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Los “William”, los asesinos que vendían los cuerpos de sus víctimas a la Ciencia

Los “William”, los asesinos que vendían los cuerpos de sus víctimas a la Ciencia

Al comienzo del Medievo los médicos tan sólo realizaban disecciones de animales. No fue hasta el siglo XV cuando los galenos italianos comenzaron a realizar autopsias, con fines docentes, en seres humanos.

Ahora bien, ¿quién estaba dispuesto a donar su cuerpo a la ciencia? Parece ser que el primer personaje en donarlo de forma voluntaria fue San Francisco de Sales (1567-1622), obispo de Ginebra. Iniciativas similares eran anecdóticas y durante siglos las cátedras de anatomía se nutrían fundamentalmente de los condenados a pena de muerte.

En Inglaterra, con la revocación del Código Sangriento (1815), el número de cadáveres disminuyó de forma notable, hasta el punto de que la Universidad de Edimburgo tan sólo disponía de dos o tres cuerpos al año para la enseñanza anatómica. Fue entonces cuando la Facultad de Medicina promovió la compra de cadáveres.

Cuando alguien llegaba con un cuerpo a las aulas para “donarlo” los profesores se limitaban a mirar para otro lado y pagar una pequeña suma de dinero a modo de compensación. Este negocio propició que a lo largo del siglo XVIII se extendiera la profesión de “resucitadores”, esto es, ladrones de cadáveres que sustraían el cuerpo antes de que se iniciase el proceso de putrefacción.

Actualmente, entre las calles Calton Road y Regent Road se encuentran las llamadas escaleras del infierno –Jacob`s ladder- que conducen a la estación de ferrocarril y que en aquella época era el lugar en el que la ciencia comerciaba con los “resucitadores”.

Los amigos de lo ajeno, en este caso de cuerpos sin vida, encontraron un negocio lucrativo. Desgraciadamente para los ladrones, a medida que los saqueos se intensificaron los familiares de los interfectos tomaron cartas en el asunto: dispusieron rejas alrededor de las tumbas, montaron puestos de guardia cuando anochecía y, consiguieron que los cabildos ordenaran a la policía que hiciese rondas por los cementerios a la caída del sol.

Este es el motivo de que si visitamos alguno de los cementerios de Edimburgo con más solera y somos un poco observadores, podremos contemplar algunos mausoleos de época victoriana con techos enrejados.

16 asesinatos por diez libras

A comienzos del siglo XIX el negocio dio un giro inesperado. Dos irlandeses afincados en Edimburgo, William Burke y William Hare -a los que podríamos llamar los “William”-, fundaron una sociedad y se dedicaron a asesinar personas para luego vender sus cadáveres a las aulas de anatomía.

En total cometieron dieciséis asesinatos, por los cuales cobraron entre siete y diez libras. De no haber sido por un estudiante de medicina que reconoció el cuerpo de una de las asesinadas, su negocio se habría perpetuado. Burke, Hare y el anatomista al que vendían los cuerpos, el doctor Robert Knox (1791-1862), fueron interrogados. Hare, más hábil durante los interrogatorios, incriminó y responsabilizó a Burke, consiguiendo salir airoso del juicio. Al final, William Burke acabó ahorcado. No deja de ser curioso que actualmente en el Museo de Anatomía se exhiba el esqueleto de este asesino. No pudo tener un castigo más justo.

En cuanto al profesor, afirmó no conocer la procedencia de los cuerpos, una explicación que no debió de convencer a nadie salvo al juez, porque fue absuelto. Tiempo después se vio obligado a abandonar definitivamente la capital escocesa y afincarse en la localidad de Hackney, donde murió.

Tiempo después, el escritor escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894) decidió poner negro sobre blanco en esta sórdida historia y escribió “Los ladrones de cadáveres”, en donde el galeno aparece mencionado como “el doctor K”.

Fuente: abc.es/ciencia

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