La doctora Belinda Gallardo, investigadora principal del Grupo de Investigación en Restauración Ecológica en el IPE-CSIC, lleva 12 años explorando la tormenta perfecta que es el efecto conjunto de las invasiones biológicas y el cambio climático. Apuesta por la restauración ecológica, que busca recuperar el ecosistema de forma integral. Y lanza un mensaje positivo: la prevención y detección temprana funcionan. Pero hay que actuar. Ya.
La niñez de Belinda Gallardo (Soria, 1982) estuvo marcada por el monte Valonsadero, la playa Pita, el cañón del río Lobos. Y por las charlas con su tío sobre el campo y la meteorología. Recuerda su visita al Parque Nacional de Ordesa (Huesca), a los 17 años, como una suerte de epifanía. Allí tuvo claro que quería estudiar Ciencias Ambientales, cosa que hizo, en la Universidad de Salamanca. Después, la tesis, sobre restauración ecológica de ríos, en el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC), donde terminaría por sacar su plaza de científica titular en 2020.
Ha recorrido muchos kilómetros de carrera científica, como suele ser habitual: un contrato post-doctoral en el departamento de Zoología de la Universidad de Cambridge, donde comenzó a trabajar con especies invasoras acuáticas con David Aldridge; vuelta a España para unirse al grupo de Montserrat Vilà, en la Estación Biológica de Doñana (CSIC). “Es una de las mayores expertas en invasiones biológicas del mundo”, recuerda. Y, finalmente, un contrato Ramón y Cajal, “condición casi imprescindible para la estabilización laboral en ciencia”.
“Falta coordinación entre administraciones, y con el mundo académico. Las especies invasoras no entienden de competencias ni fronteras, y continúan su expansión mientras nos aclaramos”
La doctora Gallardo es investigadora principal del Grupo de Investigación en Restauración Ecológica en el IPE-CSIC y coordina el grupo homónimo nacido de la colaboración entre el CSIC y la Universidad de Zaragoza. Lleva 12 años explorando la tormenta perfecta que es el efecto conjunto de las invasiones biológicas y el cambio climático. “No son fenómenos independientes; se retroalimentan”, defiende. El aumento de la frecuencia de grandes tormentas e inundaciones contribuye a la expansión de la caña común (Arundo donax), que ha sustituido al bosque de ribera original de chopos y tamarices; tiene muy poca capacidad de retención del suelo, de modo que es arrastrada por la riada, agravando sus consecuencias. Igual que la tropicalización del Mediterráneo favorece la expansión de especies del Mar Rojo, como el pez león o el pez conejo, que arrasan con la fauna autóctona.
“Especialmente preocupante es la expansión de plantas acuáticas que afectan a la provisión del agua, como el camalote en el Guadiana. Y de plantas terrestres pirófitas como el eucalipto, el rabo de gato, el peniseto o la hierba de la Pampa, que generan biomasa seca, fácilmente inflamable, y se regeneran rápidamente tras un incendio, dominando las zonas recientemente quemadas”, expone Gallardo .”Entramos en un círculo vicioso en el que el cambio climático favorece el transporte y establecimiento de especies invasoras, que a su vez agravan los efectos del cambio climático”, advierte, haciendo notar la paradoja: mientras las especies nativas más vulnerables no pueden seguir el ritmo de los cambios en el clima, a las invasoras “les va de maravilla”. Según ha constatado su grupo, son capaces de expandirse 100 veces más rápido, por su alta tolerancia, capacidad de alimentarse de lo que haya, y porque las personas las movemos, intencionada o accidentalmente.
“La carrera investigadora es larga, incierta y a menudo precaria, pero cada vez está más diversificada. Se puede hacer una tesis doctoral y optar por una vía más técnica, de divulgación o de gestión de proyectos”
Para Gallardo, tirar la toalla, y dejar que los organismos invasores tomen el relevo no es una opción, por sus efectos inesperados. Tampoco limitarse a eliminarlos, una estrategia inútil a largo plazo. “A menudo vuelven a rebrotar”. A su juicio, la solución pasa por la restauración ecológica, que busca recuperar el ecosistema de forma integral, reforzando su capacidad de resistir nuevas invasiones. Requiere de colaboración, comunicación y concienciación, entre países y de puertas para dentro. “En España contamos con una buena base legal, pero es necesario mejorar la coordinación entre administraciones, y con los investigadores”, reclama.
Según el informe del Panel Intergubernamental para la Biodiversidad y los Servicios del Ecosistema (IPBES), en el mundo existen más de 37.000 especies establecidas fuera de su área nativa; crecen a un ritmo de 200 nuevas cada año; están implicadas en el 60% de las extinciones de las nativas, sobre todo en islas; y provocan costes económicos por valor de 423 billones de dólares anuales.
“Tan solo unas 3.500 especies exóticas son muy dañinas. El Catálogo Español de Especies Invasoras incluye unas 200″, señala Gallardo. “En la mayoría de los casos, se acumulan en zonas alteradas, con poco valor, favorecidas por la falta de competidores y depredadores y la abundancia de nutrientes derivados de la actividad humana”, explica. Pero se mueven, y acaban alcanzando espacios de gran valor ambiental.
“Queremos aplicar las nuevas tecnologías como la IA a la recopilación de información, curado y estudio de las especies invasoras acuáticas. Nos acaban de conceder un proyecto europeo innovador (GuardIAS) con el que espero avanzar en este campo”
Un estudio liderado por el IPE-CSIC y publicado en Nature Communications analiza la exposición de los hábitats europeos al impacto de 94 especies de animales y plantas invasoras, e identifica regiones críticas para la conservación. Predice una expansión de entre el 22% y el 132% en el área afectada en Europa, aunque su conclusión da pie a un cierto optimismo: los puntos calientes de impacto –que combinan un elevado valor ambiental con una elevada exposición a las especies invasoras más dañinas– representan una pequeña fracción. “Se trata de las zonas donde más tenemos que perder, y donde urge centrar los esfuerzos de monitorización y gestión”, subraya Gallardo.
La experta asume que el problema es una consecuencia más de la globalización y, por tanto, imparable, pero no cree que todo esté perdido: “Los planes de prevención y detección temprana funcionan”. En el artículo Curbing the major and growing threats from invasive alien species is urgent and achievable, publicado en Nature Ecology & Evolution, la coordinadora del informe de IPBES, Helen Roy, habla de las invasiones biológicas como un problema urgente pero manejable. “Nuestras investigaciones sugieren que las zonas de alto valor ambiental afectadas son todavía limitadas, pero se espera que aumenten en el futuro. Es el momento de actuar”, enfatiza Gallardo.
Fuente: bbvaopenmind.com