Los nuevos datos de los fragmentos metálicos de IM1 indican firmas químicas que no han sido encontradas en el Sistema Solar
Los restos recuperados de IM1, el objeto que provino del espacio y cayó en el Océano Pacífico, fueron al fin analizados. De acuerdo las pruebas que realizó Abraham Loeb, profesor de Harvard y principal investigador del fenómeno, las esférulas encontradas en el mar tienen una composición interestelar.
En 2014 los instrumentos de medición de la NASA registraron la llegada de un bólido a la Tierra. El astrónomo Loeb analizó los datos por unos años y advirtió que recibimos, sin darnos cuenta, la visita de uno de los primeros objetos interestelares en la historia. En 2023 el investigador se alzó a la mar en una expedición para encontrar los restos del cuerpo extrasolar y confirmar su hipótesis. En julio de este año, la misión de Loeb concluyó con la recuperación de 700 fragmentos milimétricos en forma de esfera que supuestamente provenían del objeto inclasificable. Con el botín se dirigió a tierra firme para al fin analizar las piezas metálicas capturadas.
Las pruebas que revelan el origen de IM1
De todas las esférulas encontradas, cinco de ellas cuentan con patrones en su morfología que indican su naturaleza interestelar. A través de un mapa de calor en su relieve, se infiere que provinieron de un objeto más grande que viajaba a velocidades distintas a las de un asteroide convencional. El análisis revela que las partes de mayor tamaño (1.3 mm de diámetro) son resultado de la fusión de tres fragmentos del objeto.
Otra de las pruebas que sustentan el origen extrasolar es la firma química de las esférulas. Algunas de ellas están enriquecidas con el patrón berilio, lantano y uranio (BeLaU). La combinación de metales es distinta a las de las condritas (asteroides no metálicos) del sistema solar y tampoco coincide con aleaciones terrestres o espaciales. No hay metal conocido que tenga esa disposición de elementos de forma natural. Las piezas metálicas con la firma BeLaU fueron ubicadas en la supuesta área de dispersión de IM1, cuando explotó en el cielo del Océano Pacífico.
Por otro lado, fotografías tomadas con un microscopio de barrido muestran que las esférulas rescatadas tienen dentro de sí otras esferas incrustadas, como si se tratara de muñeca rusa. Las imágenes mostraron que el núcleo de los fragmentos tiene una estructura dendrítica. Este formato en capas explica, según el estudio independiente, que los componentes se enfriaron a prisa durante una explosión en el aire.
Las pruebas aportadas se unen a las mediciones anteriores que también le concedían a IM1 su origen interestelar. En 2022, el jefe científico del Comando de Operaciones Espaciales de Fuerza Espacial de Los Estados Unidos, Joel Moze, respaldó las afirmaciones de Loeb sobre el objeto que explotó en el mar y aseguró que venía de más allá del sistema solar. El artículo original donde se expone todo lo hallado ya fue enviado para su revisión por la comunidad científica.
Para Abraham Loeb, IM1 no es un meteoro
El objeto IM1, hasta ahora no localizado, podría ser un resto tecnológico de otras civilizaciones, según el catedrático de Harvard. Su hipótesis parte de estadísticas y usa la metáfora de encontrar un insecto en el hogar para sospechar la presencia de algo más grande, muy cerca.
“Encontrar la primera y la segunda hormiga en una cocina es alarmante porque implica que hay muchas más hormigas por ahí. Una tasa de detección aleatoria de una vez por década para objetos interestelares de tamaño de un metro implica que unos pocos millones de esos objetos residen dentro de la órbita de la Tierra alrededor del Sol en un momento dado. Algunos de ellos pueden representar basura espacial tecnológica de otras civilizaciones”, explica en su blog oficial.
Sus contrapartes científicas no están de acuerdo con él. Para los demás astrónomos, IM1 puede ser una roca interestelar que coincidió con la civilización humana contemporánea, pero nunca una pieza de tecnología alienígena. La prueba definitiva estará en algún fragmento mayor todavía no descubierto en el Pacífico. Mientras una nueva expedición no parta, las 700 muestras inclasificables y sus análisis químicos y morfológicos tendrán que bastar.
Fuente: es.wired.com