“Estoy muy contento. Estoy muy contento por el campo (de estudio). Estoy muy contento por la mosca de la fruta”.
Esta fue la reacción de Michael Roshbash cuando se enteró de que la Real Academia de las Ciencias de Suecia le había concedido a él y a sus colegas Michael Young y Jeffrey C. Hall, el premio Nobel de Medicina.
Estos tres investigadores estadounidenses recibieron el galardón por descubrir los mecanismos moleculares que controlan el ritmo circadiano, es decir, nuestro reloj biológico.
Lo descubrieron al lograr aislar un gen -llamado gen del período- precisamente en una mosca de la fruta (Drosophila melanogaster).
Para los investigadores, fue la primera vez que recibieron esta prestigiosa distinción. Para la mosca, en cambio, ésta fue la quinta.
Pasado Nobel
Pequeña, humilde, con alas elegantes y ojos inmensos de una tonalidad rojo brillante, esta mosca se ha convertido desde hace casi un siglo en un perfecto modelo de investigación científica.
El primero de los Nobel le llegó de la mano del zoólogo estadounidense Thomas Hunt Morgan en 1933, premiado por demostrar en la mosca de la fruta que los cromosomas son los portadores de los genes.
El segundo fue gracias al trabajo del biólogo y genetista Herman Muller, alumno de Morgan, quien descubrió que los genes de la mosca de la fruta podían mutar con la radiación (1946).
Otro Nobel llegó en 1958, cuando la Academia premió George Beadly y Edward Tatum por descubrir que los genes actúan regulando determinados eventos químicos.
Y el penúltimo fue hace poco más de dos décadas, en 1995, por el descubrimiento del rol de genes clave en el desarrollo del embrión de la drosophila, que también juegan un rol crucial en el desarrollo del embrión humano (Edward B. Lewis, Christiane Nusslein-Volhard y Eric F Wieschaus).
¡Tan diferentes pero tan parecidos!
¿Pero qué tiene de especial este insecto -que fue además el primer animal en viajar al espacio en un cohete lanzado en 1947- para ocupar un lugar tan central en las investigaciones científicas?
“Las moscas de la fruta (o también, moscas del vinagre) son un modelo sencillo y barato para estudiar casi cualquier cosa, por eso la gente se gana premios Nobel con ellas”, le explica a BBC Mundo Charalambos P. Kyriacou, profesor de comportamiento genético de la Universidad de Leicester, en Reino Unido.
“Son buenas para casi todo, no solo para el campo de la genética. Lo son para la bioquímica, para estudiar comportamiento… Incluso para algo tan complicado como la agresión en mamíferos, el comportamiento de las moscas es un buen modelo de estudio”, añade el investigador.
Por empezar, cerca del 60% de los genes de la drosophila se encuentran de una forma similar en los seres humanos.
El 75% de los genes que causan enfermedades en humanos también están presentes en la mosca de la fruta.
Por otro lado tienen solo 8 cromosomas (4 pares), con lo cual su genoma es más fácil de mapear y entender.
Bueno, bonito y barato
En términos prácticos ofrecen también muchas ventajas.
Son pequeñas: no superan por lo general los 3 mm. Pero tampoco tan pequeñas como para que no puedan verse sin un microscopio.
Son baratas de mantener en el laboratorio y se reproducen con mucha rapidez, con lo cual es posible obtener varias generaciones en un lapso corto de tiempo.
“El tiempo de reproducción en condiciones cálidas -de unos 25ºC- es de alrededor de 10 días. Los ratones, en cambio, tardan meses”, señala Kyriacou.
Y su dieta es simple: se contentan con fuentes sencillas de carbohidratos y proteínas.
No obstante, esto no quiere decir que ahora los científicos pueden prescindir de los ratones en sus laboratorios.
“Puedes desarrollar tu modelo en una mosca de la fruta o en un gusano. Pero, en última instancia, en investigaciones médicas, necesitas luego poner a prueba tu modelo en ratones, hasta que finalmente se llega a las pruebas en seres humanos”, concluye el investigador de Leicester.
Fuente: bbc.com