Casi todos hemos oído hablar de la críopreservación: el almacenamiento de nuestro cuerpo en hielo, a bajísima temperatura, con la esperanza de ser revividos en un futuro mejor. Actualmente, se estiman, apenas unas 350 personas han sido criogenizadas en todo el mundo.
Sin embargo, los (pocos) institutos y entidades que ofrecen este tipo de servicios continúan vendiendo la esperanza de una segunda oportunidad, una cura y una vida mejor. ¿Qué ha sido, hasta la fecha, de estos «pacientes criogenizados»? ¿Se podrán devolver a la vida algún día? La respuesta, me temo, no va a ser del gusto de nadie.
Crionizar y qué crionizar, esa es la cuestión
En el mundo existen unas siete organizaciones dedicadas a la criopreservación. Cinco de ellas son de Estados Unidos, mientras que hay una en Rusia y otra en Portugal. La más antigua y prestigiosa es Cryonics Institute, creada por el «padre de la criogenia», Robert Ettinger. Este investigador fue el primero en publicar sobre el tema, así como uno de los mayores impulsores de la tecnología.
De hecho, él mismo, el cuerpo de su madre, su mujer y su segunda mujer permanecen, según dicen, esperando a un tiempo mejor. Para Ettinger la preservación criogénica era una manera de apostar por una segunda oportunidad. ¿Segunda oportunidad de qué? De vivir mejor, de curar una enfermedad terminal o de ser inmortales. Actualmente, la criogenización es mucho más común de lo que pensamos.
Por ejemplo, es bastante cotidiano el criopreservar los gametos, esperma u óvulos, para alargar la maternidad. Relacionado con la fecundidad está la criopreservación de embriones fecundados, que son el precursor de un cuerpo humano. También se puede criogenizar un tejido para evitar al máximo su deterioro. Y, por fin, llegamos a la criogenización que nos interesa: la del cuerpo humano. O la del cerebro.
Efectivamente, otra opción es la críopreservación de nuestra masa cerebral, o la cabeza completa, con el objetivo de poder trasplantarla a un cuerpo nuevo y sano en un futuro. El polémico doctor Sergio Canavero, famoso por afirmar que ha conseguido el primer trasplante de cabeza, también asevera que en apenas unos años estos cerebros criopreservados podrán «volver» a la vida. Otra opción sería convertir estos cerebros en auténticas «inteligencias artificiales», en el sentido menos estricto de la palabra.
Actualmente, hay unos 350 casos estimados de pacientes criogenizados, indistintamente de si son cuerpos completos o cerebros y 200 mascotas. Sí, también se criogenizan mascotas. En el Cryogenics Institute afirman contar con 173 de ellos (el último del pasado 14 de septiembre). Alcor, otra de las grandes, cuenta con unos 162. Criogenizar un cuerpo es completamente legal en casi todo el mundo, ya que no implica sesgar la vida. El coste suele rondar los 30.000 dólares, más o menos, aunque depende del «servicio» que se quiera contratar.
¿Se puede revivir un cuerpo?
La respuesta rápida es no. No rotundo. En 1962, Ettinger publicó «The Prospect of Immortality», la primera defensa seria de la criogenización como herramienta de cara a aprovechar la medicina del futuro. Desde entonces hemos avanzado muchísimo en la técnica de criopreservación. A las pruebas en medicina reproductiva me remito: podemos vitrificar óvulos, esperma y embriones. ¿Y un cuerpo humano?
El problema sigue siendo que congelar cualquier material vivo supone un daño muchas veces irreparable. Efectivamente, hemos conseguido reducirlo hasta puntos sorprendentes, sobre todo si hablamos de células individuales. Pero cuando tratamos un tejido, y no digamos un cuerpo completo, el problema se vuelve insostenible.
Para reducir el daño, cuando el cuerpo se puede criogenizar al poco tiempo de morir, se pone de inmediato en frío y se administra heparina (para reducir la coagulación), citrato sódico y un antiácido. Se practica un masaje cardíaco y se prepara para la extracción. Una vez en las oficinas, se perfunde con sustancias sanguíneas, para «asegurar» la fluidez y evitar otros problemas, siempre que se puede. Después, el procedimiento es sencillo: se dispone en un congelador automático que permite la congelación inmediata para evitar la ruptura celular. Después, el cuerpo se pone en un contenedor con nitrógeno líquido, a esperar tiempos mejores.
