Un estudio publicado en Nature Communication por investigadores de Argentina y China, aportó conocimiento sobre esta particular virtud del 10 argentino tras un estudio de laboratorio en ratones. Comprobaron, por primera vez, que la experiencia y el aprendizaje redefinen y mejoran las habilidades socioespaciales
Todos recordamos el increíble pase que hace Lionel Messi a Nahuel Molina durante el duro partido contra Países Bajos por los cuartos de final del Mundial Qatar 2022. Fue un pase sin mirar o también llamado no-look-pass.
Algo similar ocurrió hace unos días cuando su actual equipo, el Inter Miami enfrentó a los New York Red Bulls. Allí, “la pulga” volvió a sorprender con una asistencia de gol sin mirar antes a su compañero que pudo marcar en el tanteador. ¿Cómo hace Messi para saber dónde tiene un compañero sin levantar la vista?
Además de los fanáticos de Messi y los amantes del buen futbol, varios investigadores se hacen la misma pregunta. Un reciente estudio en ratones, publicado en Nature Communications por científicos de la Universidad de Pekín, China, en colaboración con el físico argentino Emilio Kropff, de la Fundación Instituto Leloir (FIL), aporta una explicación concreta.
Según la publicación, una subzona del hipocampo llamada CA1 es capaz de generar al mismo tiempo múltiples representaciones espaciales, de uno mismo y de los demás, favoreciendo al “yo” como punto de referencia. La experiencia y el aprendizaje redefinen y mejoran las habilidades socioespaciales, según comprobaron también los autores del trabajo.
“En 2018 se demostró por primera vez que la subzona CA1 del hipocampo, un área del cerebro que usamos para formar y almacenar mapas de nuestro entorno, y que es fundamental para orientarnos, también se utiliza para representar la posición de congéneres. Esto fue muy importante porque evidenció que usamos las mismas estructuras para representarse a uno mismo y a los demás y se llegó a sugerir que podía tratarse de algo parecido a las neuronas espejo”, explicó Emilio Kropff, jefe del Laboratorio de Fisiología y Algoritmos del Cerebro de la FIL y uno de los autores artículo, a la Agencia CyTA-Leloir.
“Sin embargo, para esos estudios se habían utilizado ratones pasivos, que simplemente observaban, y entonces quedaba abierta la pregunta de si realmente uno representa la posición del otro usando al ambiente como referencia, por ejemplo, dónde está parado en la cancha respecto del arco, o si, por el contrario, lo hace respecto de uno mismo”, agregó Kropff.
Estos animales tenían la libertad de desplazarse e interactuar dentro de un ambiente abierto. Ambiente que el argentino pudo estudiar y luego dirigir el análisis de los datos para ayudar a diseñar la parte experimental, que se llevó adelante en China liderada por el doctor Chenglin Miao en ratones hembras.
“Las células de lugar del hipocampo representan la posición de un roedor dentro de un entorno. Además, experimentos recientes muestran que el subcampo CA1 de un observador pasivo también representa la posición del llamado “conespecífico”, la parte que realiza una tarea espacial de un entorno. En este estudio investigamos la representación de otros durante el comportamiento libre y en una tarea en la que las ratonas aprendían a seguir a un conespecífico para obtener una recompensa”, comenzaron a relatar los investigadores en Nature.
“Y descubrimos que la mayoría de las células representan la posición de los demás en relación con la posición propia (células de vectores sociales) más que con el entorno, con un predominio de codificación puramente egocéntrica modulada por el contexto y la identidad del ratón. El aprendizaje de una tarea de búsqueda mejoró la sintonización de las células de vectores sociales, pero su número permaneció invariante. En conjunto, nuestros resultados sugieren que el hipocampo codifica de manera flexible la posición de los demás en múltiples sistemas de coordenadas, aunque favoreciendo al yo como punto de referencia”, resumieron los expertos.
“Lo que descubrimos es bastante sorprendente: al parecer, en el hipocampo coexisten múltiples perspectivas del otro, utilizando distintos marcos de referencia. Y esto es un concepto novedoso. Uno podría pensar que la ventaja es que cambian los distintos tipos de interacciones que puedo mantener con ese otro: a un arquero es mejor representarlo en relación al ambiente, porque si se alejó del arco me conviene patear, por ejemplo; en cambio, a mi compañero tal vez me conviene representarlo en relación a mí para saber hacia qué lado tengo que hacer un pase”, graficó Kropff.
El investigador argentino precisó que dentro de estas variadas perspectivas que pueden “encenderse” juntas en el hipocampo, los investigadores detectaron que hay una, llamada “vector social egocéntrico”, que está presente en un mayor número de neuronas. “En esta perspectiva importa más dónde está parado el otro respecto a uno que la información acerca del entorno; pero no solamente en cuanto a qué distancia está de mí, sino también a qué ángulo en relación a dónde apunta mi cabeza”, indicó Kropff.
Una de las particularidades observadas por los científicos era saber si esas representaciones eran estáticas o cambiaban con el entrenamiento de los ratones para que se persiguieran. Para ello los entrenaron, y cada vez que alguno alcanzaba a otro se le daba una recompensa.
Así, observaron que los ratones iban aprendiendo con el tiempo y se volvían más eficientes en la persecución, a la vez que sus representaciones de “vector social egocéntrico” mejoraban. “Esto no sucede porque aumenta el número de neuronas de esa representación, sino porque las respuestas se van optimizando. Además, muestra, por primera vez, que las representaciones del otro en el hipocampo del mamífero son plásticas y pueden ser mejoradas con el entrenamiento en tareas sociales, en las que saber dónde está el otro puede llevarme a mayores recompensas”, resaltó el especialista.
Los expertos aclaran que tal como ocurre con los estudios de investigación fundamental (o básica), estos resultados no tienen una aplicación directa inmediata, aunque de ellos se pueden derivar múltiples estudios y posteriores seguimientos.
“Esto contribuye a entender cómo nos representamos unos a otros en situaciones sociales. A largo plazo —continuó— podría ayudarnos a comprender lo que ocurre en enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, en las que lo primero que se ve afectado es el hipocampo. También podría tener impacto en el área de la inteligencia artificial, para diseñar máquinas capaces de interactuar con nosotros en un ambiente doméstico”, concluyó Kropff.
Fuente: infobae.com