de siete euros, por lo que el campo tomó un giro equivocado», afirma el profesor del MIT James Collins, considerado uno de los creadores de la biología sintética. Según él, el campo ha empezado a buscar una nueva base en la asistencia médica, por lo que duda si producir cannabinoides es una buena idea. El experto resalta: «Me preocuparía la posibilidad de ser etiquetado como la compañía de marihuana. Existe una cierta frialdad en algunos círculos, pero un estigma en otros. Puede restar valor a otros asuntos serios que se intenten hacer».
Por su parte, Kelly siente que casi todos los problemas de aceptación social se han respondido. En Massachusetts (EE.UU.), los votantes acordaron legalizar la marihuana recreativa en 2016. Y explica: «La sensación era que el barco ya había zarpado. Los aspectos culturales están cambiando. Mantenemos la misma línea con la mayoría de los estadounidenses: que es una buena alternativa a otras cosas que la gente podría hacer».
Ginkgo, una spin-out del MIT, está intentando que los ingredientes psicoactivos de la marihuana se utilicen en los mercados globales. En 2018, anunció un acuerdo con Cronos, una compañía de marihuana de rápido crecimiento en Toronto (Canadá), que actualmente vende porros ya liados con nombres como Spinach (espinaca), una marca que se describe a sí misma como «orientada a una amplia gama de consumidores que no se toman la vida demasiado en serio».
Cronos aspira a convertirse en una «compañía global de cannabinoides», y para eso quiere que las moléculas se produzcan de forma barata y a gran escala, no solo en forma de flores de plantas. Según el acuerdo, Cronos le pagará a Gingko cerca de 20 millones de euros para llevar a cabo la investigación, y casi otros 90 millones de euros en existencias si consigue producir ocho cannabinoides diferentes, a partir de levadura, a un coste inferior a 900 euros el kilo (una fracción de lo que cuesta extraer estas moléculas de las plantas). Ginkgo obtendrá el mayor pago, el 20 % del total, al demostrar que puede producir THC.
En su propio comunicado de prensa sobre este acuerdo, Gingko enfatizó la posibilidad de desarrollar nuevos productos farmacéuticos. Pero su socio, Cronos, asegura que también planea mezclar cannabinoides con otras moléculas de sabor llamadas terpenos para crear nuevas formas de drogarse. Durante una conferencia telefónica con inversores, el CEO de Cronos, Michael Gorenstein, afirmó: «Usamos la planta como modelo para aprender y luego crear ingredientes activos diferenciados para optimizar la biodisponibilidad», y añadió que se proporcionarán a los consumidores a través de «un sistema de entrega adecuado».
Por último, añadió: «Diferenciar los efectos psicoactivos para crear productos que tengan diferentes usos es nuestro Santo Grial. Ahí es donde vemos el futuro de nuestras marcas. Me complace informar que este método de producción está permitido; son exactamente las mismas moléculas que en la planta».
Algunos investigadores de salud pública predicen que las empresas combinarán el cannabis legal con la tecnología de forma novedosa. En declaraciones a Rolling Stone el año pasado, el investigador de salud pública y activista contra el tabaco Stanton Glantz afirmó: «Hay mucho que se puede hacer, en términos de pasar de la planta en bruto al producto que realmente se consume, que es mucho más sofisticado de lo que ha ocurrido hasta ahora».
Aunque la marihuana no tiene los mismos peligros que los opioides, cuyo uso recreativo ha provocado una epidemia de muertes, algunos investigadores de salud están preocupados por las consecuencias negativas si se producen a nuevas escalas y se entregan de formas novedosas, como el vapeo. Los adolescentes ya están vapeando la nicotina en números récord, y algunos están usando los mismos tipos de dispositivos electrónicos para vapear el THC en forma líquida. Un porcentaje de ellos desarrollará lo que se denomina como «uso problemático del cannabis».
