Más de 30 años después del accidente nuclear de Chernóbil, la actividad humana sigue siendo casi inexistente en un radio de unos 29 kilómetros alrededor de la central, lo cual crea un refugio para la vida silvestre. Pero los científicos discrepan respecto a los efectos persistentes de la radiación en las poblaciones de animales que viven en dicha «zona de exclusión». Un nuevo análisis, basado en el cálculo de las dosis reales que reciben los animales en diversos puntos de esa zona, apoya la hipótesis de que las áreas con más radiación son las que albergan un menor número de mamíferos.
«Los efectos que hemos observado concuerdan con las ideas habituales sobre la radiación», afirma Timothy Mousseau, biólogo de la Universidad de Carolina del Sur y coautor del trabajo, publicado en Scientific Reports. «Lo sorprendente es que se haya tardado tanto en analizarlos de manera rigurosa y exhaustiva.»
El estudio reanaliza unos datos obtenidos en 2009. Ese año, los mismos investigadores emplearon los rastros en la nieve para estimar la abundancia de 12 especies de mamíferos, desde ratones hasta caballos y jabalíes, en 161 puntos distribuidos a lo largo de casi 800 kilómetros cuadrados de la zona de exclusión. Y hallaron menos mamíferos en los lugares con mayor radiación de fondo. Sin embargo, dos estudios posteriores no apreciaron una correlación significativa entre los niveles de radiación y la abundancia de mamíferos. Pero Mousseau y sus colaboradores consideran que esos tres trabajos analizaron la exposición a la radiación de un modo simplista.
Dichos estudios se basaron únicamente en mediciones de la radiación ambiental. En su reanálisis, los científicos usaron su recuento original de mamíferos, pero estimaron la dosis total de radiación que recibirían los animales a lo largo de sus vidas combinando datos de cada especie (como el tamaño del área de distribución, la dieta o la longevidad) con los niveles de radiación derivados de muestras de suelo y con cálculos sobre la forma en que los animales entran en contacto con las moléculas radiactivas.
La conclusión fue la misma: las áreas donde calcularon una mayor radiactivad presentaban menos mamíferos. Según Mousseau, muchos estudios previos han vinculado la exposición a esos niveles estimados de radiación con alteraciones genéticas, fisiológicas y reproductivas.
«Se trata de un trabajo importante y bien hecho», asegura Carmel Mothersill, radiobióloga de la Universidad McMaster, en Ontario, que no participó en el estudio. «Mi laboratorio ha empleado el mismo método para volver a analizar los datos de Fukushima y Chernóbil, y hace que la relación entre la exposición a la radiación y el riesgo de sufrir daños resulte mucho más significativa.»
Pero James Beasley, ecólogo especializado en fauna de la Universidad de Georgia y coautor de los dos estudios previos discrepantes, sostiene que el artículo presenta «importantes deficiencias», sobre todo a la hora de determinar la abundancia de los animales. Según el experto, los lugares de medición originales no están espaciados de manera adecuada o suficiente para extraer conclusiones acerca de toda la región.
Karine Beaugelin-Seiller, radioecóloga del Instituto de Radioprotección y Seguridad Nuclear de Francia y primera firmante del trabajo, admite que existen incertidumbres. Aun así, afirma que el estudio ofrece un método más preciso para relacionar la exposición a la radiación con sus efectos, que podría servir de guía para futuras investigaciones.
Fuente: investigacionyciencia.es