A 300 años de que un navegante holandés llegara a sus costas y se sorprendiera con los moais, qué opinan los expertos sobre estas monumentales obras
Después de atravesar la cordillera de los Andes, un segundo avión recorre el Pacífico durante cinco horas y media. Avanza 3.759 kilómetros alejándose de la costa. Y cuando empieza a descender, todas las historias atesoradas sobre viajes misteriosos, se convierten en anécdotas tibias. Hasta donde alcanza la vista sólo se ve océano. En el medio, aparece una mota de tierra con forma de triángulo y un volcán en cada vértice. Pequeña. Apenas 166 kilómetros cuadrados: 37 km2 menos que Capital Federal.
La nave se inclina y bordea la ladera del magnífico volcán Rano Kau. El paisaje se ve brutalmente cerca, hasta que por fin entra en escena la única pista del único aeropuerto, el Mataveri, que divide ese mundo en dos. Los aplausos para el piloto se redoblan por anticipado. Bienvenidos a la Isla de Pascua.
Hace 300 años, el 5 de abril de 1722, el almirante holandés Jacob Roggeveen, también llegó a este lugar por primera vez, comandando una expedición de tres navíos, justo el Domingo de Resurrección. Por eso hoy se llama Isla de Pascua.
Fue el encuentro de europeos con pueblos originarios locales, para quienes su hogar es y será Rapa Nui,“isla grande” en el idioma de sus ancestros.
Roggeveen había partido desde los Países Bajos nueve meses antes, contratado por la Compañía de las Indias Occidentales. Su misión: hallar una isla “llena de riquezas”, divisada por el filibustero Edward Davis en 1687. En vez de eso, encontró una fábrica de gigantes de piedra. Un tesoro que aún sorprende.
Si desde el aire se ve increíble, cara a cara, después de recibir collares de flores de bienvenida, Rapa Nui, que hoy es territorio chileno, no se guarda nada. Hasta tiene la réplica de un moai (las estatuas pétreas monumentales que rinden homenaje a sus deidades) en el aeropuerto para que los turistas empiecen a coleccionar imágenes.
Después, con mirada arqueológica, es como recorrer un inmenso museo al aire libre. Su Parque Nacional Rapa Nui, declarado en 1995 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, abarca el 43,5 por ciento de la superficie total de la isla.
Allí se puede ver, entre otras piezas de valor, 855 moais, que miden un promedio de 4 metros de altura, aunque hay uno que supera los 10 metros y las 85 toneladas de peso. Incluso hay otro, que no llegó a emplazarse, que yace acostado y tiene 21 metros de largo.
Mitos y verdades
Jo Anne Van Tilberger es arqueóloga y directora del Proyecto de Estatuas de la Isla de Pascua, una base de datos que analizó a los moais de la isla. Es la persona que más sabe de estas piedras. Estudia su simbolismo, estructura y las formas complejas en las que los humanos impactan sobre el paisaje natural.
Durante 30 años inventarió, con científicos de distintos campos y miembros de la comunidad rapa nui, 1.400 objetos de piedra megalítica, estatuas completas, pero también cabezas, torsos y fragmentos. “Otras estatuas completas están en colecciones de museos de todo el mundo”, dice. Es la indicada para empezar a derribar mitos porque varios misterios de la isla ya no son misterios.
El Parque Nacional Rapa Nui, declarado en 1995 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, abarca el 43,5 por ciento de la superficie total de la isla.
Van Tilberger le cuenta a Viva quiénes y cómo construyeron las estatuas gigantes: “Sabemos que los creadores de los moais fueron una clase experta de talladores que utilizó herramientas de piedra. Eran los antepasados de la actual población Rapa Nui. El 91,34 por ciento de las estatuas que mi equipo ha inventariado fue tallado en una cantera central, Rano Raraku. El resto, en otras canteras de diferentes tipos de piedra”.
