El biólogo Álvaro Fernández recuerda cómo controló su alegría cuando empezó a ver que sus ratones, un centenar de ejemplares de color negro, empezaban a vivir más de lo normal. Su primera reacción fue de cautela, pero su primera impresión se confirma hoy. Sus roedores, custodiados en las instalaciones de la Universidad de Texas, en la ciudad estadounidense de Dallas, vivieron un 10% más. Y con más salud. Solo el 13% sufrió un cáncer, frente al 32% habitual. Sus resultados se publican hoy en la prestigiosa revista científica Nature.
La clave, explica Fernández, es la autofagia, el sistema de reciclaje de las células. El japonés Yoshinori Ohsumi ganó el premio Nobel de Medicina en 2016 por descubrir los mecanismos de este proceso, mediante el cual una célula destruye sustancias nocivas y aprovecha sus componentes. Esta maquinaria celular sirve como sistema de control de calidad para eliminar moléculas defectuosas que surgen de manera natural con el envejecimiento. Y la célula también emplea la autofagia para suprimir virus y microbios invasores.
El equipo de Álvaro Fernández —encabezado por él y por la francesa Salwa Sebti— ha introducido en los ratones una mutación genética que provoca un ínfimo cambio en la estructura de una proteína esencial para la autofagia, la beclina 1. “Es como cambiar un poco la curva de la ficha de un puzle”, explica Fernández, nacido en Gijón en 1987. El nuevo relieve es insignificante, pero suficiente para impedir que la proteína se una a otra, la BCL2, que entorpece el proceso. Como resultado, el reciclaje —la autofagia— aumenta en todas las células del cuerpo.
Los investigadores, con cautela, sugieren que la activación de este mecanismo podría ser “una manera efectiva y segura” de “fomentar la esperanza de vida con salud de los mamíferos”. El equipo de Fernández, dirigido por la médica estadounidense Beth Levine, busca ahora un posible fármaco prodigioso que consiga el mismo efecto que la modificación genética y alargue la vida con salud de los ratones. Después habría que intentar saltar el abismo que separa a los roedores de los humanos. La propia Levine ya demostró en 2003 que un cambio genético similar extendía la vida en unos gusanos. El brinco al ratón ha durado 15 años.
“Lo que buscábamos con este ratón no era solo comprobar si aumentando la autofagia podíamos extender la vida, sino también comprobar si puede resultar en una vida más saludable. No sólo vivir más, sino vivir mejor”, resume Fernández. Su trabajo muestra, además de una reducción drástica de los tumores, menos efectos del envejecimiento en el corazón y en los riñones.
La bióloga Patricia Boya, presidenta de la Sociedad Española de Autofagia, aplaude la “fenomenal” aportación del equipo de Fernández en EE UU, pero pide cautela a la hora de interpretar los resultados. “No sabemos muy bien qué pasa cuando se aumenta mucho la autofagia ni qué efectos secundarios puede tener”, advierte.
Boya, del Centro de Investigaciones Biológicas del CSIC, en Madrid, subraya que el nuevo estudio ha evaluado los efectos de la mutación en el corazón, en los riñones y en otros órganos, pero los autores no han rastreado posibles impactos en el cerebro de los ratones, como pérdidas de memoria o problemas de cognición. El año pasado, en otra investigación, el laboratorio de Beth Levine sí mostró que la misma mutación en la beclina 1 disminuía el deterioro cognitivo de unos modelos de ratón utilizados habitualmente en la investigación del alzhéimer humano.
La neurocientífica Caty Casas, de la Universidad Autónoma de Barcelona, también celebra la creación de los ratones mutados de Álvaro Fernández. “Es un estudio bonito. La clave ahora es ver cómo hacemos para incrementar esa autofagia basal y obtener beneficios”, explica la investigadora, madre del consorcio europeo Transautophagy, dedicado a la investigación del reciclaje celular. Casas recuerda que hay maneras sencillas de aumentar este proceso en las células, sin tener que recurrir a fármacos ni mucho menos a modificaciones genéticas. “Hay quien apunta a que la dieta baja en calorías y el ejercicio físico pueden favorecer esto, pero queda mucho por explorar aún”.
El asturiano Fernández, tras dos años en el Centro de Investigación en Autofagia de la Universidad de Texas, todavía no se ha acostumbrado a los 40 grados de temperatura de Dallas. Pero está entusiasmado con el futuro de su ratón con la autofagia aumentada. Espera, dice, que el roedor “abra las puertas” para que se conozca el auténtico potencial de la autofagia para extender la vida.
Fuente: elpais.com