“Cada hombre es su propia pluma”.
Así, medio en serio medio en broma, el servicio secreto británico se refería a un descubrimiento que les evitaba ser víctimas de espionaje durante la Primera Guerra Mundial.
Durante la guerra, es clave lograr comunicarse a espaldas del enemigo y, si por alguna razón el mensaje es interceptado, hay que evitar que pueda ser descifrado.
A principios del siglo pasado, cuando no había tecnología digital ni sofisticados sistemas de encriptación, un grupo de oficiales de inteligencia de Reino Unido se dieron cuenta de que la solución para comunicarse de manera segura estaba en su propio cuerpo.
“Brillante e innovador”
Para entonces, el capitán Mansfield Smith-Cumming era el primer director del recién creado Servicio de Inteligencia Secreta británico, que con el tiempo se convertiría en la agencia MI6, el equivalente de la CIA en Estados Unidos.
“Cumming era único, un brillante innovador”, le dice a BBC Mundo el escritor y periodista Michael Smith, autor del libro “Seis: Los verdaderos James Bond”, que narra la historia del MI6 en base en documentos secretos y privados a los que tuvo acceso.
Por eso, no es de extrañar que Cumming se entusiasmara cuando Thomas Merton, su consejero científico, comenzó a experimentar con tintas invisibles y analizar las que utilizaban los alemanes, sus acérrimos enemigos.
Entre las distintas sustancias que ensayaron, el semen resultó ser una de las más efectivas, pues no reaccionaba al vapor de yodo, que para entonces era una de las maneras más simples de revelar los mensajes escritos en tinta invisible.
A pesar del gran aporte, el oficial que hizo el descubrimiento tuvo que ser trasladado a otra dependencia, ya que “sus compañeros le estaban haciendo la vida intolerable con acusaciones de masturbación”, como lo escribió en una carta uno de los agentes de Cumming.
Efectiva
La agencia utilizó el semen como tinta invisible para su correspondencia entre principios de 1915 y el verano de 1916. “Era efectiva y fácilmente disponible”, dice Smith.
El problema vino cuando uno de los oficiales británicos radicado en Copenhague, en Dinamarca, intentó almacenar en una botella el semen que utilizaba para escribir.
“Le tuvieron que decir que había que utilizar un suministro fresco cada vez que fuera a escribir, ya que sus cartas “apestaban hasta el cielo”, cuenta Smith.
En uno de los documentos consultados por Smith, uno de los agentes dice que era tal la ansiedad por obtener “suministro de una fuente natural”, que llegó a considerar recolectar el “equivalente femenino” para hacer pruebas.
Para Smith, la implementación de esta técnica “personifica el espíritu libre de Cumming y su fomento de la iniciativa”.
“Estaba abierto a ideas de cualquier fuente… Simplemente hizo lo que consideraba mejor para el servicio y ese fomento de la iniciativa permanece en el MI6 moderna”.
Fuente: BBC