Sobre cómo se movieron semejantes moles hay varias teorías; algunas, audaces, mencionan intervenciones extraterrestres. Van Tilberger dice:
“Las estatuas de hasta 11 metros de altura probablemente fueron trasladadas desde las canteras mediante métodos megalíticos tradicionales, incluso horizontalmente sobre rodillos de madera. Algunas estatuas más pequeñas, de hasta 3 metros de altura, probablemente fueron llevadas a lo largo de la costa en balsas. Las balsas podrían haberse adaptado para mover las estatuas por rampas marinas pavimentadas con piedra hasta los sitios ceremoniales cercanos, los ahu”.
¿Entonces cómo se colaron los ET? Tal vez porque la mitología tradicional de Rapa Nui dice que “algunas estatuas fueron movidas por magia sacerdotal”. A partir de esa frase, como si fuera un capítulo de la serie Alienígenas ancestrales, fue creciendo una bola de… piedra.
Ese misticismo ancestral sí es la causa de la orientación que tienen las estatuas. Miran hacia el interior de la isla, no al océano. Es porque, así, protegen a sus habitantes y a sus tierras.
Los orígenes
Sergio Rapu Haoa, arqueólogo pascuense, fue gobernador de la Isla entre 1984 y 1990. Es uno de los divulgadores respetados de las tradiciones de su tierra.
“Los primeros rapanui llamados Maohi llegaron quinientos años después de Cristo. Hicieron un largo viaje desde las Islas Marquesas; Nuka Hiva o de Hiva Oa. Lo primero que hicieron fue buscar agua, por eso se asentaron en lugares como Tongariki, Tahai y Anakena. En la Isla no existen los ríos, y el agua de lluvia se encuentra debajo de la tierra. Con el paso del tiempo, al haber más gente, fueron emigrando a otras bahías”, asegura en una charla TED.
Durante la época de sequía y deforestación, los rapanui tuvieron que adaptarse y retener el agua con lo único que había, la piedra. Nutrían el suelo con ella para mantener la temperatura y la humedad.
Esas personas fueron antepasados de quienes, hacia el siglo XIII, comenzarían a construir los moais que tanto atrajeron a distintos investigadores. Entre ellos, al legendario Thor Heyerdahl, que visitó el lugar y contó sus observaciones en el maravilloso libro Aku-Aku.
Colapso sí, colapso no
La antropóloga y arqueóloga Sonia Haoa Cardinali comentó en el documental Vai Tupuna, de Betty Rapu Tepano, que “hay evidencia de que antiguamente existía mucha agua y muchos árboles de hasta 20 a 25 metros en la isla. Luego, durante la época de sequía y deforestación, los rapanui tuvieron que adaptarse y retener el agua con lo único que había, la piedra. Nutrían el suelo con ella para mantener la temperatura y la humedad. Así podían reproducir plantas comestibles”.
Algo pasó para que el paisaje cambiara por completo. Según el libro Collapse (Colapso) de Jared Diamond, hacia el año 1200 hubo una competencia feroz por construir estatuas de piedra y una sobreexplotación de recursos. Eso habría llevado a la desesperación, incluso al canibalismo.
En contra de esa teoría, el historiador Cristián Moreno Pakarati escribió: “En el libro de Diamond, el tallado de las estatuas es desnaturalizado como algo obsesivo. En realidad, en unos 500 años (entre los siglos XII y XVII), menos de 400 estatuas fueron sacadas del área contigua a la cantera de Rano Raraku, y tres de cada cuatro fueron trasladadas con éxito hasta sus plataformas, ubicadas generalmente cerca de la costa. De esto se concluye que cada uno de los diez mata (tribus) de la isla, habría hecho y transportado, en promedio, una estatua cada 12 años. Es posible que tanto el aislamiento total de la isla desde el siglo XIV y el cambio climático, con sus efectos sobre economía y paisaje, llevaran a una transición religiosa en que el culto a los ancestros, lentamente diera paso a nuevas manifestaciones religiosas. De ahí que el fin de la actividad del tallado de grandes estatuas en Rano Raraku llegara en forma gradual, no como colapso”.
Fuente: clarin.com