Los riesgos se volvieron más claros para algunos empleados de Ginkgo en diciembre, cuando Cronos vendió casi la mitad de sus acciones al fabricante de cigarrillos Altria, por 1.600 millones de euros y con opción de tomar el control total. Para Cronos, Altria aporta «experiencia significativa» al negocio del cannabis, incluida su experiencia con la tecnología del vapeo. Algunas personas de Ginkgo ya no están tan contentas con el proyecto de cannabinoides como antes. Esto se debe a que los fabricantes de tabaco tienen un historial de vender productos dañinos y mentir sobre la ciencia de la adicción y del cáncer, como se ha demostrado en Estados Unidos en algunos juicios federales.
La investigadora de políticas públicas en la Universidad de Stanford (EE. UU.) y especialista en biología sintética Megan Palmer afirma: «Por lo que sé, personalmente no creo que esta sea una buena imagen principal para este campo. Hay muchas posibles justificaciones; la pregunta es si la empresa es responsable de los efectos que su producto tiene en el mundo».
Pero, una gran razón para la legalización reside en acabar con el mercado negro del cannabis. (En EE. UU., se han producido cientos de miles de arrestos cada año por posesión de marihuana). Y no se puede lograr ese objetivo político sin proporcionar un producto legal, señala el director de Hyasynth, Kevin Chen, de esta compañía canadiense de ingeniería genética dedicada a cannabinoides. Afirma que él nunca había fumado marihuana y que había algunos productos, como el THC altamente concentrado llamado «dabs» con los que no quiere implicarse (fumarlo crea efectos intensos).
El responsable concluye: «No queremos desarrollar productos perjudiciales. Pero existe una oportunidad que no solo consiste en ayudar a las personas. Algunos de mis empleados y cofundadores han tenido esas conversaciones con sus padres. Les preguntan: ¿Qué estamos haciendo?»
Pero si esto funcionaba, entendía, los cannabinoides podrían terminar en todas partes, en nuevas formas y llegando a nuevas personas. Así que Melo necesitaba resolver sus propias dudas. «Pasé varios años diciendo absolutamente que no», dice Melo, quien agrega que su esposa estaba «completamente en contra» de la idea.
Su compañía, sin embargo, necesitaba el negocio. Su empresa de biocombustibles no había podido competir, dejando un cráter de mil millones de dólares en su balance. Ahora Melo quería saber cómo era un mundo inundado de cannabinoides. “Fue la investigación de mercado la que me llevó a tener una investigación moral. ¿Hay una pregunta moral? ”, Dice. «Si nosotros, como sociedad, consumimos [esto] a lo largo del día para relajarnos, ¿qué significa eso?»
Melo no está solo. A medida que la biotecnología abraza la industria legal del cannabis, no pocos de sus ejecutivos están lidiando con el dilema moral: ¿qué significará si hacen que la droga sea mucho más fácil de obtener?
Hasta ahora, 33 estados de los EE. UU. Han legalizado la marihuana medicinal, de los cuales 10 también permiten el uso recreativo. En octubre de 2018, Canadá permitió la venta de marihuana a nivel nacional. Health Canada espera que sus ciudadanos consuman 926,000 kilogramos de cannabis este año, o el valor de uno a dos billones. La mayoría será consumida por los fumadores de marihuana diarios, que representan aproximadamente el 5% de la población adulta de Canadá, según la agencia.
La legalización ha llevado a los inversionistas a apostar en su reclamo. Los empresarios de Denver erigieron tantos invernaderos que el consumo de electricidad de la ciudad aumentó notablemente. Así que no pasó mucho tiempo antes de que los ingenieros genéticos se dieran cuenta de que podrían reemplazar todos esos acres de plantas. «En 2017, comenzamos a recibir llamadas para científicos con experiencia en levadura, y dije ‘¿Qué demonios …?», Recuerda Kara Bradford, directora de Viridian Staffing , un cazador de cabezas que se especializa en la búsqueda de agrónomos y otros especialistas para industria del cannabis.
Fuente: technologyreview.es