Conocerme es quererme, dice el dicho popular. Y no le falta razón. El roce, el contacto cercano y sí, también las relaciones sexuales, activan un circuito clave entre las áreas de recompensa del cerebro que refuerza los lazos afectivos de la pareja. Al menos, esto es lo que los científicos han descubierto que ocurre en los ratones de la pradera o campañoles, conocidos por su ejemplar monogamia, ya que forman enlaces “amorosos” para toda la vida. El estudio, publicado en la revista Nature, no solo explica los entresijos del amor romántico y duradero, sino que podría ayudar a mejorar las habilidades sociales de personas con trastornos que alteran sus relaciones con los demás, como el autismo.
Un equipo de neurocientíficos del Centro Silvio O. Conte de Oxitocina y Cognición social de la Universidad de Emory (Atlanta, EE.UU.) encontró que la fortaleza de la comunicación entre las partes de un circuito en el cerebro llamado corticoestriatal, que controla la habilidad de los animales para alterar su comportamiento para obtener recompensas, predice a qué velocidad una hembra de ratón se vinculará a su pareja.
“Los ratones de la pradera son críticos para los resultados de nuestro equipo porque estudiar la vinculación de las parejas en los seres humanos ha sido tradicionalmente difícil”, explica Elizabeth Amadei, coautora principal de la investigación. “Como seres humanos, sabemos los sentimientos que tenemos cuando vemos imágenes de nuestras parejas sentimentales, pero, hasta ahora, no hemos sabido cómo el sistema de recompensa del cerebro trabaja para llegar a esos sentimientos y a la vinculación entre los ratones de campo”.
Basándose en un trabajo anterior con ratones que demostraba que sustancias químicas del cerebro, como la oxitocina y la dopamina, actuaban dentro de la corteza prefrontal medial y el núcleo accumbens para establecer el vínculo de pareja, el equipo se propuso abordar la búsqueda de la actividad neuronal precisa que conduce a la unión “amorosa”. Los investigadores utilizaron sondas para escuchar la comunicación neural entre estas dos regiones del cerebro y luego analizaron la actividad de las hembras de ratón a medida que pasaban unas seis horas socializando con un macho, un período de cohabitación que normalmente conduce a un enlace de pareja.
El equipo descubrió que durante la formación del vínculo de pareja, la corteza prefrontal, un área involucrada en la toma de decisiones, ayuda a controlar las oscilaciones rítmicas de las neuronas en el núcleo accumbens, el eje central del sistema de recompensa del cerebro.
Acurrucarse juntos
Posteriormente, los científicos se dieron cuenta de que la fuerza de esa conectividad variaba en cada ratón. Los sujetos con más conectividad mostraron una vinculación más rápida hacia su pareja, que pudieron medir por la velocidad con la que se acurrucaban a su lado. Por otra parte, el primer contacto sexual, un comportamiento que acelera la unión de los ratones de campo, reforzó esta conexión funcional, y cuanto más fuerte era más rápidamente los animales volvían a acurrucarse juntos.
Los investigadores del Centro Conte creen que esas variaciones en la comunicación del circuito cerebral podrían influir en las competencias sociales de las personas con trastornos como el autismo, por lo que la mejora de esa misma comunicación podría a su vez mejorar sus habilidades sociales.
Pero los investigadores fueron aún más allá. Utilizando técnicas de optogenética (pulsos de luz), impulsaron la comunicación entre las citadas áreas del cerebro en hembras de ratón durante una breve convivencia con machos sin que hubiera apareamiento, lo que no propicia la unión de pareja. Sin embargo, las hembras estimuladas con luz mostraron una mayor preferencia hacia sus compañeros conocidos en comparación con un extraño cuando se les daba la opción al día siguiente. Es decir, este circuito cerebral no solo está relacionado con la vinculación afectiva, sino que también puede acelerarlo. “Es increíble pensar que podemos influir en la vinculación social mediante la estimulación de este circuito cerebral con una luz implantada en el cerebro y controlada remotamente”, dice Zack Johnson, coautor del trabajo. Quizás el amor sea, como algunos sospechan, un simple fogonazo.
Fuente: abc.es