El incesto es un comportamiento humano universalmente reprobado, posiblemente para evitar la endogamia y los peligros que conlleva para la salud de la descendencia y, a la larga, para la supevivencia de la especie. Los primeros seres humanos podrían haberlo tenido en cuenta muy pronto, hace al menos 34.000 años. Un estudio publicado en la revista Science señala que nuestros antepasados desarrollaron redes sociales y de apareamiento sorprendentemente sofisticadas para evitar mantener relaciones sexuales entre parientes cercanos. Intercambiaban parejas con otros grupos e incluso podrían haber celebrado una especie de primitivo “matrimonio”.
Un equipo internacional, dirigido por investigadores de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) y la de Copenhague (Dinamarca) ha secuanciado el genoma completo de cuatro Homo sapiens de Sunghir, en Rusia, un famoso yacimiento del Paleolítico Superior, período en el que se produjo la colonización del oeste de Eurasia. Estos fósiles humanos pertenecen a dos adultos -uno de ellos un varón completo mientras que del otro solo hay algunos restos- y dos niños enterrados cabeza con cabeza en la misma tumba. Vivieron allí al mismo tiempo y lo esperable es que estuvieran estrechamente relacionados en términos genéticos, pero, para sorpresa de los científicos, no eran parientes próximos. A lo sumo, primos segundos. Un fémur adulto lleno de ocre rojo encontrado junto a los chicos perteneció a alguien no más cercano que un tatarabuelo.
Según los científicos, los resultados sugieren que estos individuos buscaban deliberadamente parejas más allá de su familia inmediata en una red social más amplia. “Esto significa que incluso los humanos del Paleolítico Superior, que vivían en pequeños grupos, entendían la importancia de evitar la endogamia y desarrollaron un sistema para este propósito. Si se hubieran mezclado al azar, veríamos mucha más evidencia de endogamia que la que tenemos aquí”, explica Eske Willerslev, autor principal del estudio.
Al parecer, la gente de Sunghir podía haber formado parte de una red similar a la que mantienen en la actualidad algunas comunidades de cazadores-recolectores, como los aborígenes australianos o algunos nativos americanos. Al igual que sus antepasados prehistóricos, viven en grupos bastante pequeños de alrededor de 25 personas, pero también mantienen lazos con comunidades más grandes de unas 200, dentro de la cuales hay reglas que gobiernan cómo se forman la parejas.
“Bodas” prehistóricas
De la misma manera, el extraordinario simbolismo, la complejidad y el tiempo invertido en los objetos y joyas encontrados junto a los restos de Sunghir también sugieren la posibilidad de que los sapiens del Paleolítico desarrollaran reglas, ceremonias y rituales para acompañar el intercambio de parejas entre grupos, lo que tal vez prefiguró las ceremonias matrimoniales modernas.
Cuándo el hombre moderno comenzó a evitar la endogamia es algo que todavía no se sabe, pero los autores creen que este comportamiento puede explicar, al menos en parte, su éxito frente a otras especies estrechamente relacionadas, como los neandertales, que desaparecieron de Europa hace unos 40.000 años. “Aunque no podemos hacer esta afirmación con certeza, es intrigante especular que nuestra capacidad para formar estas redes más amplias pudo haber contribuido al mayor éxito de nuestros antepasados y a la eventual extinción de los neandertales”, explica a ABC Martin Sikora, del Centro de GeoGenética de la Universidad de Copenhague.
La secuenciación genómica de un neandertal de las montañas de Altái que vivió hace unos 50.000 años indica que no evitaban la endogamia. Sin embargo, Sikora advierte de que este dato debe ser tomado con precaución: “No sabemos por qué los neandertales de Altái eran endogámicos. Tal vez estaban aislados y era su única opción, o no lograron establecer una red disponible de conexiones”.
Los investigadores reconocen que hace falta información genómica más antigua para poner a prueba esta idea. Precisamente, otro estudio publicado también este jueves en “Science”, que presenta la secuenciación del genoma de una hembra neandertal de la cueva de Vindija, en Croacia, no revela señales de incesto, lo que parece indicar que la endogamia extrema no tenía por qué ser algo extendido en la especie.
Willerslev también destaca que los ornamentos y objetos culturales encontrados en Sunghir, de una sofisticación inusual, podrían haber sido utilizados para establecer distinciones entre los grupos humanos, proporcionando un medio para identificar a quién acudir y a quién evitar como pareja. Entre ellos había caninos de zorro ártico perforados, brazaletes y miles de cuentas de colmillo de mamut, y 16 lanzas, también de marfil, cubrían una de las tumbas. “La ornamentación es increíble y no hay evidencia de algo así entre los neandertales y otros seres humanos arcaicos”, añade. A su juicio, estos restos nos hacen preguntarnos “qué hizo a esas personas quienes eran como especie y quiénes somos nosotros como resultado”.
Fuente: abc.es