De acuerdo con la ciencia todo tiene que ver con el aprendizaje, el pasado y el futuro
El miedo es tan antiguo como la vida en el planeta. Es una reacción fundamental desarrollada a lo largo de la historia de la biología, para proteger a los organismos contra las amenazas. Lo tienen animales tan “simples” como un caracol, que encoge sus antenas ante la posibilidad de un roce, o tan complejos como los humanos.
Pese al impacto del miedo en nuestro cerebro y los diferentes estudios centrados en “borrar” sus consecuencias negativas, puede que también haya un lado positivo, vinculado principalmente a la atracción que ejerce el terror en el arte por ejemplo. Algunos estudios establecen la diferencia entre pensamiento racional e intuitivo para quienes se sienten atraídos por el terror y quienes lo vivimos como una experiencia muy desagradable.
Pero hay mucho más en la neurobiología del subidón ante una peli de miedo y el pánico. Para ello hay que sumergirnos en la anatomía del terror. La reacción de miedo comienza en el cerebro y se propaga por todo el cuerpo para hacer ajustes y prepararnos para la lucha o la huida.
Esta respuesta comienza en una región del cerebro llamada amígdala. La amígdala se activa cada vez que vemos un rostro humano con una emoción y la respuesta es mayor cuando se trata de reconocer la ira y el miedo. Un estímulo de amenaza, como la vista de un depredador, desencadena una respuesta de miedo en la amígdala que activa áreas involucradas en la preparación de las funciones motoras. También desencadena la liberación de hormonas del estrés y el sistema nervioso simpático.
Esto conduce a cambios corporales que nos preparan para ser más eficientes ante un peligro: el cerebro se vuelve hiperalerta, las pupilas se dilatan, los bronquios se dilatan y la respiración se acelera. La frecuencia cardíaca y la presión arterial aumentan. El flujo de sangre y la corriente de glucosa a los músculos esqueléticos aumentan. Los órganos que no son vitales para la supervivencia, como el sistema gastrointestinal, se ralentizan.
También el hipocampo entra en esta mecánica ayudando al cerebro a recordar experiencias pasadas que pueden darnos claves para sobrevivir. Esto nos permite saber si una amenaza percibida es real. Y aquí está la clave para que haya quienes disfrutan del miedo en el séptimo arte y quienes nos quedamos tan a gusto sin saber quién era Freddy Kruger: cómo aprendemos a temer.
Al igual que muchos otros aprendizajes, el miedo también se aprende. No solo observando situaciones o viviéndolas, también experimentando la sensación posterior. El miedo crea una distracción que nos permite evadirnos de los problemas y eso nos permite experimentar de un modo más profundo el aquí y ahora.
Un estudio sobre fanáticos del terror durante la pandemia de Covid descubrió que las personas que disfrutaban viendo películas de miedo eran más resistentes psicológicamente hablando que los que somos… “más miedicas” por así decirlo. De hecho, científicos de la Universidad de Exeter señalan que cuando el juego de los niños implica riesgo y miedo, puede funcionar como un factor protector contra la ansiedad. Jugar es una estrategia para aprender a lidiar con situaciones desconocidas y hacer predecible lo impredecible. Y el miedo es parte fundamental de ese aprendizaje, nos da las claves para el futuro.
Pero también nos puede ayudar a que comprendamos el presente. En plena pandemia, marzo de 2020, las descargas de la película ‘Contagio’ (precisamente sobre una pandemia mortal) se dispararon en todo el mundo.
El miedo nos gusta (bueno, no a todos) porque nos permite evadirnos de la realidad, pero también porque es una forma de aprendizaje que “ancla” los recuerdos con mayor virulencia pero también nos facilita la comprensión de eventos que hasta ese momento, no habíamos experimentado, como en el caso de la película ‘Contagio’ en plena pandemia. Así que, en Halloween disfruta de una buena película de terror. O de dos… una en mi nombre ya que yo nunca podré hacerlo.
Fuente: lasexta.com