Necrobots (robots a partir de cadáveres) y biobots se abren paso en una robótica centrada en las miniaturas y los tejidos biológicos
Hace dos siglos, aún se pensaba que los seres vivos lo estaban gracias a una especie de ‘calor interno’ que dotaba de ánima y movimiento al amasijo de huesos y músculos que somos. De aquella idea, en tiempos del Romanticismo, nació Frankenstein o El Moderno Prometeo –no sin la ayuda, por cierto, de un volcán–. Ahora, la ciencia recupera esa idea romántica, solo que en vez de insuflar calor y electricidad a un cuerpo inerte, se le inyecta un fluido. Son los necrobots.
La necrobótica, por ahora, es poco más que un feliz nombre para describir la fabricación de robots biológicos a partir de los cuerpos sin vida o restos de cadáveres de animales. El único funcional ha sido presentado hace poco en la Universidad de Rice (Estados Unidos). Y es una araña.
La ingeniera mecánica Faye Yap reconoce que nunca pensó que sus investigaciones sobre hidráulica terminarían aplicadas a los muertos. Pero se encontró una araña contraída, sin vida, en el suelo del laboratorio. Tras observarla detenidamente, empezó a pensar por qué siempre se quedan encogidas cuando dejan de vivir. Nunca tienen sus patas extendidas cuando son cadáver.
A diferencia de otras criaturas, la araña no tiene músculos opuestos que se sicronizan, como nuestro bíceps y tríceps. Desde la Escuela de Ingeniería George Brown de Rice, el jefe de Yap y experto en robots blandos, Daniel Preston, explica que “resulta que las arañas, tan inexploradas, son ideales como modelos de necrobots”. Extienden sus patas “gracias a una cámara (prosoma) cerca de sus cabezas, se contrae y manda sangre a sus extremidades, forzando su despliegue”. Pura hidráulica.
Yap se puso manos a la obra y se hizo con una serie de arañas lobo que, vivas, son capaces de levantar más de dos veces su peso. Son más eficaces las de menor tamaño. Las eutanasió y empezó a probar si podían extender sus patas, una vez muertas, si se aplicaba presión hidráulica inyectándoles un líquido o aire. Técnicamente eso no es un necrobot, pero era el primer paso para ver si era posible la automatización.
Necrobots, de levantar el doble de su peso a ensamblar circuitos
Yap insertó una miniaguja en el prosoma de una de las arañas, la pegó y la conectó a una jeringa. Básicamente, aquello funcionaba con aire, pues el arácnido muerto comenzó a extender sus patas.
Lo siguiente fue probar si tenían potenciales necrobots al poner a la araña a hacer una labor repetitiva, como agarrar y colocar una resistencia en una placa de circuitería. Lo hizo sin problema.
Este avance ha sido publicado en la revista Advanced Science y ha contado con el apoyo de la NASA. ¿Serán más útiles los necrobots en el espacio que los C3PO? En realidad, Preston ve aplicaciones en entornos en miniatura, donde es importante que el necrorobot se degrade por sí mismo sin dejar contaminantes una vez cumplida su tarea.
“El ensamblado de componentes electrónicos o el movimiento de objetos de pequeña escala, de forma repetitiva”, son ejemplos donde Preston ve un potencial a sus necrobots. Yap añade uno quizás mucho más obvio: cazar presas. Puede ser útil para los humanos contar con arañas robóticas que, una vez muertas, puedan seguir atrapando insectos. “Después de todo, su cuerpo está diseñado para ello y cuenta con herramientas de camuflaje naturales”.
Necrobótica y xenobots, a medio camino entre lo vivo, lo muerto y lo inerte
Los necrobots pueden verse como un amasijo de material biológico con cualidades que los humanos aprovechamos para hacer rutinas. ¿Es éticamente aceptable aprovecharnos de cadáveres animales para realizar tareas porque podrían realizarlas vivos? ¿Es ético criarlos con el único fin de ser sacrificados para usar su fuerza de trabajo –en vez de cosumir su carne–?
El debate estaría más en un territorio teórico y futurible, ya que este experimento arácnido no ha ido por el momento mucho más allá. Pero en la última década, la microrrobótica se ha centrado en el desarrollo de productos multifuncionales imitando capacidades de insectos, por ejemplo, o incluso seres microscópicos. Al punto de que se están fabricando a partir de células vivas (no cuerpos completos).
El caso más famoso es el de los biobots o xenobots, a partir de células embrionarias de rana. Entre sus posibles aplicaciones están la de gestionar la contaminación radioactiva, administrar medicinas dentro de un organismo o recoger microplásticos, con la ventaja de ser biogradables.
“A primera vista, están los vivos: nosotros, los animales distintos de nosotros, las plantas y todos los componentes celulares”, señala desde París la profesora de econométrica, datos y ética Caroline Gans Combe (Omnes Educación). Con los necrobots se difumina algo esa idea.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, prácticamente todo lo que no eran seres humanos (mercancías en el sentido jurídico), eran objetos con los que “casi se podía hacer lo que se quiera (apropiarse, patentar, destruir, etc.)”, desde un punto de vista legal y casi ético, explica la profesora en The Conversation. Eso ha ido cambiando con el tiempo. Pero ¿qué ocurre con “seres eminentemente híbridos”?
Los xenobots pueden caminar, nadar, empujar o llevar un objeto. Pueden hasta “darse un gusto” o trabajar en grupo. Las formas y alianzas modeladas fueron luego reproducidas in vitro (en el laboratorio). Curiosamente, la forma más eficiente se asemejaba al protagonista del comecocos Pacman. Fueron modelados y entrenados con una inteligencia artificial. Por supuesto, carecen de voluntad, en sentido humano.
En cualquier caso, en un experimento de 2021, “actuaron solos, autónomos, sin cerebro, solo a partir de estrategias de las que no sabemos nada. Estas células ensambladas de piel y músculo cardíaco, sin antecedentes evolutivos, han encontrado, independientemente de cualquier soporte externo, los medios para multiplicarse”.
No obstante, a diferencia de ciertas técnicas de ingeniería o edición genética o las quimeras humano-animales, la humanidad está realmente lejos de usar componentes puramente humanos en estas tecnologías que, al menos de momento, ni siquiera han salido de los laboratorios.
Fuente: newtral.es