En la historia original escrita por Stephen King y publicada en 1977, las hermanas son simplemente hermanas, de edades diferentes (8 y 10 años), pero, cuando Kubrick rodó la adaptación al cine, eligió a dos niñas idénticas
Nadie puede olvidarse de ellas, incluso si no has leído o visto su historia, las hermanas Grady resultan toda una referencia para nuestro cerebro cuando se dispone a asustarnos con pesadillas. También son un emblema cultural de nuestros días. Nunca se supuso que aquellas niñas de la película El resplandor, de Stanley Kubrick, debían ser idénticas, pero asomaron ante nuestros ojos como un reflejo, una de otra, una presencia duplicada.
Sin embargo, en la historia original escrita por Stephen King y publicada en 1977, las hermanas son simplemente hermanas, de edades diferentes (8 y 10 años), al menos hasta que los espíritus y el aislamiento convirtieron a su padre en un asesino. Poco después de que el libro se convirtiera en un éxito de ventas, uno de los mejores directores del cine decidió seleccionar a Lisa y Louise Burns, las actrices que se metieron en el papel de las hijas de Delbert Grady porque eran, aparentemente, iguales.
Kubrick entendía que aquel detalle era lo verdaderamente aterrador: el hecho simple de que fueran gemelas. Con sus formas, el cineasta inventó muchas cosas que hoy forman parte del diccionario básico de la cinematografía, pero en este caso no había inventado nada. Cuando las gemelas, vestidas iguales, como si de dos muñecas se tratase, y casi pegadas entre sí en medio de un pasillo infinito mientras susurraban «Ven a jugar con nosotros, Danny» estaba jugando con un estereotipo que se remonta a siglos atrás.
Un «doble monstruo»
Puede decirse, eso sí, que a través de King y Kubrick, aquel estereotipo sigue siendo aún un elemento básico del género de terror: Blood Rage, Dead Ringers, A Haunting at Silver Falls, Goodnight Mommy… Pero, ¿qué tienen los gemelos idénticos que los convierte en un tema de fascinación y miedo?
A fines del siglo XIX, una serie de eventos consolidó a los gemelos como un «doble monstruo», explica Karen Dillon, autora de The Spectacle of Twins in American Literature and Popular Culture. Fue entonces cuando P.T. Barnum comenzó a exhibir gemelos como parte de su negocio haciendo de personas con enfermedades congénitas o monstruos de circo y Francis Galton comenzó a experimentar con ellos en medio del primer movimiento eugenésico estadounidense. Se convirtieron, de pronto, tanto en un espectáculo público como en una aberración científica, o en ambas cosas a la vez. En definitiva, se entendió que dos personas iguales debían ser observadas desde todos los ángulos.
Por entonces, un miedo insensato se instaló en los márgenes del relato social hasta convertirse en término. Lo gótico estaba de moda, como un estilo de vida, un escenario perfecto para una palabra impronunciable: ‘doppelgänger’, o la creencia de que toda persona poseía un doble, por lo general en el sentido inverso, malvado o fantasmal, que llevaba una vida paralela.
De la exhibición a la teorización
Llegado el siglo XX, el asunto ya había calado bien cuando Sigmund Freud revolucionó la comprensión moderna de la parte inconsciente de la mente humana. Con su nueva teoría recogida en Lo siniestro (The uncanny), introdujo otra preocupación colectiva: ¿Así que resulta que las personas no siempre tienen el control total de sí mismas, ni de sus acciones ni de sus pensamientos? Vaya.
Por supuesto, gemelos han existido siempre, y la biología tiene una explicación clara y concisa sobre los mismos. Según un estudio publicado en la revista Human Reproduction, entre 9 y 12 de cada 1000 partos dan lugar a dos criaturas, y alrededor de cuatro de ellas son seres idénticos o monocigóticos, fruto del encuentro de un solo espermatozoide con un solo óvulo. Cuando esto ocurre, da como resultado dos cigotos con el mismo ADN.
Así pues, de la infinidad de factores que nos hacen ser quienes somos, los gemelos idénticos comparten algunos fundamentales. No obstante, algunos no son todos. ¿Por qué, sin embargo, esa tendencia a encontrarlos interesantes, desconcertantes, incluso aterradores, nos constituye aún en la actualidad? La respuesta está más en la psicología humana general que en los propios gemelos.
La terrorífica realidad
Esta fascinación y experimentación con los gemelos a menudo tenía el efecto de diferenciarlos, distanciándolos de su propia humanidad. No resultaban personas, exactamente, sino sujetos de prueba. Y el médico nazi Josef Mengele llevó la idea a niveles, nunca mejor dicho, espeluznantes.
Como cualquier otro, el género de terror se basa y se inspira en la realidad misma. Como hicieran con los gemelos, nos distanciamos de nuestra psique situándonos como público; contemplándola de frente nos resulta ajena, como cuando te quedas varios segundos mirándote fijamente en el espejo. Es decir, queramos o no, los relatos de terror nacen como una ramificación más de una visión absoluta, remezclado y repitiendo durante mucho tiempo el concepto y provocando la dicotomía gemelo bueno/gemelo malo.
Sobre ello ya hablaba Freud en un ensayo de 1919. La extrañeza que nos suscitan dos personas iguales, aseguraba, puede provenir de la noción de «repetición de lo mismo». Es algo con lo que trabajaron las gemelas Grady de El Resplandor (dicho por las propias actrices). Al igual que con el ‘doppelgänger’, los gemelos han sido entendidos como la mejor herramienta para explicar los dos lados diferentes del mismo individuo. De esta manera, se han tornado en representaciones alegóricas de luchas morales o religiosas.
Alegorías morales y religiosas
Es el resultado de una literatura científica dominada por las nociones occidentales egocéntricas del yo. Se da por sentado el punto de vista de que el yo es un centro de conciencia privado, limitado y único, que contrasta con los demás. Es por eso que durante siglos, los investigadores han visto durante siglos a los gemelos idénticos como mutantes, bichos raros y monstruos.
Todavía en nuestros días, incluso la investigación dentro del marco de culturas que tienen perspectivas más matizadas sobre la individualidad y la reciprocidad, como puede suceder en Japón o Sri Lanka, adopta sin cuestionamientos las nociones occidentales del yo. Con todo ello, resulta una paradoja que la existencia de gemelos se vuelva tan llamativa en un mundo dominado por la idea de lo único.
Al final, estos deben desarrollar su propio sentido de la individualidad y reciprocidad dentro y en contra de todo un conjunto de normas culturales ancladas en un pasado insaciable. De hecho, para algunos gemelos monocigóticos, es la forma en que se ven ante los demás, no las estructuras moleculares de sus células, lo que define y confunde sus identidades.
Fuente: elconfidencial.com