Los ladrillos son uno de los principales elementos para la mayoría de las construcciones; sin embargo, su elaboración genera un gran gasto de combustibles fósiles y de energía.
Se estima que cada año se fabrican 1.23 billones de ladrillos en el mundo, lo que genera aproximadamente 800 millones de toneladas de emisiones de carbono, debido a los combustibles fósiles requeridos en el proceso de cocción.
De acuerdo con el Acuerdo de París, estas emisiones deberían disminuir un 16 por ciento en el año 2030, como mínimo, con el fin de luchar contra el calentamiento global.
Por lo que en 2010, Ginger Krieg Dosier, entonces profesora asistente de la Universidad Americana de Sharjah, en los Emiratos Árabes Unidos, comenzó el desarrollo un método para elaborar ladrillos a través de arena, bacterias comunes, cloruro de calcio y urea (sí, las cosas que hay en tu orina).
A partir de ahí, un número creciente de arquitectos y constructores se lanzaron a la búsqueda de materiales para la construcción que sean sostenibles y que a su vez ayuden al medio ambiente.
Pero fue ese mismo año cuando Ginger Krieg Dosier fundó la empresa bioMason, en Estados Unidos, que después de varios años de estudios, ha logrado desarrollar un biocemento que utiliza la tecnología y los procesos de diversos microorganismos para realizar un nuevo tipo de ladrillo, que no necesita ser horneado, sino que se cultiva en el laboratorio y al igual que un ser humano, vive, crece y muere cuando el ladrillo ha completado su forma.
«La idea de cultivar ladrillos surgió de un estudio de la estructura del coral: un material cementoso muy duro creado por la naturaleza en temperaturas ambientales del mar con poca energía e insumos materiales. Desde entonces, el proceso se ha refinado y optimizado continuamente para aumentar el rendimiento y reducir los costos de producción», indica la empresa en su sitio oficial.
BioMason, dirigida por Ginger Krieg Dosier, ha estado llamando la atención de la industria de la construcción sostenible, ya que la compañía ha estado perfeccionando sus procesos con el fin de llegar a las emisiones cero de CO2.
«BioMASON emplea bacterias para cultivar un cemento duradero a temperaturas ambiente; produce materiales de construcción sin emitir gases de efecto invernadero y sin agotar los recursos no renovables», señala la empresa en su sitio.
Mientras que los ladrillos tradicionales, hechos de arena y aglutinantes, tienen que ser “cocidos” por tres a cinco días, un proceso que genera aproximadamente 800 millones de toneladas de emisiones de carbono cada año. Los Biobricks de BioMason toman sólo dos o tres días en ‘crecer’.
Dosier indicó a la revista Enlace Arquitectura, que los ladrillos de la empresa pueden incluso absorber la contaminación, lo que lo vuelve un agente activo en la guerra contra el cambio climático. BioMason pretende reducir las enormes emisiones de dióxido de carbono producidas por la industria de la construcción, que representan alrededor del 40 por ciento de las emisiones globales.
«Formamos bioMASON porque creemos que existe una mejor solución para reducir las emisiones de Co2 generadas por la fabricación global de mampostería.
La compañía opera una planta piloto en Durham, Carolina del Norte, con capacidad para producir mil 500 ladrillos por semana, y espera seguir creciendo para conquistar a la industria de la construcción.
Fuente: elfinanciero.com.mx