Ana Clark quería ser madre. Al recibir una noticia fatal, la fecundación postmortem no le pareció una alternativa escandalosa.
Ana Clark salió a dar una vuelta en moto con su esposo, Mike. A pesar de sólo tener 25 años, era un sargento de alto mando en Estados Unidos, que tenía que salir de casa varias veces al año para cubrir misiones especiales. A los pocos años de casados, tomaron la decisión de tener hijos pronto. Un día, mientras tomaban un paseo en moto, el plan cambió para siempre.
Una propuesta poco convencional
Fue un accidente. Mike Clark perdió el control sobre la moto. Se desabarrancaron. Ella se fracturó varias costillas. Él, por su parte —después de varias misiones aún más peligrosas—, no sobrevivió. Inmediatamente fueron trasladados al hospital. En ese momento, Ana no sabía lo que le había pasado a su esposo.
Al día siguiente, mientras se recuperaba de sus heridas en la sala de urgencias, le informaron que Mike había fallecido. El dolor de las costillas rotas poco pudo comparársele a la pena que, desde ese día, carga sobre sí. En ese momento, pensaba que nunca podría tener hijos con el amor de su vida.
Su familia se enteró de que había enviudado. Sólo entonces, recibió una sugerencia poco convencional. Un primo suyo le aconsejó que, del cadáver de su esposo, recuperara una muestra del semen que quedó en su cuerpo. De esta manera, aunque era poco común, podrían aplicarle la fecundación postmortem. La historia fue contada a la BBC en 2016 y revivió la polémica sobre esta práctica.
Vacíos legales
De acuerdo con Roberto Gazón Jiménez, abogado de investigación de la Universidad Autónoma de México, “es inconcebible la manipulación humana donde se podría suponer la creación de nuevas razas: superiores o inferiores, variando sus características de acuerdo con la voluntad humana para los fines comerciales, científicos o egoístas más perversos”. Éste no es el caso de la fecundación postmortem.
Por el contrario, el planteamiento es el siguiente. Para aquellas personas que perdieron a un ser querido que naturalmente produzca semen, es posible extraer una muestra una vez que pasaron a mejor vida. Tienen que pasar apenas unas horas para hacer el procedimiento, ya que el cuerpo se empieza a descomponerse rápidamente.
De esta manera, las personas como Ana Clark pueden tener la posibilidad de gestar un bebé con los genes de la persona amada que falleció. Los intentos para concretar este tipo de métodos datan desde la década de los 70 y, aunque siguen siendo poco populares, un creciente número de personas que perdieron a un ser optan por esta alternativa.
Como se trata de una alternativa que no muchos médicos están dispuestos a aceptar, existen vacíos legales con respecto a la fecundación postmortem. De hecho, Cappy Rothman, el mismo médico que fue pionero en esta metodología hace cincuenta años, fundó su propio centro en el 2000, y recibe un volumen creciente de pacientes año con año.
Fecundación postmortem: una controversia ética y biológica
Ante la ausencia de un marco legal que apoye o castigue este tipo de prácticas, lo único que se tiene por seguro —al menos en Estados Unidos— es que el consentimiento de la persona que murió es necesario. Otros países muestran reservas más estrictas con respecto a esta alternativa. Canadá, Alemania y Suecia, por ejemplo, prohíben terminantemente este tipo de prácticas.
La discusión biológica y ética con respecto a la fecundación postmortem radica en la extracción de espermatozoides de un cadáver. Independientemente de cómo se extraigan, la reserva se enfatiza el respeto a las decisiones del paciente que pasó a mejor vida. Una vez muerto, sus posibilidades de decidir sobre su propio cuerpo se hacen nulas por completo.
Si la declaración a favor del procedimiento se expresa claramente mientras el hombre tiene vida todavía, la decisión es inapelable. En el caso de que padezca algún tipo de enfermedad o cáncer, otro abismo legal dificulta el proceso de obtención de esperma. Al día de hoy, la controversia se sostiene, irresoluta.
Fuente: xataka.com