El templo de Luxor, engullido por el entramado y el ruido de la ciudad, luce desde esta semana nueva fachada. La reconstrucción de un coloso de Ramsés II, al que hizo añicos un terremoto hace 1.700 años, ha modificado el acceso a uno de los santuarios dedicados a Amón Ra en el callejero de la Tebas faraónica.
El Ministerio de Antigüedades egipcio ha anunciado el final de los trabajos de restauración que durante los últimos meses han reanimado a la estatua, emplazada en el primer pilón de un templo conocido por los antiguos egipcios como el santuario privado del sur, consagrado a las formas de Amón centradas en la fertilidad, Amenemope y Kamutef.
La figura ahora recuperada y zurcida por un equipo egipcio de restauradores resultó dañada durante un demoledor seísmo en el siglo IV a.C. Durante siglos permaneció en tinieblas hasta que en 1958 una expedición local desenterró la figura, rota en 57 fragmentos. Un rudimentario puzle, apuntalado por listos de maderas, albergó a las piezas que habían sobrevivido a las vicisitudes del tiempo en la ribera oriental de Luxor, a unos 600 kilómetros al sur de El Cairo.
Ahora, tras una labor de investigación y reconstrucción que arrancó el pasado noviembre, el coloso ha sido remontado y colocado en su posición original, a las puertas de un templo establecido durante la XVIII dinastía que reúne en su perímetro sucesivas construcciones de Hatshepsut y Tutmosis III -los faraones que levantaron su núcleo- así como reformas y añadidos decorativos de Amenhotep III, Tutankamón, Horemheb o Ramsés II.
El coloso, de 11 metros de altura y 75 toneladas, representa a Ramsés II (1279-1213 a.C.) de pie portando la doble corona -símbolo de su poder sobre el Alto y Bajo Egipto- con su pierna izquierda ligeramente adelantada. Esculpido en granito negro, la escultura se completa con una pequeña estatua de 1,5 metros de su esposa, la reina Nefertari.
Según los artífices del remozado, la mole resucitada compartía fachada con otras cinco. De ellas, tres presentaban al monarca de pie y otras dos en posición sedente. A Ramsés II también se deben los obeliscos que decoraban los accesos y de los que sólo queda uno. El monarca guerrero, que amplió los confines del imperio egipcio hasta Siria, ordenó modificaciones de la decoración interior.
El complejo estaba conectado con el vasto templo de Karnak, plantado a unos dos kilómetros, a través de una avenida jalonada de esfinges que edificó Nectanebo I y cuyo esplendor -sepultado bajo las casas- las autoridades egipcias tratan de recuperar. Una vez al año, durante las celebraciones de Opet, el rey y las estatuas de Amón, Mut y Jonsu desfilaban a pie o en barco desde Karnak hasta Luxor.
La presentación en sociedad del nuevo coloso de Ramsés II coincide con el anuncio del hallazgo de una tumba de un noble egipcio en la ladera de Dra Abu el Naga, en la ribera occidental de Luxor. La sepultura y otros dos enterramientos contiguos contienen decenas de estatuas, ataúdes y momias.
Fuente: elmundo.es