Hay momentos en la historia de la ciencia que lo cambian todo, como el descubrimiento de los antibióticos o del ADN: uno de ellos llegó hace cuatro años, con Crispr-Cas, popularmente conocido como las «tijeras del ADN», que permite modificar material genético de numerosas maneras.
Nunca antes una intromisión en la herencia genética había sido tan fácil y el avance de la técnica en los laboratorios está siendo asombroso.
«La humanidad se encuentra probablemente ante un cambio dramático», señala Peter Dabrock, presidente del consejo de ética de Alemania. «Viviremos en un mundo Crispr». Las bacterias del yogur y de las plantas de cultivo podrán hacerse más resistentes y se podrá combatir de forma más barata a los insectos peligrosos.
Pero alerta: «Crisp alberga oportunidades maravillosas, pero también riesgos inmensos».
La «tijera del ADN» comenzó su historia de éxitos en los laboratorios de todo el mundo en 2012. El sistema es un mecanismo ancestral que muchas bacterias utilizan, pero durante mucho tiempo las «zonas Crispr» eran consideradas chatarra inutilizable de la herencia genética.
Por primera vez en 2007 investigadores descubrieron sin embargo que se trataba de una herramienta defensiva: una especie de perro rastreador, orden de captura y escalpelo en uno.
Las secuencias Crispr son tramos en la herencia bacterial en los que se insertan fragmentos del genoma de atacantes, como por ejemplo virus. Con su ayuda las células son capaces de reconocer a los intrusos cuando vuelven a aparecer, y de cortarlos y eliminarlos a través de la enzima Cas, acoplada al Cripr.
La microbióloga francesa Emmanuelle Charpentier, que trabaja en el instituto Max Planck de biología infecciosa en Berlín, y la bioquímica estadunidense Jennifer Doudna fueron las responsables del descubrimiento, al utilizar Crispr-Cas9 de forma intencionada para «editar» el genoma, es decir, para cortar, pegar o cambiar el ADN. Su estudio fue publicado el 17 de agosto de 2012 en la revista Science.
Poco después, el bioingeniero Feng Zhang, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), publicó en la misma revista un trabajo sobre las aplicaciones del método. Los dos equipos siguen enfrentados hasta hoy en una dura disputa por la patente.
Muchos investigadores pueden con ello hacer cosas que sólo podían soñar hace años, cuenta el presidente del consejo de ética y teólogo Dabrock, de la Universidad de Erlangen-Núremberg.
Holger Puchta, director del instituto botánico del instituto de Tecnología de Karlsruhe (KIT) apunta a una innovación decisiva: los antiguos métodos provocan en la herencia genética muchas mutaciones indeseadas, pero con el Crispr-Cas se reduce considerablemente es cifra.
Y al contrario de lo que ocurre con los métodos empleados hasta ahora, dichas mutaciones no se detectan en el caso de las plantas, como demostraron algunas especies ya probadas, como trigo resistente al hongo mildiu o un tipo especialmente resistente de maíz.
Pero ello ha planteado también una controvertida pregunta: ¿las plantas tratadas con el Crispr-Cas se catalogan como organismos modificados genéticamente (GMO, por sus siglas en inglés) o como cultivos? «Hay una enorme disputa tras la que se ocultan inmensos intereses financieros, tanto de empresas como de organizaciones comprometidas contra la técnica genética», explica Dabrock.
En Estados Unidos y Canadá estas plantas no se catalogan como GMO, pero la situación legal en la Unión Europea no está en estos momentos nada clara, critica Puchta.
La técnica es muy delicada porque un mal uso de ella o el más mínimo descuido podría hacer que unos pocos seres vivos modificados genéticamente se extendieran rápidamente, como insectos, alertan los expertos.
También es real el peligro de que se introduzca casualmente una secuencia en la herencia de otro organismo, con fatales consecuencias. Un investigador estadunidense presentó un constructo de virus en 2014 que provocó cáncer de pulmón a ratones que lo habían inhalado mediante una secuencia Crispr.
Las pioneras Doudna y Charpentier han alertado continuamente de conclusiones precipitadas acríticas y exigieron que el sistema sea primero sometido a una investigación en profundidad, con moderado éxito hasta la fecha.
Manipulaciones potencialmente peligrosas de genes patógenos sólo han sido posibles hasta ahora en laboratorios muy avanzados, destaca Dabrock. «Allí un supervirus sigue estando confinado a una ala de máxima seguridad».
Pero con Crispr ello podría cambiar porque la técnica no requiere ningún tipo de dotación demasiado compleja. «Las cuestiones ética y de seguridad más importantes son en estos momentos la protección frente a un uso abusivo» de la técnica», señala.
Sin embargo, los debates giran actualmente en torno a un aspecto más bien simbólico, como es el de las terapias genéticas, apunta Dabrock. «Son cuestionamientos abstractos que no desempeñarán un papel clínico significativo en los próximos años», señala. Una terapia genética basada en células corporales no sería con Crispr muy distinta a las actuales, asegura.
Pero la técnica va más allá: el año pasado un equipo de Guangzhou, en China, aseguró que había manipulado decenas de embriones seleccionados de una clínica de fertilidad a través del Crispr. El cambio genético sólo tuvo éxito en algunas células, pero desató la indignación mundial ante la horrible visión de que la posibilidad de crear personas en el laboratorio estaba más cerca que nunca.
Grandes esperanzas por un lado y el miedo a abrir la caja de Pandora por otro, pero de lo que nadie duda es de la enorme importancia del descubrimiento, de tal calado que será reconocido algún día con un Nobel, auguran algunos.
Fuente: Dpa