Huelga decir que el procedimiento, por mucho que se quiera vestir de científico, tiene mucho de superstición. Administrarle heparina y otras sustancias a un muerto es un poco atrevido. Hagamos un ejercicio de imaginación y supongamos que podemos congelar a alguien sin provocarle daños. ¿Cómo sabemos que al ser descongelado, esas sustancias no provocarán un daño irreversible? Los crioprotectores funcionan en células, incluso en tejidos. ¿Pero en un cuerpo completo?
Definitivamente, cuando inyectamos este tipo de sustancias lo hacemos con la seguridad que empleamos en los objetos inanimados. Jamás se administraría este tipo de sustancias a un sujeto vivo sin una correcta revisión médica. Volviendo al tema de la congelación, otro gran problema es que no sabemos descongelar algo sin que resulte terriblemente lesionado. Tendríamos que ser capaces de reparar el daño provocado.
Por otro lado, aunque lo consiguiéramos, tendríamos que ser capaces de devolver la vida. Recordemos que tratamos con cuerpos muertos, algunos durante horas o días. Hasta la fecha, no hemos sido capaces de devolverle la vida a nadie. ¿Qué nos hace pensar que podremos hacerlo con un cuerpo congelado durante años en nitrógeno líquido?. No. Definitivamente, la respuesta, por desgracia, es no: no podemos resucitar a uno de estos pacientes criopreservados.
Solo queda el silencio
Hace un par de años, el triste caso de la joven «JS», de solo 14 años, causó un gran revuelo: la chiquilla, aquejada de un raro cáncer, disponía sus últimas voluntades: ser congelada para que, en el futuro, pudiera revivir y tener una segunda oportunidad. Tras una escaramuza legal y una sentida carta, la joven consiguió que las cortes de Reino Unido apoyaran su deseo. En octubre de 2016, su cuerpo era cargado en un contenedor con hielo seco.
Presuponemos que llegó correctamente y que ahora está conservado en uno de los contenedores de nitrógeno líquido del Cryonics Institute, a las afueras de Detroit. Pero lo cierto es que la pista se le pierde en el tiempo y el espacio, pues su estado no trascendió a la opinión pública tras estas últimas noticias. De los 173 pacientes, solo 23 están recogidos en la web de Cryonics Institute.
Esto mismo ocurre con los pacientes de Alcor o de cualquiera de las otras empresas. No siempre se han recogido los datos de los pacientes y no se habla más de ellos a posteriori. Tampoco es de extrañar: tras ser metidos en un tanque poco más hay que contar. Escasas excepciones son aquellas que implican algún caso legal, como el de la joven JS o el curioso caso de un señor que fue «pillado» tarde y solo se pudo criopreservar su cabeza, a pesar de la importante angustia que generó en su prole lo que llevó a Alcor a los juzgados.
El resto de pacientes son, sencillamente, gente que ha pasado a mejor vida y que, antes, decidió que entregaran su cuerpo al nitrógeno líquido. Tras esto no queda nada. Los derechos post-mortem o a la memoria defuncti son escasos y llevan a poco más que a preservar cierto respeto. No queda del todo claro qué ocurriría si alguien volviera a la vida. ¿En qué estado lo haría? Nadie lo sabe porque nadie ha resucitado, hasta donde sabemos. No existen precedentes, y cuando alguien muere sus derechos como persona viva desaparecen porque no cabe otra opinión que la de la muerte.
Tal vez, y solo tal vez, algún día tengamos que enfrentarnos a esta cuestión desde un punto de vista nuevo. Entonces habrá que revisar profundamente nuestras nociones del derecho. A nivel técnico habremos superado muchísimos aspectos que ahora mismo son pura especulación. Y a nivel filosófico, social y económico puede que hayamos resuelto muchos de los problemas que nos angustian a día de hoy. Pero hasta entonces, y por desgracia, a la criogenización solo le sigue el silencio.
Fuente: xatakaciencia.com