Vera Rubin consiguió sortear diversos obstáculos y convencer a la comunidad científica de la existencia de la materia oscura, aún hoy uno de los grandes misterios por resolver del Universo
Puede resultar un concepto abstracto para muchos, pero quien más y quien menos ha escuchado en alguna ocasión hablar de la llamada materia oscura. Y es que la materia oscura cuenta con algunas particularidades. Por ejemplo, está compuesta por partículas que no absorben, reflejan, o emiten luz. Esto provoca, por lo tanto, que la materia oscura no pueda ser detectada por su interacción con la radiación electromagnética. En otras palabras, es prácticamente invisible.
la materia oscura
Se trata de un componente del universo cuya presencia se infiere por la atracción gravitatoria que genera y por su interacción con la materia normal. De hecho, se estima que la materia oscura constituye el 30,1% de la composición del universo; el resto, un 69,4% es energía oscura; y la materia visible u ordinaria, aquella que podemos ver, tocar y con la que podemos interactuar, solo supone un 0,5%.
Originalmente conocida como la «masa perdida», la existencia de la materia oscura fue inferida por primera vez por el astrónomo suizo-estadounidense Fritz Zwicky, quien en el año 1933 descubrió que en un gran cúmulo de galaxias conocido como el Cúmulo del Coma, la masa de las estrellas no resultaba suficiente como para las más de 1.000 galaxias del grupo permanecieran unidas por la gravedad. Debía, por tanto, haber algún aspecto que se estuviera escapando a la comunidad científica: la llamada materia oscura, cuya confirmación de su existencia debemos a una astrónoma estadounidense pionera en el estudio de la rotación de la galaxias: nos referimos a Vera Rubin.
Vera Rubin, una astrónoma pionera
La historia de Vera Rubin, entonces Vera Cooper, comienza un 23 de julio de 1928 en Filadelfia. Hija de inmigrantes judíos y la menor de dos hermanas, cuenta la propia autora que su interés por la astronomía se forjó cuando aún era muy pequeña, a la edad de 10 años, a la cual, junto a su padre, construyó un pequeño telescopio de cartón para observar meteoros.
Su educación temprana se desarrolló en la Coolidge Senior High School de la ciudad de Washington, donde se graduó a la edad de 16 años. Obtendría su licenciatura en astronomía solo 4 años más tarde, en 1948, tras lo cual intentó inscribirse en un programa de posgrado en la Universidad de Princeton, donde entonces aún no se aceptaban estudiantes femeninas en la materia.
Ese mismo año se casaría con su esposo, Robert Joshua Rubin, un estudiante graduado en la Universidad de Cornell y quizá el motivo por el que la astrónoma rechazó una oferta de la Universidad de Harvard para matricularse en la Universidad de Cornell, donde obtuvo una maestría en 1951.
Rubín tenía un hijo pequeño, 23 años, y además estaba embarazada cuando empezó su doctorado, en el que estudió los movimientos de 109 galaxias e hizo una de las primeras observaciones de las desviaciones de la Ley de Hubble, que describe como las galaxias se alejan de la Tierra a velocidades proporcionales a su distancia. Su tesis doctoral, la cual finalizó 3 años después, en 1954, concluyó que las galaxias se agrupaban, en lugar de distribuirse aleatoriamente por el Universo, una idea entonces controvertida y recibida con escepticismo que no acabaría aceptándose hasta dos décadas después.
La rotación de las galaxias y la materia oscura
Durante los 11 años siguientes Rubin ocuparía varios cargos académicos. En 1963, comenzaría a colaborar con la pareja de astrónomos Geoffrey y Margaret Burbidge, con quienes realizó sus primeras observaciones de la rotación de las galaxias. Solo dos años más tarde se uniría al Instituto Carnegie de Ciencias, donde conocería al fabricante de instrumentos Kent Ford, con quien comenzó un trabajo relacionado con su controvertida tesis sobre los cúmulos de galaxias.
Jocelyn Bell Burnell y el descubrimiento de los púlsares
Fue así que Rubin, realizados ya algunos otros descubrimientos, comenzó a estudiar la rotación de las galaxias, un interés ya despertado durante su colaboración con los Burbidge. Investigó las curvas de rotación de las galaxias espirales observando su material más externo, dándose cuenta de que los componentes más externos de la galaxia se movían tan rápido como los que estaban cerca del centro, una indicación temprana de que las galaxias espirales debían estar rodeadas de halos de materia oscura.
La investigación de Rubin demostró que las galaxias espirales giran lo suficientemente rápido como para separarse si la gravedad de sus estrellas fuera todo lo que las mantuviera juntas. Pero, debido a que los cúmulos de galaxias permanecen unidos, debía existir algo, una gran cantidad de materia invisible que garantizara su unión. A este fenómeno se le conoció como el problema de la rotación de las galaxias.
Durante las décadas siguientes, no obstante, los cálculos de Rubin mostraron que las galaxias debían contener, al menos, entre 5 y 10 veces más materia oscura que materia ordinaria. No sin oposición al principio, los datos aportados por la astrónoma acabarían convirtiéndose en los primeros resultados que respaldaban la teoría de la existencia de materia oscura propuesta años antes por Zwicky, y respaldada con posterioridad por el descubrimiento del fondo cósmico de microondas y las lentes gravitacionales.
Una vida dedicada a la ciencia
Pese a las diversas barreras a las que tuvo que hacer frente durante su carrera como investigadora, con el tiempo el trabajo de Rubin no solo acabaría siendo aceptado por la comunidad científica, si no también laureado. De hecho Rubin nunca se apartó de su actividad académica. Sus investigaciones y tutorías se alargarían hasta el año 2016, en el que un 25 diciembre falleció por complicaciones asociadas a la demencia de la que adolecía.
Rubin se convirtió en la segunda mujer astrónoma elegida como miembro de la Academia de la Ciencias, después de su compañera Margaret Burbidge. También, en 1996, en la segunda mujer en recibir la medalla de oro de la Royal Astronomical Society, después de Caroline Herschel, la hermana menor de también excelente astrónomo William Herschel.
En 2002, la revista Discover también reconocería a Rubin como una de las 50 mujeres más importantes en la historia de la ciencia, y pese a que nunca llegó a recibir el premio Nobel, muchos de sus colegas en su campo defienden que sus descubrimientos, los cuales cambiaron para siempre el modo de entender el cosmos, fueron más que merecedores de tal galardón.
Fuente: nationalgeographic.com.es