El interés por la ciencia no fue ajeno a la vida del líder político británico
Mientras Gran Bretaña entraba en la Segunda Guerra Mundial declarándole la guerra a Alemania, Winston Churchill era nombrado primer lord del Almirantazgo, ingresando al gabinete de Guerra británico.
La situación no tendría nada de extraordinario si no fuera porque por aquel verano de 1939 Churchill sacaba tiempo para sentarse a escribir rigurosamente un ensayo sobre un tema poco común para un político, y menos en una situación tan crítica para su nación. El asunto en cuestión era la vida extraterrestre.
Con el sugestivo título ¿Estamos solos en el universo?, el escrito de once páginas, que hoy se conserva en los archivos del museo en honor a Churchill en Misuri (Estados Unidos), contiene reflexiones en torno a ideas sobre las condiciones para la vida fuera de nuestro planeta, lo que ahora se enmarca en los estudios de la astrobiología.
El interés por la ciencia no fue ajeno a la vida del líder político. Desde temprana edad, cuando fue un lector compulsivo de libros de ciencia como El origen de las especies, de Darwin, hasta sus momentos más determinantes durante la guerra, Churchill fue un entusiasta del conocimiento científico.
A la cabeza del gobierno, apoyó el desarrollo del programa nuclear, la implementación de laboratorios y de tecnología radar, y era frecuente que entablara conversaciones con científicos. Entre los más cercanos estaba Bernard Lovell, uno de los padres de la radioastronomía; eso sin contar que incorporó en su equipo de trabajo a un asesor científico, la primera vez que esto sucedía.
Su liderazgo fue también el de la ciencia, una vez superada la guerra, sentando las bases para que se fraguaran varios triunfos tecnológicos y científicos, como el desarrollo pionero de centrales nucleares, o el descubrimiento de la estructura del ADN, la molécula de la vida.
Justamente, el tema de la vida era recurrente en los pensamientos de Churchill, especialmente de la vida a nivel planetario, de las posibilidades de la vida extraterrestre, como deja plasmado en el escrito que continuó depurando con nuevas versiones durante más de una década.
Allí destaca la importancia del agua para el mantenimiento de la vida como la conocemos, y las condiciones de la llamada zona de habitabilidad, la franja alrededor de una estrella donde la temperatura permitiría la existencia del agua en la superficie de un planeta rocoso.
También, de la habilidad de un planeta, o cuerpo celeste, para retener gases en su atmósfera por atracción gravitacional, dejando a Marte y Venus como los posibles lugares para existencia de seres vivos fuera de la Tierra. Soñaba con la exploración de estos dos planetas para profundizar en muchos de sus interrogantes científicos, que hoy persisten.
Fantasear con las posibilidades de la ciencia y librar la batalla contra la miopía que impide su avance son parte del legado de una de las figuras más relevantes del siglo XX. Un ejemplo que en la actualidad, cuando se cumplen 147 años de su nacimiento, deberían seguir todos nuestros gobernantes.
Fuente: eltiempo.com